Leo Oyola escribe sobre la novela gráfica Lobo de lluvia (Astiberri), del ilustrador español Ruben Pellejero y el veterano guionista belga Jean Dufaux

Leonardo Oyola

Esadadedne.

Esadadedne: así se denomina a un instrumento musical apache similar al violín en cuanto a forma y sonidos emitidos. Esadaddedne, en la lengua de la tribu a la que perteneciera el mítico Gerónimo, significa “El bosque que canta”. Un vocablo de una belleza extraordinaria propia del habla de cualquier pueblo originario sobre la faz de la tierra antes de verse invadido no solo por el idioma de los que terminarían siendo sus opresores. De ahí también formas despectivas como el dirigirse entre pares con un hablas como el hombre blanco o de aceptación hacia el enemigo al afirmar no parece un hombre blanco.  

El virtuoso ilustrador español Ruben Pellejero y el veterano guionista belga Jean Dufaux no parecen hombres blancos. Por el lirismo alcanzado en imágenes y en palabras en la novela gráfica Lobo de lluvia; un western para complementar las emotivas novelas de Edward Abbey, la sorprendente serie Godless y el indispensable LP Trio de Dolly Parton, Emmylou Harris y Linda Rondstadt. A modo de diario íntimo, y con mucho de desahogo, esta historieta autoconclusiva está narrada por una mujer que debido a lo que le ha tocado vivir, no está dispuesta ni a olvidar ni a asumir el rol que se le busca imponer en un mundo dominado por hombres armados, por la violencia a flor de piel y por la ley del más fuerte. Que eso incluye obviamente el poder económico.

El personaje que le da título al cómic es un indio que en legítima defensa ha matado a un pistolero. Pero al ser un piel roja, más que justicia, se busca lincharlo para que los de su condición no se olviden quienes son los que mandan ahora en esos territorios por donde antes supieran cabalgar libremente. Pero sobre todo: para que no se vuelvan a despertar sus espíritus guerreros. Esas almas, esos cantos y esos alaridos de poderosa energía. Lo que tienen dormido y anestesiado por el alcohol y la humillación. Lobo de lluvia mata a un hombre blanco desencadenando una serie de más muertos y de dolorosas tragedias que en el ojo por ojo difícilmente se pueda frenar a la brevedad.

Admiradores de Jean Jiraud, el legendario Moebius, Pellejero y Dufaux le dedican esta obra integral a uno de sus maestros con un ojo puesto en ese imprescindible Blueberry y otro en sus respectivos amores hacia el far west cinematográfico; como así lo dejan explícito en sus sendas dedicatorias: el español citando al John Ford cuyos cielos anaranjados sabe homenajear ya desde la primer viñeta como si se tratara de un fotograma de Más corazón que odio mientras que el belga al referirse al mismísimo Gary Cooper impregna a sus personajes más nobles del sentido del deber que acuñara el Marshall Will Kane en A la hora señalada.

Se sabe que cuando el indio baila descarga en el suelo, mediante pasos en los que golpean con los talones, una fuerza que está convocando a otra muy superior. La mundialmente conocida danza de la lluvia apela a eso: a que la voracidad de la tormenta se asome cuando la tierra hace ya un tiempo considerable se encuentra extrañando el agua.  Bueno, ante una potencia de esa naturaleza nos encontramos en estas páginas. Tan hechicera como el baile alrededor de la fogata del Teniente John Dunbar que escribiera Michael Blake para la novela que después inmortalizara en la pantalla grande Kevin Costner. De esa coreografía en la que uno deja atrás lo que fue para abrazar y adentrarse en lo que vendrá. Ante la luna, el desierto y la fauna imperante como únicos testigos. Ganarse un nombre en ese instante. Un nuevo nombre para un nuevo hombre: Danza con lobos. También eso es leer esta bellísima edición de Astiberri. Bailar durante ese duelo a muerte, durante ese tiroteo, con el Lobo de lluvia. Escuchar penares y tristezas de los hombres y de las mujeres de esta historia. Sucumbir ante esta música. Oír hipnotizados al bosque que canta.