Neil Gaiman, si la literatura es el mundo
En La vista desde las últimas filas se recopilan los artículos, conferencias, prólogos e intervenciones de Neil Gaiman, el prolífico e imaginativo autor de The Sandman
FLAVIO LO PRESTI

Creo que es en Ciencia ficción, Utopía y Mercado que Pablo Capanna defiende la idea de que la ciencia ficción salvó para la imaginación la posibilidad de pensar los grandes temas, cuando la ficción seria inició un camino hacia el interior, ni siquiera el interior de los autores, sino el interior de sus propios mecanismos, esa especie de bloqueo masivo al que se le ha llamado muchas veces muerte de la novela, experimentación, agotamiento (incluso “nueva novela”). Mientras la novela se miraba el ombligo había unos artesanos espiritualmente ambiciosos que pensaron cuál era la relación del hombre con la tecnología, que trataron de imaginar cómo podía ser la vida en entornos diferentes, que se dedicaron a especular sobre la experiencia de ser humanos con el permiso de unas crecientes industrias culturales.
Neil Gaiman, defensor inteligentísimo del género y además un erudito abrumador, recoge una anécdota que parece darle a la idea de Capanna la razón en términos prácticos: “Hace unos años, en 2007, viajé a China para asistir a la que, según tengo entendido, fue la primera convención de ciencia ficción de la historia auspiciada por el gobierno de una nación, y estuve hablando con un funcionario del Partido y le dije: «He leído en Locus que hasta ahora estaban ustedes en contra de la ciencia ficción, y que siempre habían estado en contra de estas convenciones y que no se promocionaban demasiado este tipo de acontecimientos. ¿Qué ha cambiado? ¿Por qué han decidido permitirlos? ¿Por qué estamos aquí?». Y me respondió: «Bueno, verá, durante años hemos estado haciendo cosas maravillosas. Fabricamos vuestros iPods. Fabricamos teléfonos. Los fabricamos mejor que nadie, pero son ideas que no se nos ocurren a nosotros. Ustedes nos traen cosas y nosotros las fabricamos. Así que viajamos por Estados Unidos y hablamos con la gente que trabaja en Microsoft, en Google, en Apple, y les hicimos un montón de preguntas a las personas que trabajan en esos sitios sobre su vida privada. Y descubrimos que todos ellos habían leído libros de ciencia ficción en su adolescencia. Así que pensamos que podía ser algo positivo». ¿A qué novelista serio hubiera ido a buscar el gobierno chino para estimular la imaginación de sus científicos en ciernes?

Lo último es una falacia a la que me arrastra por contagio el estilo asertivo, fanfarrón y chicanero de Gaiman en estos artículos, que son muchísimos (cien en total) y que constituyen una recopilación selecta de las intervenciones, prólogos, entrevistas, misceláneas y discursos que el escritor inglés fue produciendo mientras escribía comics, novelas, poemas y guiones de cine. Pasa algo raro: no he leído ninguno de esos trabajos, aunque conocía su nombre porque es el autor de la ineludible The sandman (un cómic sobre el mundo de los sueños que ayudó a repensar el lugar de la historieta como -así lo llama Gaiman- noveno arte, junto a las obras de Art Spiegelman, Frank Miller y Alan Moore). Pero digo que pasa algo raro: no he leído ninguno de sus trabajos, y apenas termino La vista desde las últimas filas ya estoy buscando The Sandman, Buenos Presagios, y American Gods. Porque Gaiman es al menos cuatro cosas: un tipo infinitamente curioso, un artista enormemente consciente, un ser humano sensible y un entusiasta infatigable, como el mejor de los vendedores puerta por puerta, el más vistoso, el que tiene más recursos. Y yo he comprado todo lo que vendía, con un par de reservas.
Una de las cosas que vende Gaiman es la ciencia ficción in extenso, empezando por el remoto Welles, y lo hace con un grado de erudición que o bien es incalculable o bien es una ilusión producida por el trabajo documental de la escritura y por más de treinta años de labor recopilada: cuando cuenta argumentos, recuerda nombres, cruza tramas y detalles, su pasión literaria (aunque esto también cabe para la vasta cultura popular planetaria) transformada en memoria es abrumadora.
Lo mismo sucede con la literatura fantástica en lengua inglesa: esas novelas de las que suele hablar Mariana Enríquez como insumo de sus libros están leídas en esta recopilación con un nivel de detalle y desde un placer tan genuino que uno atraviesa las páginas como si fueran el atlas de un mundo real y fantástico, en el que las anécdotas que Gaiman cuenta serían la norma: “Theodor Kittelsen (1857-1914) es el mejor pintor de trols que ha existido. Era un noruego que vivía recluido y dibujaba y bosquejaba trols de agua y trols de montaña, y unos extraños trols con una mirada demencial, del tamaño de una colina, con pinos en la espalda. Vivía en una isla en el mar de Noruega, a dos horas a caballo (y en invierno en trineo) de la ciudad más cercana. Y cuando se enteró de que otro artista había dicho que él también iba a dibujar trols, se dice que Kittelsen exclamó: «¿Ese? ¿Dibujar trols? Ese no ha visto un trol en su vida»”. Gaiman usa estas anécdotas como un vendedor de tónicos de feria, y el entusiasmo que contagia contiene el peligro de hacernos creer que podemos acceder a una segunda juventud, un tiempo en la que el disfrute de esos mundos será posible.

