Una correspondencia entre dos amigos y cineastas acerca de The last dance, la serie que retrata al icónico Chicago Bulls de los años noventa. 

Pablo Chernov y Fernando Krapp

Pablo Chernov: Empecé a ver la serie y la vi fuerte. Muchos recuerdos de cuando jugaba al basket a fines de los ‘90s. Esa era nuestra NBA. Me gustaban los Magic, por la dupla de Shaquille O’Neal y Penny Hardaway. Incluso llegué a comprarme un CD de Shaquille, Shaq Fu: Da return. Odiaba a los Bulls, eran demasiado, no había desafío: ¿Cuál es la gracia de ser tan bueno?. 

Entonces, me entero, que esos Bulls, no fueron producto de una generación espontánea. Sabía que Jordan fue drafteado en el ‘84, pero no que el equipo en ese momento era malísimo. 

Jordan se alimenta con el desafío: Éste pibe no nos va a dejar perder, dice un compañero de ese primer Chicago Bulls. Un periodista: Jordan was as good at his job, as anyone has ever been at their job ever in anything. Un cyborg, ese arquetipo del cine de los ‘80s. Y en el presente, Jordan solo en su torre blanca. 

Se plantea el tema de la serie: The last “dance”, las instrucciones de Phil Jackson. Éstas son las reglas del juego para nuestra última temporada juntos. Es un pacto y un mensaje, hacia adentro y hacia la dirigencia también. Estas dicotomías arman la narración: Equipo vs Dirigencia, Jordan vs Equipo, Poesía vs Épica.   

Pippen: el personaje trágico. Le hacen firmar un contrato leonino y no lo dejan volver a negociar. Scottie -con esa voz de distorsionador robótico que usan los secuestradores-, me da algo de lástima. Jordan, que ya estaba perdiendo la poca humanidad que le quedaba, no intercede con la dirigencia para renegociar el contrato. Es híper exigente con todos y sería una muestra de debilidad ayudar a un compañero. Pippen negocia con su propio sufrimiento: intenta apretar a la dirigencia con su lesión de tobillo. Y contra los Pistons, en un partido decisivo, llega con migraña, viendo todo negro, hasta con cagadera, seguro. Jordan, en el presente, aún duda de si todo eso fue cierto. Pippen es nuestro punto de vista dentro del equipo, el jugador humano.

Fernando Krapp: Creo que nunca esperé una serie con tantas ansias y al mismo tiempo, al menos durante estos dos capítulos, nunca pensé que una serie fuese a defraudarme tanto como esta. El trailer lanzado hace dos años atrás prometía algo que en cierto modo cumplió: épica, emoción, conflictos, bardo. Pero mientras miraba los primeros dos capítulos pensaba: ¿es esta la mejor forma para contar la historia de Jordan?

Como te conté más de una vez, jugué casi siete años de mi vida, entre mis 9 y mis 16. Supongo que es esa una edad formativa. No sé si el básket me dio muchos valores como los que se les suele pregonar al deporte (y mirando la serie, uno llega a pensar que el deporte en el fondo el deporte no es el gran formador de sujetos modernos como nos quieren hacer creer). Creo que el consumo cultural de básket, al menos en mi caso, estaba mediado por la lejanía; jugué en un pequeño club de Burzaco, que se disputaba siempre el ascenso a la glorificada liga metropolitana, y que sufrió mucho el paso de la B a la A (si no recuerdo mal). Cuando finalmente lo logramos, la cooperadora no tenía plata para pagarse un asado.

Obviamente estaba la NBA presente. No solo por el programa de Paenza, sentado en una silla pasando footage a las 12 de la noche después de que el fútbol se comiera las mejores tajadas del prime time de un domingo, sino por unas revistitas que compramos y las traficamos como bolitas de vidrio. En las imágenes los  jugadores eran muy distintos a nosotros. Eran negros, con una destreza física superdotada, los colores estridentes de sus camisetas, estadios llenos de gente que disparan flashes. En cierto modo, había un desfase entre el juego que nosotros pretendíamos jugar y aquello que se hacía en la mejor liga del mundo. Digamos que teníamos un problemita con las referencias. Eran como dioses en un Olimpo, intocables y lejanos, hasta portaban honrosamente epítetos: Kemp, el hombre que hacía llover, Rodman, el gusano, Malone, el cartero.

