Playlist: los mares del sur
El autor de Kanaka elige cinco libros de narrativa argentina relacionados con la navegación y los navegantes.
J. B. DUIZEIDE
El náufrago de las estrellas (1979), Eduardo Belgrano Rawson
Nacido en provincia tan mediterránea como San Luis, el joven Belgrano Rawson se sintió a tal punto atraído por el agua, que tras ser despedido en los años ´70 del mítico diario La Opinión, compró un pequeño velero y se fue a vivir en él. Semejante forma de invertir el dinero de la indemnización lo ayudó a escribir la novela El náufrago de las estrellas. Se trata de la historia del último viaje de un barco, pero también pretender ser un “poema del mar y del amor” según declaraciones del autor. No cualquier poema, sino un poema intensamente lírico pero que no se priva de grandes momentos de humor. Característica presente en buena parte de su obra narrativa, aunque en este caso es un humor no tan negro como el de la novelas No se turbe vuestro corazón o los cuentos de Vamos fusilando mientras llega la orden.

Convergencias (1985), Hugo Foguet
El tucumano Hugo Foguet, maquinista de buques mercantes de ultramar, escribió un excelente volumen de cuentos que transcurren a bordo de barcos de pabellón argentino en viaje por todo el planeta. Esos cuentos no contradicen antecedentes como su novela Pretérito perfecto (1983), una especie de Ulises ambientada en la Tucumán rebelde de fines de los ´60. Son relatos de inquietud existencial narrados de manera sinuosa apelando a un arsenal de recursos provenientes de las vanguardias históricas, no reproducidos con obediencia fetichista, sino asimilados con inventiva y con irreverencia. Incorporan texturas y tratamientos del tiempo y el espacio infrecuentes para las obras de ambiente náutico que se consideran clásicas. Presentan personajes muy vívidos, perfectamente creíbles como marinos, pero alejados de todo estereotipo. En “Presagios”, Foguet se aventura hasta el límite de la ciencia ficción, al jugar con la posibilidad de una catástrofe mundial y el fin del mundo, tales como se experimentarían a bordo de un carguero que perdió toda comunicación entre altamar y la llamada tierra firme. También resulta notable, por el trabajo con las temporalidades, el cuento “Naufragio”.

La Tierra del Fuego (1998), Sylvia Iparraguirre
Volver a escribir la historia era la única posibilidad que le quedaba tras agotar los diarios de navegación y las crónicas referidas al yámana que el navegante británico Fitz Roy compró por tres botones. Y en consecuencia rebautizado como Jemmy Button. Ese indígena fue conducido hasta Londres junto a otros de su etnia en un viaje que mezclaba castigo, venganza y un experimento educativo tan cruel como delirante: civilizar al buen salvaje llevándolo a la ciudad adonde todos los caminos conducían a mediados del siglo XIX. Iparraguirre inventó un personaje desde cuya perspectiva pudo volver a contar ese viaje iluminándolo críticamente. Un joven compañero de navegación cuyo nombre alude a personajes de la historia americana posterior: John William Guevara. Con la suficiente cercanía por la edad y por tratarse de un mestizo, como indican sus apellidos, pero con la suficiente distancia por tratarse de un blanco. Además de contar de manera nueva una gran historia, La tierra del fuego es una novela acerca de la amistad y sus fronteras, acerca de las inmensas diferencias que pueden existir entre seres humanos cronológicamente contemporáneos, y la posible –imposible- traducción entre sus mundos. Se destacan las imágenes del mar y la comprensión de lo que significa para los navegantes.

