El cuento como estandarte

A 20 años de su fundación, el sello Páginas de Espuma recibió en España el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2019.

VICTORIA D’ARC
Juan Casamayor

En octubre de 2010, desde ese reducto madrileño de la calle Madera, Juan Casamayor recordaba, en el décimo aniversario de Páginas de Espuma, los comienzos de la editorial como una aventura abocada al fracaso, comercialmente contraproducente, insalubre para sus editores, incluso una actividad ilícita. El argumento para esto era que la editorial se dedicaba a un género en particular y ese género era el cuento: a fines de los noventa, especializarse en publicar cuentos en un mercado de monopolios pujantes que tenían en claro que el cuento no vendía era un emprendimiento quijotesco. No estuvo solo. Nunca. Junto a él siempre estuvo Encarnación Molina, su pareja y socia editorial. Al cumplir veinte años, esa aventura para algunos delirante recibió otro de los reconocimientos que merecía: el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2019 “por sus 20 años de dedicación constante e independiente a la mejor literatura, su atención especial al ámbito del cuento, y por cultivar el vínculo entre las dos orillas del Atlántico”. En definitiva: porque supo construir un espacio. O quizás inventarlo.

El primer libro se terminó en otoño de 1999 y, como dice Encarni, lo que más le gustaba es que Escritos de Luis Buñuel exhibiera la parte más literaria de un cineasta. Así empezó el proyecto. Y a partir de allí, en estos años, ambos entendieron que un editor tiene la convicción de que nunca llegará a saber muy bien cuáles son los motivos que lo animan y las razones que lo empujan a persistir en editar un libro tras otro, con el mismo entusiasmo. “En un ejercicio constante de independencia y sumisión, en un frágil equilibrio, el editor literario existe y coexiste con un universo público y privado”, dice, y en una lucha diaria, entiende, el editor imagina proyectos, defiende unos, explora otros, se inventa a sí mismo, construye catálogo de fondo, de inercia, de debilidad, en los aledaños de la propia biblioteca. En la tensión entre su catálogo y su biblioteca es donde el editor encuentra un mismo espacio de reflejos y discrepancias. El mexicano Jorge Volpi describió a Páginas de Espuma como una pequeña isla en el azaroso océano de la edición independiente en español. No sólo una isla asediada por tifones y tsunamis sino también una feliz república, una utopía que no solo sobrevive sino que prospera gracias al tesón –o incluso la tosudez– de un hombre: Juan Casamayor. Elegir el cuento como estandarte significó para Páginas de Espuma apropiarse de un territorio fértil y, según cree Volpi, esa decisión le aseguró la admiración y la complicidad de una gran cantidad de adeptos. “La supervivencia de nuestra editorial consiste en hacer de un gusto personal una aventura rentable”, suele decir Casamayor y entiende que la comunidad de lectores les será fiel si logran mantener parámetros acordes a su catálogo. “El cuento surge por lo que debe ser un editor: un lector. Yo soy un gran lector de cuentos. También leía muchas novelas, pero mi biblioteca de cuentos era muy buena, cuando Encarni y yo decidimos a finales de los 90 montar la editorial, vimos que no había realmente ninguna editorial que se dedicara al cuento como sí lo había en otros géneros como la poesía.  Y sin embargo, sí que había un movimiento de escritores que en los 90 estaban publicando muy buenos libros de cuentos. Se sentían cuentistas. Hipólito Navarro, Eloy Tizón, Juan Bonilla. Había muy buenas antologías. Esto nos lanzó al cuento como un espacio donde creíamos que podríamos  desarrollar una editorial, evidentemente, contábamos con la misma pasión de ahora aunque con un poco más de ingenuidad o falta de conocimiento pleno, aunque Encarni y yo veníamos del mundo editorial. Más allá de incrementar el catálogo lo que ha hecho la editorial es ir sumando esa experiencia. Al final el cuento ha sido la singularidad que nos ha permitido encontrar un hueco, podernos hacer más fuertes en ese espacio y hacernos una editorial de referencia en el género y, además, lo que ha sido muy importante para la editorial es que en malos momentos, como ha sido la crisis económica tan dura, que ha supuesto una contracción del consumo muy fuerte, el cuento nos ha permitido mantener unos lectores fijos. Casamayor tampoco es ajeno al mercado y desde el principio fue sensible a un fenómeno literario sólido, político y social, como fue la irrupción de las escritoras latinoamericanas en el cuento que supo vislumbar mucho antes y allí, entre sus títulos, se lucen Clara Obligado o Samanta Schweblin.

