Tanto George Steiner como Harold Bloom se lamentaron, al final de sus vidas, de no haberse animado a escribir poesía. Coincidencias que hablan de su compromiso con la literatura y de su labor como críticos.
VICTORIA D’ARC

Al día siguiente de la muerte de George Steiner, el profesor italiano Nuccio Ordine publicó, en medios de todos el mundo, la última entrevista que le hizo a su maestro. Tal como Steiner quería, esa conversación final reuniría algunas reflexiones que funcionaran como una manera discreta de romper el silencio y despedirse de sus amigos, de sus alumnos y de sus numerosos lectores. Ordine siempre consideró que Steiner había escrito algunas de las páginas fundamentales en defensa de los clásicos y contra la invasión de la literatura secundaria, como podían ser Presencias reales, Pasión intacta o La poesía del pensamiento.

Steiner confiaba en Ordine justamente porque el autor de Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal (Acantilado) había logrado en ese libro una apasionante y luminosa inmersión en la relación entre el arte, la literatura y la historia de las ideas, como escribió el mismo Steiner en The Times Literary Supplement. En ese breve diálogo amable que se conoció de manera póstuma hubo una pregunta que cualquier puede dejar pensando. Fue un momento en el que Ordine le pregunta, como si lo hiciera en voz baja, “¿Qué errores cree que ha cometido el maestro en el ámbito personal?”

Imagino un silencio después de esa pregunta, hasta que Steiner responde: “Esencialmente, habría debido tener el valor de probarme en la literatura ‘creativa’. De joven escribí cuentos, y también versos. Pero no quise asumir el riesgo trascendente de experimentar algo nuevo en este ámbito, que me apasiona. Crítico, lector, erudito, profesor, son profesiones que amo profundamente y que vale la pena ejercer bien. Pero es completamente diferente a la gran aventura de la ‘creación’, de la poesía, de producir nuevas formas. Y, probablemente, es mejor fracasar en el intento de crear que tener cierto éxito en el papel de ‘parásito’, como me gusta definir al crítico que vive de espaldas a la literatura. Por supuesto, los críticos (lo he subrayado varias veces) también tienen una función importante; he intentado lanzar, a veces con éxito, algunos trabajos y he defendido a los autores que creía que merecían mi apoyo. Pero no es lo mismo. La distancia entre quienes crean literatura y quienes la comentan es enorme; una distancia ontológica (por usar una palabra pomposa), una distancia del ser. Mis colegas universitarios nunca me perdonaron que apoyara estas tesis; muchos barones y cierta crítica estrictamente académica no aceptaron que me burlara de su presunción de ser, a veces, más importantes que los autores de los que estaban hablando.”

Harold Bloom le dijo algo parecido a Andrés Hax y esa respuesta Hax la incluye en su conmovedor libro Ol de pritty jorses. En su pesquisa metaficcional y autobiográfica sobre Cormac McCarthy, Hax relata esa entrevista telefónica que le hizo al crítico Bloom mientras trabajaba en una revista de cultura. Casi al final de la misma, Hax le preguntó con respeto: “¿Si tanto quiere la poesía, por qué no se convirtió en poeta usted mismo?” Después de un tiempo de escuchar solo silencio del otro lado de la línea, Hax pensó que Bloom se había ofendido y había continuado con sus cosas en Yale sin siquiera molestarse de cortar el teléfono. Cuando volvió la voz de Bloom, describe Hax, parecía que recién había regresado de un lugar lejano y terrible. Bloom, entonces, explicó con una imagen kafkiana que de joven se había acercado a la poesía pero vio que para entrar había que atravesar un portal y ese portal estaba vigilado por dos demonios. Bloom estaba convencido de que en el instante en que quisiera cruzar ese umbral los demonios lo devorarían. Y desistió.

Nadie puede decir que Bloom ni Steiner carezcan de obra. Todo lo contrario. Esas declaraciones, esos lamentos finales por una obra literaria (poética o narrativa, da igual) no escrita lleva a recordar lo que ya planteaba Montaigne en sus Ensayos: “Se invierte más trabajo en interpretar las interpretaciones que en interpretar las cosas, y hay más libros sobre libros que sobre cualquier otro asunto. No hacemos sino glosarnos los unos a los otros. Por todas partes proliferan los comentarios; de autores, hay gran escasez.” Esto lo habian leído bien tanto Steiner como Ordine. De hecho, una de las imágenes que utilizaba Steiner para describir la labor de los críticos era la del cartero. Y proponía que los críticos no se olvidaran: “Los carteros saben que existen porque hay alguien que escribe cartas; de igual manera, la crítica existe porque hay alguien que produce obras. Y, como el cartero, el crítico debería ponerse, de la manera más discreta, al servicio de las obras, escucharlas, protegerlas, dejarlas hablar, ayudar a que lleguen a sus destinatarios.” Imagino que para alguien que ama la literatura debe ser paradójico no crear literatura, aunque también sea una decisión honesta y valiente. Entender el lugar que uno ocupa. No es un lugar menor. También es menor la decisión que uno toma. Y conseguir entregar algo trascendente desde ese lugar.