El país de Nunca Jamás
En Cacería, Gonzalo Demaría narra la historia de Jorge Horacio Ballvé Piñero, quien fue apresado en 1942 bajo el cargo de asociación ilícita y corrupción de menores después de fotografiar a cientos de cadetes del Colegio Militar de la Nación
FLAVIO LO PRESTI

Es muy difícil no leer Cacería, de Gonzalo Demaría, como si fuese un falso libro documental. Las alternativas del escándalo de los cadetes juntan de una forma tan abigarrada tópicos bizarros de la cultura argentina que parece efecto de la exageración, de una exageración exquisitamente fraguada por un gran conocedor del discurso de la non fiction. Pero las cosas sucedieron, y Demaría da cuenta de su trabajo documental en un largo apéndice que incluye un inventario pormenorizado de las fotos que, tomadas por Jorge Horacio Ballvé Piñero (protagonista de esta historia), sobrevivieron a una prudente destrucción parcial, y de las fuentes con las que el autor compuso este mosaico extraordinario.
Utilizando los autos de Ballvé o Brilla, la banda se arrimaba a los jóvenes ociosos y a veces con el anzuelo de Sonia pero, a veces (como señala con orgullo Brilla), sin la necesidad de una carnada femenina, la banda los convocaba a fiestas que no eran otra cosa que reuniones minoritarias en el departamento de Ballvé, en la calle Junín. Pero lo más importante es que Ballvé documentaba su deseo, y la belleza juvenil masculina, y la carga erótica de los roles (cadetes, boxeadores, playeros, y etc.) en fotografías que tomaba en su departamento y que guardaba anotadas con delicados epígrafes, alusivos a las circunstancias en que había tenido contacto con el objeto de la lente.

No hablamos de las virtudes estrictas de la escritura de Demaría (es un libro escrito con una prosa periodística siempre correcta, siempre entretenida, casi siempre sensible, con una muy buena administración de la información y un montaje virtuoso) sino de la historia, que es tan increíble como para que uno demande una película de Baz Luhrman (ahí están las vedettes, el Tabarís, el Maipo, Dringue Farías, los uniformes) mientras la lee. Cuando en 1942 Ballvé Piñero es acusado de asociación ilícita y corrupción de menores, estaba en el filo de la mayoría de edad (en la época se alcanzaba a los 22 años) y tenía una predilección por los uniformados jóvenes; con la asistencia de la jovencísima Blanca Nieve Abratte (alias Sonia) y con su amigo Ernesto Brilla, Adolfo Goodwin, el “entregador” Jorge Olchanski (bautizado con el artliano alias de Celeste Imperio) y otros, Ballvé empeñaba el tiempo ocioso que le permitía su posición social privilegiada en “levantar” jóvenes, preferentemente cadetes a los que la ley de profilaxis les impedía un “desahogo natural” y que, además, muchas veces estaban necesitados de billetes.

Más allá de la comidilla del anecdotario sexual en la que el mismo sistema judicial se revuelca con delectación, incluso más allá de las interesantes tribulaciones existenciales del protagonista, de su oscuridad latente, más allá de la paleta de extraordinarios personajes, el interés del relato de Demaría pasa principalmente por el entramado institucional para el que el “caso” sirve de nudo. Después de una serie de investigaciones canallescas a cargo del siniestro sargento Martín Inchauspe (a quien toda la moral de la época y los deberes formales de su lugar en el Colegio Militar de la Nación pueden servirle de excusa) Ballvé y sus amigos son acusados de corrupción de menores (ejercida sobre los impolutos cadetes) y de asociación ilícita. A partir de ahí son sometidos a prisión preventiva en el penal de Devoto y sus deseos son juzgados, investigados bajo una lupa cruel que incluye la humillación del examen proctológico, en el marco del ascenso del nacionalismo representado por el GOU y detrás del que empieza a verse la mano astuta de Perón.
La trama de espionaje, política internacional, relaciones políticas domésticas, filonazismo, nacionalismo, higienismo trasnochado, biopolítica y homofobia patriótica es leída con un gran esfuerzo de integración por Demaría, que accedió a las fojas del proceso y las cita con ojo de comediante. Uno puede discutir la versión de la historia nacional se puede suponer detrás de la construcción de ciertas figuras (la de Perón especialmente) pero solo después de leer Cacería y descubrir que un país puede ser una trama de relatos absurdos, y que esos relatos pueden ser enmendados por la historia (ayer, de hecho, se cumplen 10 años de la ley de matrimonio igualitario).