La última de Ricardo Piglia

El encargo, del escritor y traductor Sergio Waisman, es una extraña novela que recrea los tópicos de la narrativa del autor de Respiración artificial.

FLAVIO LO PRESTI

Lo primero que se siente, desprevenido, al enfrentarse a El encargo (Mansalva) es un aire familiar pero, sin paradoja, extrañísimo y quebradizo al mismo tiempo, un tono que está entre el homenaje, la copia, la traducción, la gaffe y el error. Estamos, indudablemente, ante un relato que repite tópicos de la obra de Ricardo Piglia, pero todo tiene como un componente enrarecedor de redoblada duplicación: en lugar de Renzi, uno de los dos personajes principales de la novela de Waisman es Sergio Mancino; en lugar de Adrogué, el lugar al que se dirige Mancino es Alejandro Korn, a velar a un primo que es, a su vez, su doppelgänger “estable” destruido por una historia insoportable dentro de los parámetros morales de la pequeña sociedad del pueblo (una variante del primo Horacio de Adrogué que era el doble “normal” de Piglia/Renzi en sus Diarios); el encuentro con un arquitecto norteamericano, Ivan Kohen (un nombre ruso y un apellido judío que transparentan el carácter de alter ego de Waisman) que padece migrañas y que, después de un shock que acierta en llamar “whiteout”, yerra el tren a La Plata y termina acompañando a Mancino al velorio en el conurbano porteño.

La prosodia de los diálogos, los temas de conversación (Conrad, la necesidad de una arquitectura compensatoria de la fotofobia dolorosa de Kohen, las series de acontecimientos y la presión pareja e indecidible del azar y el destino) nos suena en el oído como una versión de Piglia creada por una máquina ligeramente imperfecta, en la que el castellano se ve herido con frecuencia por fallos de traducción simultánea, eso que los traductores llaman falsos amigos, y va construyendo una intriga paralela a la que ordena la narración: ¿cómo Waisman, traductor de algunas novelas de Piglia al inglés, concibió y ejecutó esta novela?
La intriga propiamente dicha, por otra parte, está extraída también de la médula Pigliana: Kohen, una suerte de fantasma cuyo padre tenía una doble vida de la que solo fue consciente de forma tardía, recibe el encargo de entregar, en La Plata, una delicada caja húngara a una tal Madame Budapest con quien su padre (muerto en un tren norteamericano) tuvo una relación desconocida. Atractivo en sí, ese vórtice de incertidumbre es la excusa para un despliegue que curiosamente recuerda a una novela que Ariel Idez escribió “citando”, en una imposible clave paródica, la obra de un “enemigo” literario de Piglia, César Aira, y que tituló con un título que no dejaba lugar a dudas: La última de César Aira. El encargo podría, también, titularse La última de Emilio Renzi, y las respuestas a la incertidumbre que genera esa sensación están en las páginas finales, que traspasan el umbral hacia una zona documental.

En esas páginas se profundizan las preguntas más interesantes que el texto propone, sobre todo las que flotan en torno a la relación entre la configuración material de una obra literaria y el concepto que la origina, una pregunta cuyo nacimiento el propio Piglia ubica en el ensayo de Poe sobre la escritura de “El cuervo” (“The Philosofy of Composition”) y que tiene respuestas intensas y contradictorias en el final del libro de Waisman (respuestas que afectan, además, a detalles que sería desprolijo revelar antes de la lectura). De todos modos, está descripción de El encargo parece transformar al libro en un artefacto estrictamente libresco, sin contenido afectivo, lo que sería incorrecto: el libro es también (entre muchas cosas) el documento de una amistad, figurada en el viaje de los dos pasajeros que se cruzan por error en un tren nocturno.

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