El libro póstumo de Libertella
Una política literaria obsesionada con la idea de desmitificar el lenguaje.
Maximiliano Crespi

La importancia de A la santidad del jugador de juegos de azar no radica en su novedad (desde la aparición de El árbol de Saussure a la de Zettel, la literatura libertelliana había ido ligando ya de manera decidida su deseo a una apuesta autocrítica y a una deriva textual cada vez más pronunciada hacia lo informe, lo múltiple y lo inacabado), sino más bien en su inactualidad, es decir: en el contraste y la singularidad que constituye al ser incorporado a cualquier listado de libros producidos durante la última década. En ese sentido, las preguntas que este libro póstumo de Héctor Libertella plantea a la masa pueril de etnografía y fetichismo de la subjetividad en que se solaza la literatura argentina actual son varias y contundentes. Sin embargo, hay dos, fundamentales, sobre las que vale la pena detenerse en especial y sobre todo porque en ellas se define el nervio vital de su apuesta político-literaria.
En primer lugar, a diferencia de lo intentado por la tecnicatura de la felicidad refrerencial, en la literatura libertelliana el objeto a desmitificar no son los discursos sino el lenguaje mismo. La literatura libertelliana empieza donde termina la de Puig. De allí su desencuentro irremediable con la ilusión que ciñe la imaginación etnográfica contemporánea, apoyada en una lectura sesgada y pobretona de la novelística puigiana, donde los discursos sociales adquieren raudamente la testarudez del referente. Libertella no denuncia la cristalización ideológica, la costra sedimentada de los discursos; pone en escena el fascismo de un lenguaje que es a la vez casa, cárcel y laberinto y que crea un espejismo de libertad a fuerza de imponer restricciones, que dispone posibilidades imponiendo obligaciones. Los textos que componen este libro dan cuenta de una escritura cuyo deseo es plenamente paragramatical: burlar el significado, la ley, el padre, lo reprimido; es decir: escribir fuera de género, a merced de lo múltiple, de lo plural, de lo ambiguo.

En segundo lugar, los cuatro elementos fundamentales del universo –es decir, del fantasma– literario libertelliano flotan sobre el texto en las formas del infinitivo. Jugar, beber, escribir, leer, configuran, más que formas sólidas e intransitivas, prácticas líquidas en tránsito, ligadas a una economía inversa: se bebe por beber (y no para salir de la melancolía o para tomar coraje), se juega por jugar (sin el deseo oportunista de pegar el pleno, dar el batacazo o salvar una corrida), se escribe por escribir (y no para decir algo en la servidumbre de la instrumentación: se escribe, como en Literal, para ver qué pasa, para saber qué puede ser escrito), se lee por leer (y no para capitalizar, detentar o acumular un Saber en propiedad).
La de Libertella es una literatura que ironiza sobre la justicia de las Causas y sobre la legitimación por los Fines. Se quita a toda ilusión heroica y a toda extorsión moral. Crece yendo a pérdida. Prolifera en elipsis y se hace única en la multiplicación de las versiones e interversiones. Declaradamente antihumanista, sigue y borra su propio rastro: quiebra las coartadas de la buena conciencia y de la mala fe, desacata demandas y se pone fuera de toda conveniencia con el deber ser. Es por ello que, por contraste, pone al desnudo la canallada de las literaturas actuales, que resignan su propio deseo para seguir –cual claves del éxito– las ordenanzas de la cultura, la realidad, la política y el mercado.