Los experimentos de Ambroise Vollard y la sutil ironía de Paul Valéry y Edgar Degas
Maximiliano Crespi


En Souvenirs d’un marchand de tableaux (1937), el conocido comerciante de arte y galerista francés Ambroise Vollard cuenta que, hacia el 1923, cuando entusiasmado con un proyecto editorial dedicado a la publicación de “libros de artista” que sellaría su fracaso con la decepción causada por la edición del poemario Parallèlement de Paul Verlaine ilustrada por el excéntrico Pierre Bonnard con exuberantes desnudos lésbicos, diseñó un curioso experimento. Propuso un concurso literario cuya premiación sería decidida por un jurado conformado exclusivamente por un grupo de pintores (que incluía tanto a académicos como a fovistas).
Al cierre de la convocatoria, Vollard estaba realmente muy ansioso por conocer el veredicto último de ese jurado “tan inusual”. Para su sorpresa, esos artistas —pertenecientes a tendencias estéticas tan diversas— demostraron, a juicio de quien diera nombre a la serie de grabados más famosa de Pablo Picasso (“la Suite Vollard”), “gran discernimiento y audacia en el gusto”: la premiación, “casi unánime”, recayó nada más y nada menos que en Paul Valéry, “quien aún no había sido elegido miembro de l’Académie française”.

Edgar Wind emplea la anécdota de Vollard para desarmar la creencia popular de que los músicos y los pintores no se destacan por reconocer las sutilezas del lenguaje literario. En Arte y anarquía, el historiador alemán rompe con esa superstición al señalar que las correspondencias de Tiziano, de Miguel Ángel, de Leonardo y de Rubens dan cuenta de una lucidez y una erudición literaria que Vollard veía renacida especialmente en Cézanne y en Manet.
Sin embargo, al final de su vida, cuando ya era una celebridad literaria y un referente intelectual al que las instituciones coronaban con honores (Presidente del PEN Club Francés, Miembro Emérito de la Academia, Gran Oficial de la Legión de Honor, Consejero de los Museos Nacionales, catedrático de Poética en el Collège de France y “Presidente de Honor” de la Sociedad de Autores, Compositores y Editores de Música), Paul Valéry escribió, con aguda y elegante ironía, que el único pintor que realmente había entendido algo de literatura era Edgar Degas, quien luego de leer el manuscrito de Monsieur Teste —texto que Valéry le había confesado estaba inspirado en él— le pidió encarecidamente que se abstuviera de incluir su nombre en la dedicatoria.