Siete claves para escribir ficción

Las novelistas y talleristas Paula Puebla y Mariana Skiadaressis nos acercan parte de su decálogo de claves en el delicado oficio de escribir ficción.

Mariana Skiadaressis y Paula Puebla
Paula Puebla y Mariana Skiadaressis

A pesar de que ya sonaba como un ruido de fondo, cuando las escritoras Mariana Skiadaressis y Paula Puebla asistieron al primer encuentro del taller de narrativa donde expondrían sus claves para escribir ficción en la verdecida librería Mandrágora de Villa Crespo, el “monstruo invisible” del coronavirus no era todavía en Argentina la amenaza que hasta hoy es. El aislamiento social, preventivo y obligatorio llamado por Alberto Fernández las puso en una situación que, como el resto, no podían ni empezar a imaginar, asunto que las obligó a repensar su taller y a interrogarse por su continuidad. ¿Era posible trasladar los encuentros a las plataformas digitales sin que se depreciara su trabajo? ¿Podían sustituir la sinergia de los encuentros literarios presenciales? ¿De qué manera? ¿Cómo sería leer sin el cuerpo?, se preguntaban al mismo tiempo que la tecnología se postulaba como la dueña de la única alternativa posible. Con un grupo reducido y fiel, la autora de La felicidad es un lugar común (Entropía) y la de Una vida en presente (17grises) ajustaron las clavijas logísticas y se zambulleron a esta versión de lo que a los medios les gusta llamar “nueva normalidad” para sorprenderse ante una necesidad de escritura y expresión aumentadas por el confinamiento. Dicen que los alumnos, como los panes bíblicos, se multiplicaron, como los amasados en lo que va de la cuarentena.
A pedido de Cuaderno Waldhuter, las evil twins del “Taller Puebla Skiadaressis” compartieron algunas reglas y consejos que transmiten a sus talleristas para desafiar esa mirada tantas veces peyorativa, asociada a lo predecible y lo trillado, que recae sobre la “escritura de taller”.

1. Escribir no es hacer catarsis
En el apogeo de la literatura del yo, es común que muchas de las personas que escriben crean que el solo hecho de que algo “les pasó”, sea un hecho extraordinario o una ocurrencia durante un viaje en colectivo, es condición suficiente para ser narrado. Pero nosotras creemos que no. Si bien la realidad proporciona a los que escriben sus materiales para construir escenas, personajes, cuentos y novelas, no dejan de ser materiales. Un texto puede estar hecho de materiales más o menos cercanos a la realidad, pero lo importante es cómo están construidos, de qué forma se moldean y si se les puede otorgar una estructura interesante para que merezcan ser leídos. No hay que olvidar que la literatura es un artificio, una palabra puesta a continuación de otra, cuya preocupación no es la verdad. Un texto que no pasa el tamiz estructural de una buena narración, por más atadura con “la verdad” que tenga, no sirve para nada. Para hacer catarsis, a terapia, amiguitos.

2. El miedo a las palabras son los padres
Existe el recurso de la elipsis en cualquier narración, es cierto, no lo negamos. Pero también hay mucha autocensura y pacatería. ¿Por qué evitar una buena escena de sexo si nos puede revelar el carácter de los personajes? ¿Por qué evitar la palabra pija en una oración? ¿Cuánto se recorta el universo de un personaje si su propio autor teme describir la manera en la que este se masturba? Leer tetas no genera lo mismo que leer pechos, como la palabra coger no tiene necesariamente que ver con hacer el amor. Describir una escena en detalle y en el registro adecuado le da vividez, entrega imágenes al lector, la hace más rica. Y esta es una recomendación también válida para escenas violentas, sangrientas o desagradables ―que de ningún modo instamos a esquivar. Si no nos creen lo que les decimos, vayan a leer El niño proletario de Osvaldo Lamborghini, no se lo van a olvidar más.

3. Los finales felices son una aberración estética
Porque la vida no es complaciente, porque todos vamos a morir y porque la mejor literatura es la que imita las contradicciones de la vida, la que es compleja y nos deja un sabor amargo. Es hermoso leer y que se despierten imágenes que nos lleven de paseo por nuestros propios anhelos y miserias, que haga que nuestros miedos y fantasmas se pongan en flor. Para escribir algo interesante ―¿no es acaso lo que todos queremos?― creemos que es necesario tener en cuenta los matices de las situaciones y los dobleces de los personajes. A no ser en algún texto cómico o absurdo, no es verosímil la linealidad, del mismo modo que no es completamente mala o completamente buena una determinada realidad. Apelamos a perspectivas y niveles de lectura, a acciones inconsistentes con los pensamientos, a desilusionar al lector engordado a base de moraleja hollywoodense. Creemos que ningún texto pide un final feliz y por eso sugerimos, a lo sumo, terminar en un interrogante. Porque el final feliz no abre preguntas, sino que las clausura para entregar todo resuelto. La literatura no debería ocupar el lugar de la autoayuda, sino todo lo contrario. Como diría Uhart, y como lo constata Liliana Villanueva en Las clases de Hebe Uhart, “la escritura no resuelve problemas, los plantea”.

