Delicadeza y transparencia del fantasma
Los dibujos de Pierre Klossowski y las frágiles fantasmagorías de Clément Rosset
Maximiliano Crespi

(Crayon de couleur, 1974)
A Clément Rosset le gustaba decir que los dibujos de Pierre Klossowski eran puestas en escena de erotismo, delicadeza y religiosidad. En Materia de arte (Pre-textos, 2009), las describe como obras de un dramaturgo alucinado con personajes frágiles, captados por el lápiz en un momento de ambigüedad y contradicción respecto de su propia existencia. Cada personaje era así un “reflejo enigmático”, un “eco visual” capaz de neutralizar incluso los sentimientos más contradictorios “que, en él, se traslucen de manera simultánea: por entrar en él a partes iguales, el dolor y el placer se anulan en una suerte de inexpresividad burlona” que “nunca nos dirá nada pero que a la vez nunca dejará de hablar en nosotros”.
Como Heidegger, como Bataille, como Leiris y como el propio Rosset, Klossowski sabe bien que con el cuerpo no alcanza, porque que el cuerpo es el lugar del equívoco que se hace pasar por consistencia. La existencia se completa por los fantasmas. Ellos están ahí para recordarnos la verdad que nos evita. En esa vacilación y en ese llamado del cuerpo por la imagen, en la frustración constante de eso que se entiende como representación, surge esa otra forma, a la vez presente y distante, a la vez familiar y extraña, que es la fantasmagoría.
En este punto, Rosset está más cerca de Lacan que lo que lo está de Freud. O mejor dicho: está más lejos de la tesis clásica de que la imaginación que se practica en el fantasma o en el sueño despierto es siempre —y en última instancia— un derivado de la sensación, que de la tesis lacaniana según la cual lo esencial del fantasma consiste en tener por objetivo algo por definición situado “fuera del alcance de toda imaginación posible, es decir, un objeto simbólico”. Tal objeto, que se distingue por lo mismo que se distinguió la imaginación romántica de la imaginación clásica, supone un campo emancipado de toda percepción sensible.
Acaso por eso, como lo imaginario romántico, lo fantasmagórico emerge en un espacio que no puede ser localizado, anywhere out of the world o, para decirlo con Héctor Libertella, en el lugar que no está ahí. A Rosset no deja de sorprenderle que aun cuando no hay espejos esas formas encuentran la manera de aparecer. Y no dejaba de subrayar por eso la delicada fragilidad de su presencia y la insistente fuerza de retorno. Es decir: la razón por la cual, como dice la luminosa letra de Loli Molina, la mirada siempre quedará prendada al fantasma que “es perfecto y delicado en su belleza transparente”.