Entre todos ellos estaba por supuesto Michael Jordan. 

Tengo entendido que se pasaron en este país los partidos de las finales por Canal 9, y por alguna razón, yo no las vi. Jordan (como los otros jugadores) era un significante vacío a quien yo dotaba o cargaba con algún tipo de poder, como un personaje de Manuel Puig. No sabía si jugaba bien, o por qué jugaba bien, o por qué era tan bueno como se decía. Era simplemente bueno porque su nombre lo indicaba. Era Jordan. El mejor jugador que dominaba una liga a la cual no teníamos acceso y no sabíamos bien cómo funcionaba. Y también estaba el tema de hacerse “hincha” de algún club, ¿por qué de pronto simpatizaba con los Sonics y después con los Jazz? Eran preguntas que nos hacíamos entre los entrenamientos mientras nos entregamos no a jugar un juego sino a inventarlo desde cero.

Por eso, me pareció, al ver los primeros dos capítulos que algo de esa magia se perdía. ¿Para qué quería saber yo que Pippen ganaba menos plata que el resto? ¿Para qué quería saber yo que Jerry Krause era un sorete? Cuando uno deja de jugar hay algo de los datos que invaden nuestras emociones; uno racionaliza demasiado algo que en cierto modo, al menos así lo vivía yo, estaba más cerca de la estética que de la ética. Pero bueno, veremos cómo sigue. Probablemente, cuando deje atrás mi memoria emotiva por el deporte, me logre enganchar. 

Pablo Chernov: Lo que pasa es que en la concepción yankee no se puede escindir el show del deporte puro y menos en una estructura como la NBA. A mí tampoco me interesa saber si Krause era un cagador o no, es un asunto paratextual. Y creo que cuando ambos jugábamos al básquet, en la práctica estábamos haciendo un ejercicio stevensoniano de suspensión de la incredulidad sobre el verosímil: éramos lo más distantes que alguien podría ser de un jugador de la NBA y al mismo tiempo, la idolatría e identificación eran muy fuertes; lo sentíamos. Y Jordan era el embajador de todos nuestros deseos: La fantasía neoliberal sin culpa de los ‘90s y el menemismo como nuestra forma de internalizar todo eso. Somos fans (no hinchas) de Seattle o Utah, porque vivimos esa pasión en diferido, no son nuestros equipos ni somos nosotros, pero esa adoración nos engancha igual, pero también se va desplazando según otra clase de gustos: los jugadores y no tanto los clubes.

Y volviendo a lo primero que decís: en lo personal, estoy disfrutando la serie y creo que a medida que avanza, también se tocan otros temas más o menos interesantes. Más o menos pertinentes. Y en el tercer capítulo aparece El gusano Rodman, otro arquetipo interesante de esa década. 

Arranca amenazando: Quiero que me rompan la nariz, quiero que me corten, quiero sentir el dolor. Hablamos de los cuerpos. En una buena secuencia de montaje, El gusano da una breve clase de física: sus compañeros tiran desde diferentes ángulos y él reacciona a los rebotes, los internaliza. Practique mucho con el ángulo de la pelota y su trayectoria. Aprendí a posicionarme para tomar la pelota.

Aparecen los Bad boys de Detroit, la criptonita de Jordan. El equipo obrero formado por tipos duros, que infligen dolor como parte de su estrategia. Somos como un equipo de hockey, todo el mundo nos quiere ver pelear. Se escucha: Rick Mahorn me enseñó a usar el codo, si le vas a pegar a alguien, hacelo en serio. A mucha gente no le gustaba ese estilo, porque se alejaba de la belleza del basket, pero los Pistons alimentaron esa imagen, y de pronto, empezaron a ganar todos los partidos.

Chicago era el rival ascendente, pero también, un equipo suave, con Jordan como paradigma del juego bello y plástico. Los Bulls no lograban vencer el poderío físico ni sobreponerse a la intimidación de los Bad boys. Otra vez la individualidad de Jordan se vuelve problemática: se diseñan las Jordan rules, para marcarlo y logran neutralizar su juego. El resto del equipo, casi inutil, queda huérfano de su talento.

Pero insisto, lo importante es endurecerse; después de perder contra los Pistons, en lugar de irse de vacaciones, van al gimnasio. Cambian los cuerpos: Me golpeaban brutalmente. Y yo quería administrar dolor. Devolver los golpes, dice Jordan que ganó casi 10 KG de masa muscular.

