El corazón del lenguaje

A partir de un ensayo de George Steiner, un recorrido virtuoso por los choques, las complicidades, las interpenetraciones y amalgamas entre filosofía y literatura; el poema y el tratado de metafísica.

DIEGO ERLAN
Golconda, 1953 de Rene Magritte

Fernando Pessoa se consideraba un poeta impulsado por la filosofía y no un filósofo con cualidades poéticas. En sus diarios confiesa que le fascinaba observar la belleza de las cosas y dibujar lo imperceptible, lo minúsculo, aquello que define el alma poética del universo. Entendía que la poesía es admiración, perplejidad, como la de un ser que hubiera caído del cielo y se diera cuenta de ello durante su propia caída. Como alguien que conociera las cosas en el alma y luchando por recordar este conocimiento, se diera cuenta de que no era así como las conocía, no bajo esa forma y esas condiciones, y fuera incapaz de recordar más. Pessoa intenta desentrañar lo indescifrable: la materia oscura.

Eso mismo se propone hacer George Steiner en un ensayo como La poesía del pensamiento donde utiliza la analogía de uno de los componentes más enigmáticos del universo, esa sustancia invisible que tiene masa pero no interacciona con la luz para explorar, en la historia del pensamiento, los choques, las complicidades, las interpenetraciones y amalgamas entre filosofía y literatura, entre el poema y el tratado de metafísica. Casi al final de su libro explicita la intención que lo convoca expuesta en una frase de Montaigne (“toda filosofía no es más que una poesía sofisticada”) pero no olvida que, para otros pensadores como Husserl, “las intimidades entre lo filosófico y lo poético son incestuosas y recíprocamente perjudiciales”. “Quiero estudiar –plantea Steiner– los contactos sinápticos entre argumento filosófico y expresión literaria.” Sin embargo aclara que estas interpenetraciones y fusiones nunca son totales, pero nos llevan al corazón del lenguaje y de la creatividad de la razón.

Los ejes que plantea Steiner podrían leerse en espejo, en última instancia, con las obsesiones de Gary Lachman al tratar de conectar lo meramente biológico de la mente (ese “vasto conjunto de células nerviosas y moléculas asociadas”) con lo metafísico en Una historia secreta de la consciencia, un rastreo por ideas más subterráneas donde se cruzan las investigaciones sobre el lenguaje de Owen Barfield, y los nombres más conocidos de William James, Nietzsche y el esoterismo de Madame Blavatsky. En este punto no podríamos olvidarnos la estrecha relación entre un personaje como Blavatsky y sus influencias sobre la poesía de W. B. Yeats. Sería interesante volver a leer el estudio introductorio de Antonio Rivero Taravillo a la Poesía reunida de Yeats para entender un poco más ese filón.

Sartre admitió que en toda filosofía hay “una prosa literaria oculta” y Althusser estaba convencido de que el pensamiento filosófico puede ser hecho realidad “sólo con metáforas”. Los ejemplos abundan. Los diálogos de Platón poseen una estructura dramática demoledora. Descartes no sería el mismo sin la capacidad que tiene de puntuar las oraciones y el uso que hace del subjuntivo y el pluscuamperfecto precede indudablemente a Proust. No es la única relación. Balzac nunca deja de cautivar y asombrar a Marx y Válery se sintió atraído por Poincaré, las paradojas de Zenón y encontró en Nietzsche la simbiosis entre lírica y argumentación a la que él mismo aspiraba. Steiner también apunta que la complejidad de los “antitextos” de Hegel colisiona con el pantano inerte del lugar común para conducirnos directamente al abismo. Steiner también entiende que no podría haber un Derrida fuera del juego de las palabras iniciado por el surrealismo y el dadaísmo, y propone el Tractatus de Wittgenstein como una obra de arte sin comparación ni en la filosofía ni en la literatura, teniendo en cuenta que la cadencia combinatoria de sus esquirlas son de una calidad poética inigualable, que sitúa al libro más cerca de los Proverbios de Blake y de las Iluminaciones de Rimbaud que de ningún texto formalmente filosófico. A su vez, el aporte de Dante a la teología filosófica, a la ontología post-aristotélica, a la teoría política, a la estética, a las especulaciones cosmológicas son, sin duda, de suma importancia. Se trata, dice Steiner, de un intelecto sutil cuya gama de referencias filosóficas es omnívora e incluye el legado de Aristóteles, Séneca, los estoicos, Cicerón, los Padres de la Iglesia, Averroes, Aquino y, quizá, otras fuentes islámicas. Etiene Gilson, entre otros, señaló que Dante imaginaba una metafísica total que incluyera la teología, desentrañando así los secretos del ser y del Universo. No es casual que la física teórica utilice una metáfora como la de la cuerda para explicar la teoría del campo unificado. No es casual tampoco que Steiner comience el primer ensayo del libro hablando sobre música. “La música llega a poseer nuestro cuerpo y nuestra conciencia. Tranquiliza y enloquece, consuela o causa desolación”, escribe. “Aunque sea vagamente, la música se acerca más que ninguna otra presencia sentida a inferir, a prever la posible realidad de la trascendencia, de un encuentro con lo numinoso y con lo sobrenatural, que se encuentran fuera del alcance de lo empírico.” Digo, no es casual: los elementos musicales se experimentan o clasifican como sintaxis; la construcción en desarrollo de una sonata, su “tema” inicial y secundario, se designa como gramática y las exposiciones musicales tienen su retórica, elocuencia o economía. Pater lo sabía y Borges a través de él: todas las artes propenden a la condición de la música, acaso porque en ella el fondo es la forma. “No podemos referir una melodía como podemos referir las líneas generales de un cuento”, sentenció Borges en el prólogo a El otro, el mismo, de 1964. Sin embargo, también en el centro de la materia oscura de la poesía se encuentra el estilo. Volvamos a esa obra monstruosa que es el Tractatus de Wittgenstein. Allí el lector (que también es un oyente) experimenta un palpitar de axiomas y argumentos que avanza hacia un bajo sostenido. El efecto es tan convincente que utiliza los huecos y los silencios, dentro del tejido serial, para empujarnos a la intemperie.

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