Aborto, oligarquía y susurros

La obra narrativa de Sara Gallardo fue una de las más reconocidas de su tiempo, una de las más olvidadas durante décadas y una de las más revaloradas en estos años

SEBASTIAN HERNAIZ

Clase y género. Religión, represión, sexualidad e ideología. Voces oprimidas y terratenientes de apellidos patricios. Aborto, estancias y la violación de una adolescente. Tal vez el lúcido tratamiento narrativo de esos ejes —de esos materiales que la sociedad de su tiempo le dio— bastaría para entender por qué Sara Gallardo es recuperada con insistentes embates de parte de escritorxs, académicxs y editorxs en los últimos veinte años.
En el año 2000, en el pliegue de entresiglos, Ricardo Piglia dio una charla en La Habana que tituló “Tres propuestas para el próximo milenio (y cinco dificultades)”. En evidente diálogo con las conferencias que estaba preparando antes de morir Italo Calvino, pero agregando la perspectiva del escritor argentino frente a la tradición, Piglia partía de la pregunta sobre la literatura del futuro. O mejor: sobre el lugar que tendría la literatura en el futuro. O de qué valores que se podían reconocer en la literatura se podía esperar —desear, imaginar, prever— que continuaran en el futuro. En un mundo literario donde la obra de Sara Gallardo parecía olvidada, Piglia sorprendía y presentaba a la Argentina como “El país de Sarmiento, de Borges, de Sara Gallardo, de Manuel Puig”. Ese mismo año, Piglia incluye a Gallardo en la colección que dirigía, “Biblioteca Clásicos Argentinos”, con su novela Eisejuaz. Se iniciaba un proceso de rescate de una autora a la que no le habían faltado lectorxs en su momento —Los galgos, los galgos fue sin duda un éxito comercial cuando se publicó en 1968—, que había sabido tener fama incluso en el campo del periodismo —además de escribir en medios tradicionales como La Nación, había sido columnista estrella, con firma y foto, en Confirmado— pero que desde su muerte en los años ochenta había perdido presencia en el campo literario y sus libros se habían vuelto inaccesibles.
En 2003, la editorial Elefante Blanco reeditó Los galgos, los galgos. En 2004, la edición de Narrativa breve completa en la editorial Emecé recupera, con la excepción de Eizejuaz y Los galgos, los galgos, “la totalidad de la narrativa de ficción de Sara Gallardo: una de las obras más reconocidas —y peor apreciadas— de su tiempo, más olvidadas durante décadas y más revaloradas en estos últimos años”, según indicaba al iniciar su prólogo el escritor Leopoldo Brizuela. En 2009, el rescate continúa con la publicación de Enero en la colección Los recobrados, de la Biblioteca Abelardo Castillo de la Editorial Capital Intelectual.

En 2013 se publica la compilación de artículos y testimonios Escrito en el viento. Lecturas sobre Sara Gallardo, a cargo de Paula Bertúa y Lucía De Leone. El libro incluye lecturas críticas de su obra narrativa y periodística, testimonios sobre su vida y relecturas de su influencia en lxs narradorxs contemporánexs. Participan, entre otrxs, Mariana Docampo, Laura Arnés, Carolina Esses, José Amícola, Alejandra Laera y las compiladoras. En 2015, la propia De Leone se encarga de reunir, bajo el título de Macaneos, las columnas de Gallardo en Confirmado (1967-1972) para la editorial Winograd.
En 2016, la editorial Fiordo reedita Pantalones azules, la segunda novela de Gallardo, originalmente de 1963. En 2018, publica también Enero, originalmente de 1958: la primera novela de la autora. En 2019, Enero iba ya por su tercera edición y Pantalones azules por la cuarta.