En la final del ‘91 contra los Lakers de Magic, se invierte la estrategia “Jordan-céntrica”, y John Paxson hace los tantos definitivos. Esta línea me recuerda a una escena de Steve Kerr, años después, jugando para los Spurs, en un partido de playoffs. Es un momento dramático, el partido se termina y la diferencia de puntos es amplia. El relator extasiado habla del asesinato del padre de Steve en el Líbano. Kerr, en plena epifanía no para de embocarla, de todos lados, siempre de tres. Un francotirador, tal vez como el que masacró a su padre. ¿Estaría pensando en eso mientras llevaba a su equipo a la victoria? No lo sabemos. Pero sentimos una venganza, un desquite. Eso también es ser duro, llevar la técnica hacía la perfección.

Fernando Krapp: Está muy bien eso que marcás de los los cuerpos en relación al basket. Las veces que dije que jugaba al básquet de chico me decían que era un juego muy poco físico y ante cada roce se marcaba foul. De hecho, me daba terror jugar contra gente que no tuviera un mínimo de técnica porque no sabían marcar ni pararse en la cancha. El basket es un juego técnico, sí, (mi entrenador lo comparaba con el ajedrez), pero muy físico; tengo un diente partido por aquellos años. Una cicatriz pequeña de aquellos años.

Hablando de entrenadores apareció la figura de Phil Jackson. Los entrenadores de básquet siempre fueron para mi personajes interesantes y mucho más importantes que los del fútbol. Están mucho más presentes en el juego, no solo por la proximidad de juego, sino por la posibilidad de frenarlo y pensarlo. Si hablaste de la idea del cuerpo, el entrenador es claramente la cabeza. Pero en el caso de Jackson es algo más que la distinción entre mente y cuerpo que todo deporte tiene; es como una especie de gurú, un David Carradine. Un kung fu. Las imágenes de MJ y el resto de los jugadores haciendo yoga, y ejercicios de estiramiento, me parecen hermosas.

Su recorrido es interesante. No estaba al tanto de que había jugado para los Knicks, ni que su puesto de pívot era muy similar al de Rodman; un carroñero. El hecho de que haya entrenado un equipo de Puerto Rico lo vuelve un tipo mucho más mundano, con más calle, que el resto de los directores técnicos (pensemos en Pops o en Kerr, para poner dos mega ejemplos actuales). Siempre se pensó en Jackson como un técnico que solo podía dominar pasiones megalómanas, egos desenfrenados, y que por esa razón, al contar con súper estrellas en sus dos grandes gestiones, pudo obtener anillos. Me parece un reduccionismo, como se lo deja ver en la serie. Jackson es como un Sabella. La historia entre él y Rodman me parece muy bella. Después la busco.

Pablo Chernov: Olvidé el nombre de nuestro entrenador, pero me quedaron algunas frases: tienen que picar la pelota todo el tiempo, cuando estén en sus casas hablando por teléfono o haciendo lo que sea, piquen la pelota, todo el día. Y eso es lo que hacía, tenía un aro en el patio de casa y me la pasaba jugando. También en el club, donde jugaba al 21 con mi viejo y amigos. Las canchas de basket estaban pegadas a una pista de cemento donde mi abuela y otras señoras bailaban Rikudim. En mi recuerdo, ambas cosas están asociadas: la música judía y el rebote de la pelota. El entrenador también decía: tienen que tirarse de cabeza para agarrar la pelota. En esos años me rompí tres dedos jugando al basket, eran nuestras heridas de guerra. Así que coincido con vos en el aspecto físico, que evidentemente tiene. Tal vez, desde afuera se malinterprete la plasticidad del basket con la falta de roce. 

Y venía pensando en Phil Jackson, a medida que avanza la serie, su personaje se construye y se separa del resto. Es otra cosa. Tampoco conocía la línea Knicks/Puerto Rico ni sus actitudes rodmanianas y menos sus experiencias psicotrópicas. Pero no me sorprendió: se nota que es un tipo que está de vuelta.

