No hay demasiada literatura que aborde el universo del rugby, y entre esos pocos libros se encuentran El ingenuo salvaje de David Storey y Legión de José Supera. Ambos construyeron novelas donde se retratan las tensiones y el elitismo dentro de este deporte.

MARIANO GRANIZO

Poca ficción se ha escrito con el rugby como tema o escenario, no es sencillo recordar libros que traten específicamente el tema. De acá hacia allá, de Argentina a Gran Bretaña, puedo citar con esfuerzo, y posiblemente de manera incorrecta, a Bioy Casares diciendo que para ver prefería al fútbol y para jugar al rugby (de back, obviamente, esos que se dice no se golpean ni se ensucian). Esa es la única referencia por parte de un escritor de ficciones argentino que me viene a la mente. Del lado de las islas británicas, recuerdo sí al escocés Irvine Welsh, que no pierde ocasión en sus libros para utilizar como ejemplo de “maricas” y “tontos del culo” (vía traducción española, obviamente) a jugadores y espectadores de rugby. Claro que, para Welsh, en mayor o menor medida, todo el mundo es un marica y un tonto del culo.

Ficción, materia narrativa central.

Un clásico del free cinema inglés (y que tiene su origen en una novela) es This sporting life. El free cinema intentaba que sus modos de producción y sus películas reflejaran la realidad de la clase trabajadora británica (precursores del realismo social británico de Ken Loach, Mike Leigh y Shane Meadows). This sporting life es una novela de David Storey publicada por Impedimenta con el título El ingenuo salvaje. Storey fue un autor británico de la posguerra que se centró en la sórdida vida de la clase obrera en Inglaterra, al igual que Kingsley Amis, Alan Sillitoe, John Braine y Shelagh Delaney: los llamados Angry Young Men o autores de novelas “kitchen sink”. Storey narra la historia de un minero del norte de Inglaterra que, debido a una fortaleza física propia de su trabajo y un espíritu de lucha casi sobrehumano se convierte en estrella del equipo local de rugby. El mismo Storey fue hijo de minero y consiguió pagar sus estudios como profesional del rugby en los 50. Ahora bien, hay un punto que puede ayudarnos a entender por entero la novela de Storey. En el norte de Inglaterra se juega la modalidad de rugby de 13 o rugby league, que desde siempre fue profesional. Esa transformación surge de la imposibilidad de que jueguen los más fuertes, los obreros y mineros, porque ante una lesión corrían riesgo de perder el trabajo. Por lo tanto se profesionaliza con algunos cambios en las reglas que permiten un juego más dinámico y que contribuyen al espectáculo. Se genera un sismo con el rugby tradicional, que continúa siendo amateur por aquella época, salvaguardando el privilegio de clase: solo lo jueguen aquellos que no tenían que cubrir otras necesidades. La novela de Storey está escrita con un lenguaje simple y con descripciones precisas para que podamos sentir lo que siente el jugador al chocar con otro, al caer sobre el césped o el barro, al triunfar en el campo de juego. Pero por sobre todas las cosas Storey capta la lucha de clases en la que se ve inmerso el personaje fuera de la cancha porque, si bien en el juego es uno como el resto (uno con el resto), es más allá de la línea de cal donde las diferencias no consiguen salvarse.

De este lado.

La popularidad del rugby en las Islas británicas, en cualquiera de sus modalidades, no existe de este lado del océano. Y quizá por ello mismo no ha sido materia narrativa en nuestra literatura. Al menos hasta que José Supera se atrevió a describir lo que rodea a la pelota de rugby con una honestidad intelectual arrolladora. Club Hem editores publicó Legión en 2018, y propone una descripción de clase de esas que, al parecer, hoy ya no le interesa a nadie por ser consideradas una antigüedad. En medio de tanto yo narrativo surge un nosotros que nos destroza. Los buenos libros responden a su época y son producto de ella, y en Legión José Supera nos recuerda, por si nuestra aventura ególatra nos lo ha hecho olvidar, que las clases sociales siguen gozando de buena salud.

Ni la de Storey ni la de Supera son novelas sobre el rugby, sobre el juego, sino sobre todo aquello que lo rodea, aquello para lo que resulta una excusa perfecta.

