Marthe Robert, autora de “de culto”

Elogiada por autores de la talla de Barthes, Deleuze y Blanchot, mantuvo siempre un perfil replegado y produjo una obra ensayística singular.

Maximiliano Crespi
Marthe Robert (1914-1996)

Marthe Robert es una autora “de culto”, no sólo en el contexto de la notable filóloga y crítica literaria francesa época (donde trabó amistad con Arthur Adamov, Antonin Artaud y Roger Gilbert-Lecomte, y donde fue ampliamente reconocida por sus trabajos en el campo de la germanística). Es cierto que, tras graduarse en la Sorbonne, siguió sus prolijos estudios literarios en Fráncfort del Meno, en la Goethe-Universität. Pero allí no sólo se convirtió en la notable germanista y traductora que, a su vuelta a Francia, se ganó el reconocimiento de instituciones de alto prestigio académico, al punto de ser la primera mujer no judía en recibir el “Premio de las Artes, las Ciencias y las Letras” de la Fondation du judaïsme français (1987) y de hacerse dos veces acreedora del “Prix des Critiques” (1981 y 1995) y de ser distinguida con el “Grand Prix National des Lettres” (1995) . Allí se convirtió también en la escritora a la que Roland Barthes, Maurice Blanchot, Alain Robbe-Grillet, Jean Starobinski y Jean-Pierre Richard no dejaban de profesar elogios y que se ganó un lugar propio en el seno de un campo intelectual hostil, que no regalaba espacios ni dilapidaba honores. Robert se interesó y se apasionó especialmente por una larga serie de autores alemanes entre los que se encontraban Friedrich Nietzsche, los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, Georg Buchner, Robert Walser, Franz Kafka, Sigmund Freud y Heinrich von Kleist. Pero se pasó años estudiando a estos últimos tres con vehemente dedicación.
Del autor de El proceso, tradujo al francés —al comienzo en L’Heure nouvelle, la revista de la que fue fundadora— no sólo varias obras narrativas, sino también la Correspondencia, 1902-1924, las Cartas a Felice, los Cuadernos en Octava y el extraordinario Diario sobre el que Gilles Deleuze y Félix Guattari construirían el modelo revolucionario de la “literatura menor”. Robert dedicó a la interpretación de la obra de Kafka nuemerosos artículos y libros entre los que sobresalen su precoz Introduction à la lecture de Kafka (1946) y el breve pero definitivo Seul, comme Franz Kafka (1969), donde la autora plantea una serie de hipótesis críticas sobre la presencia de la soledad en la obra kafkiana y sobre el velo su imagen proyectada en el espacio de la modernidad.
A von Kleist, Marthe Robert le dedicó también dos libros de distinta índole que publicó el mismo año (1955): Un homme inexprimable, un estudio crítico de perfil tematista y (Heinrich von Kleist) una aguda biografía que escribió a pedido para la colección “Les Grands dramaturges” editada por L’Arche. Al llamado Padre del Psicoanálisis, le dedicó también libros centrales, separados entre sí por una década de trabajo: La Révolution psychanalytique (1964) y D’Œdipe à Moïse: Freud et la conscience juive (1974).
A lo largo de su vida, publicó además una serie de estudios críticos como los reunidos en Sur le papier (1967), donde el “proceso” de la literatura y el desarrollo de la teoría psicoanalítica son leídas en la trama de precariedad de las vidas que los impulsan, otros tantos reunidos en Traversée littéraire (1994). Asimismo, dedicó dos gruesos volúmenes al estudio de textos decisivos de la cultura literaria occidental: L’ancien et le nouveau (1963) un extraordinario estudio de lectura pareada de El Quijote de Cervantes y El Castillo de Kafka, las dos novelas que, a juicio de Robert, abren la etapa modernista de la literatura occidental; Roman des origines et origines du roman (1972), donde el trabajo de remoción arqueológica se remonta desde el cuento de hadas y los folletines populares hasta el mismísimo Flaubert para leer, desde la configuración del héroe novelesco, el origen y desarrollo del género clásico de la modernidad; y En haine du roman (1982) donde desarrolla la misma matriz de lectura para indagar en el comienzo literario del autor de Madame Bovary.
En todos los casos, la lectura de Robert trabaja sobre la relación literatura-vida y se despliega siempre —como bien afirma Blanchot— mediante una prosa sinuosa en cuyos párrafos desagua feliz la prueba de una sutileza conceptual. Pero en el caso de su última obra, una serie de cuadernos titulados “Libros de lecturas” publicados en poche por la editora parisina Grasset, la prosa se libera de la demanda probatoria y ensaya notaciones que la muestran como una lectora punzante y como una escritora singular.