Jackson tiene algo del personaje de Carradine, pero yo lo veo más cercano a Dale Cooper, el protagonista de Twin Peaks. Puede que la asociación esté influenciada porque estoy viendo la serie nuevamente. También que Jackson es oriundo de un pueblo de Montana, un estado pegado al de Washington, donde está localizada Twin Peaks y, cabe decirlo, en Montana también nació David Lynch. Pero el vínculo no es sólo geográfico. Cooper combina una mentalidad científica, positivista o pragmática -o todas a la vez-, con un costado místico, requerido para estar a la altura de las circunstancias en Twin Peaks. La única forma que tiene de acceder y revelar sus misterios es internándose en esos bosques, conectando con ese lado oscuro. Y creo que Phil Jackson hace un viaje parecido: un recorrido que viene dibujando hace tiempo y que lo ayuda a manejar esos egos, a empatizar con Rodman y llevar al equipo al lugar correcto. 

Y cierro (o abro) con otro asunto para charlar: ¿Cómo manejar -desde el lugar del espectador- la empatía o identificación con MJ? 

Fernando Krapp: Creo que esto último que decís se deja entrever un poco en el capítulo de la muerte del padre, una muerte que sigue siendo un misterio. Me acuerdo que a nosotros nos llegó como por ráfagas; se dejaba entrever que Michael Jordan le estaba pagando deudas de juego a su padre, lo que no entendíamos (o lo que entendemos ahora) es que él también era un ludópata, con algo más de cintura. 

Creo que la humanización de Jordan pasa por su gesto quijotesco de jugar en la liga B de Baseball. Hace unos años enganché un poco de pedo en ESPN un documental dedicado a ese período del que no sabía mucho y concluía con la idea de que al volver al basket, Jordan retomó su juego y su trato con sus compañeros mucho más humanizado. Algo que, sin embargo, por lo que dicen sus compañeros de su última batalla, no fue tan cierto.

Aparecieron cosas que a los que hacemos documentales nos parecen joyas. Jordan jugando con las monedas contra su seguridad (que tiene un corte de pelo maravilloso, muy cumbianchero), lo muestran en su estado humano, me parece; jugando de igual a igual con un tipo cuyo sueldo no debe alcanzar ni un ápice del de su protegido. El footage en blanco y negro, y las caminatas por los fields de golf. Por momentos quisiera que todos los capítulos fuesen solo eso, sin su guión opinado hacia el pasado. 

El archivo vuelve al presente mediante su interpretación. Interpretamos las imágenes del pasado para que nos den una perspectiva histórica sobre nuestro presente. Ahí es donde podemos ver un poco más la cruza entre Maradona y Jordan, en su relación con los medios; esa enorme masa de fotógrafos, cámaras, periodistas, canales, broadcastings; en cómo la cabeza del imperio hizo de la imagen de un afroamericano un ícono mundial. Jordan no estaba preparado, como Maradona tampoco lo estuvo. Es su falencia para abrazar una causa política lo que lo vuelve un niño.

Y creo que la actitud de Jordan (como la de cualquier jugador profesional, aunque uno pondría la noción de profesional un poco en duda) es siempre un poco infantil. Siempre están su madre y su padre para aconsejar, para guiarlo, para decirle lo que debe hacer. No por nada Jordan decide jugar al baseball; un deporte que practicaba en su infancia bajo el mandato de su padre. No quiero caer en un psicologismo barato, pero creo que ahí es donde el personaje se me vuelve humano; en cómo disfruta de ganar un campeonato y llora, pero también en cómo se divierte cuando le saca las monedas por una apuesta tonta a su seguridad.  

Pablo Chernov: La escena de MJ jugando a la tiradita con su séquito de guardias de seguridad es un gran hallazgo. Te habla de la adicción por competir -y ganar-, su ludopatía y de paso, te va presentando a su entourage.    

Ese vínculo con Maradona -y con la película de Kapadia– me interesa mucho y creo que tienen varios puntos en común. Además de la época y la genialidad de ambos, la idea de un tipo que llega a un equipo que es medio una cagada y gana todos los partidos solo. También pienso que ese momento de Maradona está justo en un vértice temporal: últimos minutos de la Guerra Fría y desde un país más periférico que EEUU, mientras que Jordan termina de explotar mundialmente a partir del primer Dream Team en Barcelona ’92. En ese sentido, los veo similares y también en un momento bisagra, al comienzo de la globalización como la entendemos hoy en día.

Y, además, está la picardía de ambos, esas sonrisas y la ropa: Jordan con la boina en París y Maradona con el tapado de piel, ambos diciendo: tenía ganas de ponerme esto y me lo puse.