Trasfondo (2012), Patricia Ratto
Una tensa Odisea bajo el agua protagonizada por un submarino de la Armada Argentina y sus treinta y cinco tripulantes. No pasa nada la mayor parte del tiempo. Están inmersos en el mar, a la espera, oyendo los movimientos de la superficie y tratando de no ser oídos. Inmersos en mentiras, en simulaciones, en ocultamientos, en hipocresía. Transcurre durante la guerra de Malvinas, pero se la puede leer relacionándola con la guerra en sentido genérico. También caben lecturas que la aprehendan como metáfora del orden social en tanto construcción paranoide, o incluso como un relato acerca de la construcción, circulación y choque de relatos. Su narrador en primera persona resulta más un testigo que un protagonista. Un testigo siempre ubicuo de manera sorprendente, y a medida que la novela y la guerra avanzan, siniestramente ubicuo. El mar de Trasfondo es siempre ominoso. Puede haber en él, de manera temporaria, escondite de los enemigos que rastrean desde la superficie, pero no hay refugio duradero. Y siempre acecha la posibilidad de que ese refugio se convierta en tumba. La cuestión del punto de vista, en Trasfondo, termina convirtiéndose en tema de la misma ficción, en inquietud para el lector, en un agobio que lo acerca a esos hombres sumergidos. ¿Quién narra? ¿Un suboficial del escalafón de máquinas? Las posibles respuestas a esas preguntas definirán el género de Trasfondo, una novela que -como el submarino- puede navegar entre dos aguas. Su prosa, lacónicamente lírica, no sólo puede dar cuenta de las formas de actuar a bordo, sino que indaga en las formas de relacionarse, de comunicarse y hasta en las de temer o esperanzarse. En su brevedad caben alusiones para nada extemporáneas a Céline, a Kafka o a The rime of the ancient Mariner, de Samuel Taylor Coleridge, con su albatros que trae la desgracia y la maldición de tener que contar eternamente.

Tres veces luz (2016), Juan Mattio
Un viaje por mar que pocos se atreven a contar: el de los desplazados del mundo en busca de la supervivencia, el de los polizones en un sistema que pretende globalizar y liberalizar el tráfico de mercancías y divisas, pero se eriza de alambradas y se empina de muros cuando quienes pretenden trasladarse son personas. Tres veces luz puede leerse como actual y originalísimo libro de viajes, como novela negra de estructura inusualmente compleja por su múltiple perspectiva y a la vez como una novela política en la que parecen cruzarse Bertolt Brecht y el Conrad de El corazón de las tinieblas o “Una avanzada del progreso”. Resulta un milagro de concisión y potencia. Tres veces luz, como el Propp, el buque granelero a bordo del cual transcurre la mayor parte de la acción, carga con varias historias. El papel que deja un tripulante suicida, en el que sólo se lee “asesino” en su idioma natal, revela prácticamente desde el inicio lo sucedido con los polizones del Propp. Y lleva a investigar a una fiscal con jurisdicción sobre varios de los puertos privados que fueron erigiéndose sobre el Paraná, donde el control estatal se reduce a lo que haga la Prefectura, siempre tentada por algún suplemento al sueldo. Hay que llegar cuanto antes al buquey requisarlo, porque a bordo, en un contenedor de contrabando cargado por el primer oficial a espaldas del capitán (¿o con el guiño del capitán?), hay dos polizones: Patrice, combatiente revolucionario, y Chucke, un chico de la calle huido de su pueblo en África, estragado por la guerra y la miseria. Patrice (llamado casi como el revolucionario congoleño Lumumba) y Chucke viajan recluidos sin luz, con casi nada de comida y agua, con aire que escasea, enfermos. La manera que encuentra Patrice para aliviar de sus dolores al chico, y para aliviarse, es contar historias, una especie de reescritura oral de la Odisea entre ellas. La manera que encuentra de mantener su disciplina revolucionaria, y su integridad, no es otra que escribir. No sólo escribir contra el silencio del contenedor encerrado en la panza del buque, sino sobre todo contra el silencio de los cómplices y perpetradores: tripulaciones, guardacostas, Estados que no se detienen ante el peligro que puedan correr unas vidas, porque time is money.


Juan Bautista Duizeide nació en Mar del Plata y vive en una isla de Tigre. Egresó del Liceo Naval Almirante Brown como guardiamarina de la reserva, posteriormente cursó estudios en la Escuela Nacional de Náutica Manuel Belgrano, de la que egresó como piloto de ultramar. Después de navegar en toda clase de buques mercantes por el Atlántico, el Pacífico, el Mar del Norte y el Báltico, se dedicó al periodismo cultural. Entre otros libros, publicó Kanaka y La canción del naufragio (novelas), Crónicas con fondo de agua (no ficción), Noche cerrada, mar abierto (cuentos), Alrededor de Haroldo Conti, Spinetta: el lector kamikaze, Federico Moura: ironía y romanticismo y Charly presidente (ensayos). Fue además compilador de la antología Cuentos de navegantes. Formó parte de la Fundación para Promover la Cultura del Agua (F.I.P.C.A.), en la cual se desempeñó como jefe de navegación del velero escuela popular La Sanmartiniana, durante su travesía por el litoral marítimo argentino 2014 – 2015.