Las ediciones de Fiordo no incluyen prólogos pero sí una serie de breves festejos críticos: María Elena Walsh, Pedro Mairal y María Sonia Cristoff tiene a su cargo el “Elogio de Sara Gallardo” en las tapa, contratapa y portada de Enero. Martín Kohan y Leopoldo Brizuela se suman en la edición de Pantalones azules. Mairal subraya que el desapego a las modas literarias vuelve a la de Gallardo una literatura viva. Cristoff aprovecha la prosa de Gallardo para desmerecer a “cualquier forma de realismo mimético y ramplón”. Kohan rescata especalmente la radicalidad de la autora: sus libros “no se parecen a nada”. María Elena Walsh, en la reseña que publica en 1959 como comentario de la primera edición de Enero, anotaba: “La desesperación de una criatura, su doble desamparo como mujer y como desposeída, están narrados con tal hondura que esta novela tiene un destino de conmover y apasionar”.

La doble desposesión a la que hacía referencia Walsh se encarna en la pequeña Nefer, una trabajadora rural adolescente que será víctima de una violación en las primeras páginas del libro. Con un narrador en tercera que constantemente se ve invadido por la voz y la mirada de la adolescente, la novela brinda un artefacto de extremada lucidez narrativa para acompañar las morosas sensaciones que llevan y traen a Nefer entre la noche de la violación y el presente del relato: tres meses después de esa noche, Nefer sabe que está embarazada. La novela comienza: “Hablan de la cosecha y no saben que para entonces ya no habrá remedio —piensa Nefer—; todos los que están aquí, y muchos más, van a saberlo, y nadie dejará de hablar”. Las cosechas organizan el tiempo repetitivo de la novela y de la laboriosa vida en la faena rural, pero la violación y el embarazo no deseado interrumpen, rasgan esa calma reiterativa. ¿Cómo solucionarlo? Nefer piensa en morirse. Piensa en abortar. Piensa en una vida feliz junto a un hombre que ama. ¿Cómo solucionarlo? La casa de una vecina, “la vieja Borges”, promete la posibilidad de un aborto clandestino: “sacar todo”. En su contra juegan la ley, la religión, la condena moral. Dirá la madre: “no se puede hacer, la policía te lleva (…). El que se anda divirtiendo, que la pague”.
El campo juega en la narrativa de Gallardo un lugar especial. Particularmente, en la serie de sus primeras tres novelas, la representación de lo rural es central en su apuesta estética. La presencia del apellido Borges no puede ser casual: los debates sobre el criollismo y la pregunta por el significado de qué es ser un escritor o una escritora argentinx aparece en la obra de Gallardo, entre otras formas, por el modo en que se posiciona en los debates frente a las formas de representar el campo. En Pantalones azules, por ejemplo, encontramos explícito el interés polémico en la construcción paródica que se hace de los personajes Alejandro y su padre, Juan Hernández (ni hace falta subrayar el apellido), que practican un criollismo impostado que Juan Dahlmann hubiera criticado por “ostentoso”. Alejandro proyecta publicar un poemario titulado Facón de plata, en el que la autora deja ver la criolledad voluntariosa de un heredero de largas hectáreas que estudia arquitectura en la capital. Del padre, viejas conocidas lo presentan contándole anécdotas a Alejandro: “¡Y nos peleamos todo el tiempo! Me acuerdo de que el padre de este chico estaba vestido de gaucho de pies a cabeza; rastra de plata, facón, chambergo. Yo le dije que me parecía absurdo que un abogado de Buenos Aires se vistiera así”. La literatura de denuncia se suele asociar a un tono gritón. La narrativa de Sara Gallardo enseña que no necesariamente debe ser así. Sus novelas son denuncias; pero denuncias sutiles, masculladas, susurradas y sollozadas. Es probable que el carácter susurrado de esa denuncia tenga que ver con el tiempo que su obra pasó fuera de foco. Tal vez el susurro y la denuncia sean algunos de los valores que Piglia y Calvino reconocían en la literatura y esperaban —deseaban, imaginaban, preveían— que continuaran en el siglo XXI.

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