El padre de Jordan me recuerda al de Hoop dreams, con la diferencia que su hijo llegó a la NBA y además, se convirtió en el mejor de la historia. Pero si nos detenemos en esas entrevistas donde cuenta que maltrataba a MJ de chico, ahí pensamos rápidamente en su idea del éxito como único camino para poder amar a su hijo. 

Pero vuelvo a la humanidad de Jordan. Un tipo que por un lado es un jodido que abusa de su poder y exprime a sus compañeros de equipo, demandando aquello que sólo él tiene. Y al mismo tiempo, con una complejidad a través de la cual canalizamos algo que nos emociona e identifica. MJ es nuestro ideal, pero nadie quisiera estar en su lugar. Nos duele ver al Jordan tirado llorando, un gigante desparramado por el piso, tratando de esconder su cara y que lo dejen llorar tranquilo.

Y lo infantil, también se aborda más hacia el final, donde se plantea la idea de Jordan viviendo el presente, el aquí y ahora, incluso montado con el tema de Fatboy Slim Right here, right now. Esta mentalidad lo ayuda a eliminar ciertas ansiedades, no se preocupa por el futuro porque está experimentando sólo el presente, como un chico que no mide su fuerza.

Fernando Krapp: Ahora sí, llegué al sprint final, por llamarlo de alguna manera. Los últimos tres capítulos son como un desangre paulatino y doloroso. Triste, solitario y final, diría Chandler. En cierto modo viene a confirmar la sospecha que tenía desde un inicio; que sería una serie para el Olimpo del deporte. Más que épica, “epopéyica”: el regreso de Jordan a nuestro presente es como un Ulises que vuelve de Troya. Creo que ese “desconocimiento” de MJ está en sus ojos: rojos y amarillos, camaleónicos, siempre al borde del llanto, con un vaso de whisky a un costado.

Pensé mucho en la forma que tiene el documental. La pereza crítica siempre tiende a comparar el deporte con los mitos griegos (en cierto modo son quienes nos legaron esa competencia corporal). Pienso que la épica griega se ajusta mejor a fútbol, deporte aleatorio, en donde un equipo chico puede hacerle juego a uno grande, y ganarle en un combate feroz. En basket no hay medias tintas. Gana siempre el mejor. Es matemático. Y esos ojos de Jordan siempre van a contrastar con las imágenes épicas que el documental propone, más que como registro de una hazaña como documento de una época.

Si sigo con este ejercicio perezoso diría que la forma pareciera ser faulkneriana. Va y viene en el pasado, como las novelas de Faulkner, en donde la trama temporal se enreda en capas superpuestas, una sobre otra, para amalgamar en un mismo presente flotante y geológico el drama generacional de un país. Además, todo se inicia en North Carolina, el sur mítico de Estados Unidos. Hay muertes, hay apuestas, hay ascensos y caídas, hay derroche, hay negros blancos y negros negros. La vida de cualquier afroamericano siempre va a estar teñida por la narrativa de Faulkner.

Pero en el final, para mi, si continuo en esta entrega del ejercicio banal de las comparaciones (y como dijimos, todo deporte se presta para eso), es la danza. Ojo: no sé nada sobre la materia. No sé nada sobre danza, sobre movimientos de cuerpo, sobre baile. No digo que no pueda disfrutarlo como un neófito que asiste a un restaurante de lujo y no sabe cómo leer una carta, pero no tengo herramientas técnicas para analizar una obra de danza y cuando veo una obra, salgo igual a como entré. 

No por nada se llama así la serie: el último baile. La plasticidad del básquet está ahí, en cómo los jugadores trafican movimientos: el tiro de una pierna de Nowitzki, el elbow pass de “White Chocolate”, el euro step de Manu Ginóbili. Los jugadores hablan siempre de “mover el juego” hacia adelante (move the game forward). Y esa idea evolucionista que conduce hacia una especie de abstracción mental es lo que mejor le cuadra al deporte. Qué sé yo: quizás lo que nos quede del documental no sea ni su forma ni el despeje de dudas sobre la vida de MJ, sino la experiencia escamoteada de haberlo visto jugar. Y ese ir y venir del pasado al presente y nuevamente al pasado aún más remoto no deja de ser un movimiento eléctrico en la propia memoria. 

jordan (michael)
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