Encarnación Molina y Juan Casamayor.

Marcelo Cohen aprecia que en lugar de palabras como sociedad, país o nación ahora asome esa otra: comunidad. “Me ilusiona –dice–, que aparezcan espacios de roce con normas de funcionamiento creadas ad hoc, restricciones que fomentan la imaginación, reglamentos que los participantes observan con entusiasmo pero pueden cambiar por otros cuando la asamblea decide jugar a otra cosa. Mientras seguimos pensando qué se hace con todo esto, es muy beneficioso abrir lugares donde la vida común no oculte que los humanos se juntan, entregando algo cada uno, para paliar faltas esenciales que tenemos todos; lugares donde los matices personales y las diferencias no tengan menos relieve que el conjunto, pero tampoco más.
Imaginemos, propone Cohen, que una editorial especializada en cuentos es uno de esos lugares. En lo que ha ido de la posibilidad (diversos y buenos escritores de un solo género) a un espacio físico y mental que existe está el mérito de Páginas de Espuma. A uno lo invitan, entra y al rato está en un ámbito con ciertas reglas pero poblado de particularidades; uno admira a los que tiene al lado. A ese espacio podemos llamarlo catálogo. Editoriales que reúnen buenos títulos hay bastantes, pero editoriales que tienen un catálogo no hay tantas.”

Juan Casamayor no sólo se propuso dedicarse a un género que, según los ejecutivos multinacionales, ayudaba a cavar tu propia tumba. Porque eso era el cuento. Después vinieron los booms, y los intentos de corregir esas frases ampulosas y soberbias de los mismos ejecutivos que vieron cómo una editorial y otra lograban construir un catálogo con ese género denostado. A esa altura, Casamayor ya les llevaba kilómetros de ventaja con esos proyectos para algunos delirantes, o al parecer imposibles. En 2008, por ejemplo, les encargó a Jorge Volpi y al escritor peruano Fernando Iwasaki rescatar los cuentos completos de Edgar Allan Poe en la mítica traducción de Julio Cortázar. Es cierto: estaban reeditados por Debolsillo pero los proyectos de Páginas de Espuma siempre tienen algo más y este reunía a Carlos Fuentes y a Mario Vargas Llosa, entre otros escritores hispanoamericanos para que prologaran cada uno de esos cuentos. “Trabajamos por proyectos literarios ambiciosos”, confiesa Casamayor. Son proyectos que a veces no se sabe si podrán terminar algún día, como la edición de los Cuentos completos de Anton Chéjov, que terminaron en el año 2017 y en la que Paul Viejo, su traductor y compilador, se propuso reunir todos los cuentos del excepcional escritor ruso. Todos. Incluso aquellos que habían aparecido en revistas rusas efímeras, inhallables. O al menos que así parecían serlo. De ese modo se publicaron los cuatro tomos. Ni uno ni dos: cuatro. Con toda su narrativa, desde los primeros hasta los últimos. Una empresa que parecía imposible. “Nunca nos propusimos hacer la enésima antología de Chéjov”, dice el editor. “Preferimos emprender el proyecto de una gran biblioteca en torno a sus cuentos completos. Un proyecto de esta magnitud requiere músculo financiero y a un aventurado loco como Paul Viejo”. Juan Casamayor tiene el poder de convencerte de lo que sea. Incluso de que esos libros todavía hoy pueden hacerse.

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