Playlist: i mattatori

El narrador, actor, dramaturgo y director teatral reflexiona acerca de tres actores geniales de la pantalla grande

ROBERTO VIDELA

Vittorio Gassman

Me gustó mucho en cine. ll sorpasso de Dino Risi estaba hecho para él: divertido, invasor, desenfadado, jugando al borde del estereotipo sin caer nunca en él, todo lo contrario de Mastroianni, que trabajaba desde lo medido y la contención, hasta en los disparates. Hace poco vi en TV un enfrentamiento que tuvo Gassman en un seminario multitudinario de Carmelo Bene, un endiosado por los demás y por él mismo. En ese duelo de ideas y confrontaciones sobre la actuación, Gassman llevó las de ganar, se mostró inteligente y humano, irrespetuoso y verdadero, mientras Carmelo Bene bizqueaba y se hacía el santito con aureola y todo, lleno de palabras vacías: Yo soy el poeta, yo soy la poesía, y además soy el verdadero teatro, etc. Luego vi con desconsuelo, hace minutos, por Gassman, unas lecturas de La divina comedia. Altisonante, excesivo, la mirada hueca, la voz trémula de énfasis, los gestos ampulosos, simétricos, como los de Al Pacino. Me dio vergüenza y no pude seguir mirando.


Laurence Olivier

Siempre me saturó: la voz impostada, el aire real -de realeza. Algo que se le escapaba descontrolado lo evidenciaba y hacía que su tórax se inflara henchido de sí, de aire vano. Un globo. Sin embargo,vi en Italia en 1983 la versión de un buen director, Michael Elliott o Peter Hall, de Rey Lear,hecha por un Lawrence Olivier ya viejo. Se podía ver en TV en un acontecimiento especial de la RAI junto a la BBC:Olivier doblado por Enrico Maria Salerno o, sintonizando la TV con la BBC, la versión original. Así como la voz de Salerno era rígida, estruendosa, impostada y falsa como la de Gassman haciendo Dante –supongo que también Enrico se sentía un Dios–, lo de Olivier era magnífico, simple, profundo y conmovedor. Musitaba las palabras en un lamento casi inaudible. El final del pobre rey viejo y loco, perdido en un terreno descampado y solitario, fue una de las mejores actuaciones -en teatro- que yo haya visto. Lo vi en blanco y negro, lo que hacía todo aún más hermoso.


Alfredo Alcón

Por la calle muchas personas se me quedan mirando. Dicen que me parezco. Me parezco a un muerto.
Prisioneros de una noche, de David José Kohon,es para mí una de las mejores películas argentinas. Todo lo que vi después de Alcón me pareció horrendo, tanto los próceres y milongueros como sus intervenciones en la tele. Vacío y estereotipado, solemne, pago de sí, narcisista. Yo no le creía nada y terminaba apagando la televisión o no yendo al cine. En cambio, cuando hablaba sobre el teatro y la actuación era genial, certero y amplio. Decía, en mis palabras pobres, que el actor reescribe en escena el texto del autor. Lo opuesto a lo que hacía. Fui entonces a verlo, lleno de prejuicios, en Los caminos de Federico, sobre textos de Lorca, dirigido por Lluís Pasqual. Lo vi desde el gallinero. Sentí y siento que es la actuación en teatro más extraordinaria que haya visto. Desde lo alto se podía observaren el escenario su movimiento esencial, para apoyarse y proyectarse en las palabras. Parecía que levitaba. Lleno de una energía extrema y delicada a la vez, se movía constantemente a unos centímetros del suelo, parecía que tomaba vuelo.¡Finalmente! Pasqual consiguió armonizarlo y potenciarlo. Dar con él. Alguien tenía el secreto para que aflorara su enorme talento.


Roberto Videla -1948, General Alvear, Mendoza- es licenciado en cine, actor, director, dramaturgo, escritor. Fue docente en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Córdoba, integrante del Libre Teatro Libre -LTL-, de Psico/Cine. También fue parte del grupo La ciotola de Verona, del Proyecto Stanislavski en Pontedera, Italia. Esto último en un exilio que duró 10 años, desde 1975 a 1984. A su regreso fue director en Córdoba del Taller Teatral del IEC, de Bajamar, del grupo Fra Noi de Colonia Caroya, del taller del Hospital Neuropsiquiátrico, de El Cuenco Teatro. En 2008 publicó su primer libro, Animales. Es autor, entre otros , de los libros Perla, El chico, Dichas y quebrantos, Maestros traiciones, Chispas, La intimidad, Tren, Tambor, Cachetazos. Publica casi siempre con Editorial Babel, aunque también editó con Mansalva, Postales Japonesas, Llantodemudo, Borde Perdido y Pasto. Sus libros se instalan en un borde entre autobiografía y ficción.