Algunos pasajes de la novela hacen acordar a los diálogos grupales de En la semana trágica, aquella novela corta de David Viñas que es una bomba molotov en sí misma. Y esta de Supera también lo es, te estalla en la cara y te deja ciego. La novela de Viñas es la de la virilidad, porque el mayor temor es ser maricón o que los “rusos” se violen a la novia de uno, que no es violarla a ella sino a uno mismo, lo que te vuelve un maricón que no se sabe defender, porque uno es todo eso que los rusos quieren y que no se puede perder en sus manos, por eso hay que coparles la parada y violarlos a ellos primero; una carrera de virilidad la de esos jóvenes de las guardias blancas, la búsqueda de la reafirmación del derecho a hacer al otro, que es atributo de una clase. “Novias”, “madres”, y “nosotros” son términos que se repiten en la novela de Viñas y en la de Supera. Ese “nosotros” que en Supera también es la clase, no sólo un equipo de rugby. La confirmación de una pertenencia, “la palabra pertenencia nos define”, aunque de quien se hable haya caído: “Aunque parecía la imagen misma de la derrota, todavía seguía perteneciendo a esa buena familia, se lo respetaba y tenía un lugar acá adentro”.
Ni la de Storey ni la de Supera son novelas sobre el rugby, sobre el juego, sino sobre todo aquello que lo rodea, aquello para lo que resulta una excusa perfecta. Porque sí, el rugby es una excusa, y es la clase la que se deja entrever. En la novela de Storey se muestra el ascenso social gracias al rugby profesional y el rechazo de la clase al recién llegado; en Legión el tema se invierte, es la resistencia al cambio, la salvaguarda de la pertenencia (“pertenecemos porque si no desaparecemos”), la reafirmación de los derechos de clase ante el otro. Pero la clase tampoco resulta uniforme, porque así como hay otros clubes que no pertenecen, hay otros miembros de la clase que hacen valer su pertenencia para el bien personal (una estafa hecha gracias a que “siempre tenemos algún conocido del club en algún lugar”) o para modificar los propios derechos de la clase: “Habrá muerte. Dentro de estos límites. Matarán a diecinueve de nuestros jugadores. Pero otros no seremos muertos. Aunque estas voces sean todas las voces. Aunque este tiempo sean todos los tiempos. Pero hay alguien que se mueve entre las sombras. Uno de nosotros, que sabe mucho de nosotros. Afiliaciones, partidos, contactos, nombres, alias. Un militante del partido de las sombras. Porque ahí se mueve. Afuera tiene informantes. Fue una guerra, pensará algún día, muchísimos años después de esos días, para justificarse, y justificarnos”. En el mismo territorio puede convivir una réplica de las guardias blancas cargada de odio con los 19 desaparecidos del club La Plata durante la dictadura. Un mundo complejo que la prosa de Supera, directa y contundente como un tackle, plasma sin un análisis moralista. Este “nosotros” no precisa explicar nada de lo que hace ni piensa, demasiado que lo dice. Porque la sola escritura de esta novela es ya una traición de clase por parte de Supera. En Storey se trata de una primera persona narrativa, un yo, un único yo que puede ascender y está solo en ese ascenso, a merced de los otros; en Supera narra un nosotros, esa primera plural que le hará frente a lo que sea con tal de resistir juntos en su lugar, una primera persona cortante que sabe lo que dice y no se pierde en florituras, no las necesita, porque “nosotros” somos la floritura, la belleza y la fuerza.
El tiempo presente de la narración hace atemporal a la clase, porque ese “nosotros” es la encarnación de lo que fue y lo que será, de todo aquello de lo que no es necesario hablar porque corre por las venas, hincha el pecho y aclara la mente: “Somos hijos de este sistema. Nadie puede vulnerarnos. Somos nosotros los que vulneramos”. El “nosotros” implica la clase: “Somos lo que nadie quiere escuchar, un grito apagado, algo que intenta esconderse. Ahora que estamos olvidados, ahora que nadie habla de nosotros, es cuando estamos volviendo”. Porque cegados por el yo que quiere contar al mundo su aventura nos hemos olvidado que existe un nosotros, y en Legión queda claro que existe una clase que jamás lo ha olvidado, que lo tiene bien presente, una clase que con ese “nosotros” también se distingue de los otros que, como ellos, tienen otras camisetas que representan lo que está fuera de la clase: “nosotros” somos nosotros: un grupo reducido entre todos éstos que se nos parecen pero que no se acercan, ni por asomo, a los orgullosos muchachos de clase alta de las guardias blancas. Y Supera no generaliza: queda bien claro que es un grupo selecto pero, como el que tentó a cierto judío en el desierto, tiene tanto poder que se considera “legión”.