Kingsley Amis: Bufón ácido y caballero de la reina
A través de una obra extensa que incluye mas de veinte novelas, Kingsley Amis dedicó sus fuerzas literarias a irritar a todos los sectores ideológicos de Inglaterra
FERNANDO KRAPP

Si tuviéramos que pensar en un personaje de las letras argentinas similar a Kingsley Amis, ese sería Jorge Asís. Ambos comenzaron sus vidas púbicas en partidos de izquierda (marxista, en el caso del inglés) y viraron hacia un conservadurismo que, en el caso de Amis, terminó por conseguirle el título de Sir. Amis, como Asis, también se convirtió en un payaso de su propio personaje: no llegamos a verlo la versión inglesa de Animales sueltos, pero tenía destino de panelista fijo. Tan desdoblado estaba de sí mismo que durante el final de su vida vivió de prestado: convivía con su primera ex esposa y su tercer marido, padecía trastornos de identidad, a veces creía no dominar su cuerpo y su receta diaria consistía en desayunar escocés, almorzar cervezas, merendar brandy y cenar un par de bourbons. Técnica alimenticia que hubiera admirado a John Lee Hooker.
Amis, por supuesto, siempre fue el centro de las balas que venían desde todos los flancos, posición que asumió con un estoicismo sadomasoquista. Sus polémicas declaraciones de derecha, su faceta de padre borracho o su pasado abiertamente marxista de “angry young man” lo hicieron siempre un blanco fácil. Nosostros supimos más sobre su vida y sus vicisitudes hogareñas gracias a la prematura autobiografía que esccribió su hijo Martin y que tituló, quizás como un gesto de superación karmático, Experiencia. Hubo una segunda parte – no tan buena – llamada Koba, el temible, pero ahí el pequeño Martin se ensañaba con la carrera política frustrada de su padre. A juzgar por las cartas que Amis padre le enviaba a su amigo de toda la vida, el poeta Philip Larkin, la relación con su hijo nunca fue fácil. Envidiaba el prematuro éxito literario de su hijo y su ascenso como rockstar intelectual, y en cuanto podía, le disparaba él mismo algún dardo envenenado, usando todo tipo de palos y palabrotas, evitando prolijamente la palabra “hijo”.

Amis padre hizo lo propio con su vida: publicó El bigote de mi biógrafo. Una parodia más que juguetona en donde el personaje biografiado funciona como reflejo lejano del biógrafo. Un típico paso de comedia de Kingley. Todas estas pequeñas desgracias y vicisitudes que, como bien dijera C. E. Feiling en el que despidió a Kingsley, parecen salidas de una novela de Iris Murdoch. Hace unos años, Impedimenta se dedicó a publicar algunos célebres novelas de estos ingleses de posguerra. Entre ellos están los Cuentos Completos de Amis: un libro extenso, polifacético; un abanico de puertas de entradas al mundo Amis que recopila todos los relatos desde su juventud como estudiante y colimba, pasando por diversas piezas cómicas y parodias (a Sherlock Holmes, entre otros) hasta sus maduras experimentaciones con diversos géneros: el gótico, la ciencia ficción, el horror cósmico, el fantástico y el espionaje.
Un pantallazo temático de esos veintitrés cuentos de duración variable nos da una muestra más o menos cabal de sus intereses literarios: los primeros relatos están signados por los bemoles en oficinas militares, con soldados con pocas ganas de trabajar, y recuerdan a la época cómica que Amis inició en 1954 con su novela Lucky Jim. También retoma a los personajes de su novela gótica El hombre verde en “¿Quién o qué era?”, en donde ubica en el centro de la trama una versión deformada de sí mismo. Viaja en el tiempo literario para poner al padre de Elizabeth Barret Browning en contra del matrimonio con Robert Browning en “El secreto del señor Barret”. Y manda a unos borrachines al futuro para ver qué bebidas se toman en el año 2003 en “El clarete del 2003”.

Amis era un novelista raso que escribió 24 novelas en vida. Publicó extensos ensayos sobre la ciencia ficción y la narrativa moral (léase la narrativa de Henry Fielding, Charles Dickens o Evelyn Waugh). No era un esteta del cuento o del relato (pregonaba que Inglaterra necesitaba con urgencia de un nuevo Rudyard Kipling), y, para él, la mera extensión del cuento corto es como pasar de hacer “malabares con veinte bolos a usar solo dos”. Sin embargo, sus cuentos renuevan esa vieja tradición. Leerlos es como volver a leer a Allan Sillitoe y sus relatos sociales de la primera época.
La importancia de Amis en la narrativa inglesa se relaciona con la apertura de la práctica literaria hacia nuevos sectores sociales, en el medio de una sociedad duramente estratificada. Era un poco el bufón de las clases acomodadas, cuya risa amarga ponía en evidencia los códigos morales de una sociedad desmoralizada como la Inglaterra de posguerra. Los circuitos chicos fueron los ambientes en donde desplegó su maestría satírica: la universidad de provincias, el servicio militar, el uso popular de los géneros, tal y como señala David Lodge en su prólogo a Lucky Jim. Antes de la década de los 50 la literatura en Inglaterra era un juego de caballeros, una demostración retórica de clase. La actitud polémica de Amis fue la de lanzar dardos y acomodarse a los codazos en la burguesía inglesa de entreguerras (1940 y 1950) y remarcar, desde ese lugar incómodo, las actitudes biempensantes de una burguesía camaleónica que terminaron por comerselo en vida.