Pero Gaiman sabe perfectamente que eso no es cierto, y también nos lo hace saber a nosotros. Su sensibilidad aparece en las notas más autobiográficas, como cuando tiene que hablar del dolor que provoca el Alzheimer temprano de su amigo Terry Pratchett, y su liberalismo genético lo lleva a quejarse de un Estado que no lo autoriza a morir según su deseo; o como cuando enfrenta en la visita a un campamento de refugiados la pena indecible de una familia siria exiliada en Jordania. La muerte está presente en todas partes, incluso en sus lecturas de género. Sin embargo, cuando reseña el argumento de Invernáculo, de Brian Aldiss, deja relucir una serenidad que se repite lo suficiente como para descartar la impostura: lo que importa es la vida, “la vida en una escala prodigiosa y la vida a nivel celular. La forma que adopta la vida es irrelevante: pronto el Sol se tragará a la Tierra, pero la vida que llegó a este planeta y permaneció aquí por un instante seguirá avanzando a través del universo y encontrará un nuevo asidero en formas imposibles de imaginar. (…) Todo crecerá, todo morirá y se pudrirá, y nacerán nuevos seres, y la supervivencia depende de ello. Todo lo demás, nos dice Brian Aldiss citando el Eclesiastés, es vanidad y la propia inteligencia puede ser una carga en cierto sentido, una carga parasitaria y en última instancia insignificante”. Gaiman retoma la idea al hablar de Anthony Martignetti, un amigo de su mujer que venció a la leucemia y que al momento de la edición final de este libro ya está muerto: “La vida es un arroyo: una conversación ininterrumpida que la naturaleza mantiene consigo misma, contradictoria, tenaz y peligrosa. Y el arroyo lo forman los nacimientos y las muertes, los seres que vienen al mundo y desaparecen. Pero la vida siempre permanece”.
Hay tristeza, una tristeza inevitable en un recorrido que empieza con un chico solitario y obsesivo y llega hasta los días más recientes, con Gaiman pisando los sesenta años. Y sin embargo la vida es también, en el copioso anecdotario del libro, un regalo, y entre los regalos más importantes está el de los libros, el de las historias, que son lo único que verdaderamente parece importarle al bueno de Neil. Por momentos estamos obligados a pensar una no muy rara conexión entre Gaiman y Borges (y una más obvia y más revisada entre Borges y la literatura fantástica anglosajona). Gaiman no lo nombra nunca en las quinientas páginas, pero cuando dice “si la literatura es el mundo, y lo es”, parece homenajear al Borges que veía a Tlön devorarse la realidad.

La literatura es el mundo, y es quizás por eso que muchos de estos artículos están dedicados a entender por qué es importante leer ficción. Gaiman pone un esfuerzo enorme en defender las bibliotecas públicas, las lecturas en voz alta, la necesidad de que la ficción literaria llegue al público más amplio posible. La lectura puede funcionar como evasión, y solamente los carceleros (dijo C. S. Lewis) están en contra de la evasión; y además, los libros son una forma de entendernos a nosotros mismos. Pero hay algo todavía más importante. De vez en cuando se reaviva un debate de sentido común (digámoslo con los términos más sencillos) acerca de si la cultura nos hace o no buenos. ¿No leía ficción Hitler, o Hervey Weinstein (que, dicho sea de paso, tiene un par de cameos en el libro)? Gaiman parece convencido de que leer nos mejora: “Leyendo experimentaba con puntos de vista que no eran los míos. Desarrollaba la empatía, descubría y entendía que en cada historia se pueden encontrar diferentes encarnaciones del yo, personas distintas, que eran reales, y me transmitían su sabiduría y su experiencia, y me permitían aprender de sus errores”.
Gaiman (hay que decirlo) parece un tipo soberbio, un poco pagado de sí mismo. Ejerce en todos sus artículos una suerte de name dropping casual en el que finge que los nombres son un poco insignificantes, que esos amigos de los que se habla son Steve y Lou, simplemente, aunque sean Stephen King y Lou Reed. Parece convencido (quizás el mercado anglosajón da razones para eso) de que con muchísimo trabajo consciente, con amor y buenas decisiones, y una cuota de suerte, podemos transformarnos en Neil Gaiman después de años de ejercer honesta y apasionadamente el arte que nos ha elegido. En ese video (la conferencia está incluida en el libro) esa convicción se ve con claridad, y también se ve con claridad la generosidad de su posición (hay algo que parece muy resignadamente inglés en esa asunción serena de un determinado ordenamiento de la vida en etapas: romper cosas, aprender a cuidarlas, y finalmente transmitir lo aprendido para desaparecer):
Y también se ve que importa más el amor al arte que al éxito. Que importa más buscar una voz propia que dedicar esfuerzos a darle al mundo lo que parece que está esperando. Los artistas de los que habla Gaiman en este libro (él incluido, y muchos amigos personales suyos también) tuvieron esa voz propia: La vista desde las últimas filas es la invitación a conocer cada una de esas voces, infinitas puertas de ese país de los sueños al que a veces, quizás en el mejor de los casos, le dedicamos la vida entera. Es un libro sobre el amor que Gaiman le tiene a los libros, y a la ciencia ficción, y al Fantasy y al arte, y a los cómics y a la música, y a sus amigos y a sus hijos y a su esposa y es también, por supuesto, y como todos sus otros libros, un libro fantástico.