4. Leer y escribir: un solo corazón
Cualquier persona que quiere escribir, tiene que saber que leer buenos libros es la clave para entender cómo se construyen las narraciones sólidas, los personajes con matices y las estructuras tanto sencillas como intrincadas. No es solo una cuestión de paciencia al sentarse a escribir: también hay que tomarse el tiempo de leer. Cuando estamos embarcados en algún proyecto y nos trabamos, sea cuento, novela o ensayo, debemos recurrir a los libros de los consagrados para encontrar recursos que nos devuelvan algo de inspiración ―no cuenta como robo si ya está todo escrito. O también, muchas veces es durante la lectura misma que se nos ocurren historias o la forma de resolver las que venimos tejiendo. Leer es una cantera de herramientas para todos los que escribimos. Bien mirada, y tomada como se lo merece, la literatura es una gran conversación entre escritores.

5. Que Heidi haya una sola, por favor
Es muy fácil e igual de tentador subirse a la moda editorial cincelando personajes para que “caigan bien” a la mayor cantidad de lectores y sean reseñados con la gracia indulgente de los periodistas culturales. Aunque acatar el canon comercial pueda traducirse en un éxito módico e inmediato y garantizar sus breves dosis de pertenencia, pensamos que no es de ningún modo una estrategia inteligente complacer al mercado: nuestros libros morirán en la orilla cuando la ola que los trajo se retire. La construcción de personajes inesperados y complejos puede ayudarnos en el nado contracorriente que proponemos. ¿Qué pasa si esta maestra jardinera ejemplar sueña con trozar a uno de sus alumnos? ¿Y si el taxista del cuento dedica sus ratos libres a cultivar orquídeas? ¿Acaso no puede un investigador científico obsesionarse con el tarot? Claro que no hay fórmulas para crear un personaje robusto, pero escaparle al cliché siempre da buenos resultados y también tener en claro que la moral del personaje no tiene por qué ser la misma del que escribe. Observar a quienes nos rodean, contemplar a los sujetos con quienes nos cruzamos. Un gesto, un tic, un comentario al pasar pueden torcer el destino de toda una historia. La singularidad es literaria.

6. Escribir no es dar explicaciones
El impulso argumental, el vicio por darle sentido a todo o, incluso, el miedo a que el lector no nos entienda conduce por lo general a minar nuestras narraciones de pequeñas ―cuando no grandes― explicaciones. Aun sin estar necesariamente formuladas en el lenguaje del por qué, son muchas las frases destinadas a explicar aquello que debería ser narrado. La construcción de buenas imágenes, la acumulación de acciones, la escultura de los personajes a través de un puñado de actitudes o diálogos tiende a robustecer el universo narrativo sin redundar en razones. Ernest Hemingway, famoso por su teoría del iceberg, también decía que “un escritor, si sirve para algo, no describe. Inventa o construye a partir del conocimiento personal o impersonal”. Por eso, amigos, atención: si narrar no es deshacernos en explicaciones, tampoco es aferrarnos a la descripción alocada. Hacerle preguntas al texto puede darnos pistas suficientes para saber qué funciona en él y qué no. En este cuento, ¿rinde más escribir “era otoño” o “Lucio iba a la escuela pateando las hojas secas”? En este relato, ¿hace falta aclarar por qué llora un personaje que acaba descubrir la infidelidad de la persona que ama o que se le ha muerto su mascota en brazos?

7. No escribas para nadie, escribí para todos
Pecado mortal: dar por sentado que tus lectores son réplicas de vos. Si bien ya sabemos que el narcisismo es pandémico ―con una altísima tasa de contagio en el mundo de las letras―, también conocemos que una manera de neutralizarlo es borrando las fronteras del propio mundo. ¿Tiene mi texto capacidad de interpelar a alguien más allá de mi círculo de pertenencia? ¿Puede apasionar a lectores de Santiago del Estero, Sidney o Caracas con la misma intensidad? ¿Soy capaz de torcer las barreras de clase o solo escribo para la propia? Nosotras adoptamos aquello que Horacio Quiroga recomendó en su Decálogo del perfecto cuentista: “no pienses en tus amigos al escribir”. Una vez publicados, los textos cobran vida propia y pueden llegar a los rincones más insólitos y los lectores más disímiles, ¿por qué cortarle las alas desde el vamos? La mejor literatura no tiene target sino lectores. No nos hagan enojar.