Notas de lectura de Marthe Robert
(sobre Balzac, Barthes, Borges y Flaubert)
Honoré de Balzac

«Me sobresalto al leer en La Femme Auteur de Balzac: “un marido libertino y voltaireano, incluso un poco comunista…”. ¿Un esposo “comunista” en Balzac? ¿En 1830? ¿Es eso realmente posible? Esta palabra de nuestro vocabulario diario escrita en ese texto parece tan anacrónica e incongruente que en un principio creemos haberla leído mal. Sin embargo, conocemos su historia: sabemos que en la época de Balzac ya estaba vigente más o menos en su empleo actual, aunque, en este contexto inesperado, puede producir cierta perplejidad justamente por el efecto de familiaridad. Porque, con un significado que casi no ha mutado desde sus orígenes, nos evoca una larga serie de eventos, una gran cantidad de hechos, de fechas, de signos e imágenes sin los cuales ya no podemos pensar, pero de los cuales, obviamente, Balzac no tenía la menor idea.»


(De Livre de lectures, 1977. Trad. M.C.)


Roland Barthes
(Fotografía: Michel Delaborde)

«El último libro de Roland Barthes sobre la fotografía: ¿sabía él que iba a ser el último y por ende también que nosotros, sus amigos, pronto nos veríamos obligados a descifrar sus rasgos vivos en fotos suyas ya viejas y congeladas? Al leer La chambre claire que, a pesar de su extraordinaria belleza, me molestó mucho personalmente, tuve una sensación extraña (tres días antes del accidente); pero, como siempre ocurre en tales casos, sin poder desenredar del todo si la muerte, tan presente en y entre las líneas de la obra, era todavía tan sólo una imagen, o si Roland Barthes ya estaba describiendo su más cercana, más verdadera realidad.»


(De La vérité littéraire, 1981. Trad. M.C.)


Jorge Luis Borges
(Fotografía de Grete Stern)

«En un pequeño poema de admirable simplicidad, incluido en sus Obras Esenciales, Borges es uno de los Justos llamados a salvar al mundo en silencio: “el que descubre con placer una etimología” y “el que acaricia a un animal dormido”. La imagen es realmente muy bella y puedo dar fe de que me siento especialmente dotada para esas dos actividades, tan consoladoras como falsas. La salvación del mundo no se puede comprar y mucho menos a tan bajo precio. Incluso si los Justos de Borges intentaran obtenerla literalmente, en todo momento, en la repetición incesante de esos oficios silenciosos, el mundo no sería por ello muy distinto del que hoy es, indiferente al destino de perderse o de ser salvado.
Uno podría acaso señalar a Borges que, por ejemplo, Hitler se podría beneficiar de su definición: probablemente fuera capaz de hallar algún placer al descubrir una etimología (siempre que fuera germánica) y en cuanto a acariciar a un animal, dormido o no, su querida Blondi no le habría negado la oportunidad de redimirse. Pero la argumentación no consigue hacer mella alguna en la verdad del poema. Sólo nos obliga a notar una vez más que la belleza de una verdad no se juega en las caras de la moneda que distinguen lo verdadero de lo falso.»


(De La tyrannie de l’imprimé, 1984. Trad. M.C.)


Gustave Flaubert

«Julian Barnes pelea mal batallas inútiles. Un ejemplo de ello es su intento por abogar por la loca Louise Colet, a quien la crítica flaubertiana siempre tiende a vilipendiar. Desafortunadamente, la Louise que él imagina no tiene mucho que decir sobre sus relaciones con el novelista, se defiende tontamente y, apelando a las más chatas banalidades, se muestra tan aburrida que uno casi excusaría a Flaubert por haberla maltratado. Frente a eso, prefiero creer que la verdadera Louise, ya más calma, habría podido expresar sus quejas con más profundidad y más sutileza. Tal y como aparece en la súplica imaginaria que ofrece Barnes en su defensa, seguramente no habría estado a la altura de las suntuosas misivas que en efecto el autor de Bouvard et Pécuchet le escribió y le envió oportunamente.
(La simpatía y las buenas intenciones no bastan para salvar nada. Y a eso cabe agregar que Barnes no está loco y que tampoco tiene el don único para pasar completamente al otro lado y que Strindberg le debe a su enfermedad mental).»


(De Le puits de Babel, 1987. Trad. M.C.)