Cómo desaparecer completamente
Un padre y una hija deciden dejar atrás el mundo civilizado sin dejar rastro. Mi abandono, de Peter Rock discute con la vieja idea de romantizar la vida en un entorno natural y salvaje.
LAURA BURGOS

En Mayo del año 2004, el periódico de Oregon publicó una nota con la historia de un hombre que había sido hallado viviendo con su hija, debajo de una carpa de plástico, en Forest Park. El hombre no tenía antecedentes policiales y la chica estaba perfectamente escolarizada, no había rasgos de abuso sexual, ni de agresiones físicas. Ambos vivían pacíficamente en esa zona fría y un poco mágica, salvaje y de ensueño, al norte de los Estados Unidos, una de las reservas forestales más grandes del mundo.
El hombre y la chica habían vivido en esas condiciones por cuatro años. La policía estaba sorprendida de lo limpia y educada que era la chica de 12. Le dieron un trabajo, le consiguieron una casa en uno de los pueblos cercanos al parque, y la chica empezó el colegio, como (diría cualquiera de nosotros) los hijos de la civilización, un chico normal. Al cabo de un año, el mismo diario publicó otra nota sobre el caso (hay pocas noticias en los pueblos, se nota). El padre y la chica se habían escapado de las bondades del Estado y habían regresado, al parecer, al parque, o a algún otro lugar alejad de la ciudad.

El escritor americano Peter Rock leyó las dos noticias, y durante unos meses se quedó esperando un tercer artículo: el hipotético regreso del padre y su hija a la ciudad. Pero ese regreso nunca ocurrió. Y de a poco, en su cabeza, se fue gestando la idea de crear su propia versión. ¿Qué los había llevado de nuevo al bosque? ¿Qué le había pasado a la chica después de haber entrado en contacto con otros chicos de su edad? ¿Qué hacía que su padre tuviera que volver?
Rock viajó entonces a Forest Park. Estuvo varios meses acampando en la naturaleza, tratando de entender la mentalidad del padre, pero sobre todo de la chica. Buscaba, dijo en una entrevista, una voz que pudiera combinar un conocimiento experiencial de la naturaleza y al mismo tiempo un cuidado por el otro. ¿Qué le pasa a un chico de 12 año que solo tiene contacto con un mayor y con un entorno natural, cuando está alejado de la escolarización estatal y del sistema social que nos vuelve civilizados?

Mi abandono (traducida, lo anuncia la portada, por Micaela Ortelli, y publicada por Godot) transforma esa experiencia creativa de Rock en un relato profundo sobre la toma de decisiones. La novela de Rock se inscribe en una tradición muy clara: El llamado de la selva de Jack London, sí, y La frontera de Cormac McCarthy, en donde el contacto con la naturaleza moldea la educación sentimental (el famoso coming of age) de los personajes. Pero la pregunta de Rock es ambigua y contemporánea (alejada de los buscadores de oro de London o los chicos desclasados y melancólicos de McCarthy): ¿hacia donde hay que ir para encontrar lugares naturales en donde refugiarse del ruido del mundo? Y, por otra parte, ¿es posible vivir en el total aislamiento sin la presencia de un Estado? En ese regreso hipotético, imaginado por Rock, Caroline toma una decisión con respeto a la educación que recibe de su padre. Es una decisión abrupta que involucra un proyecto a futuro.
Romantizamos la vida salvaje pero al mismo tiempo ese “llamado” hacia lo natural despierta en nosotros una contradictoria sensación de libertad. Creemos que hay infinitas posibilidades si abrazamos ese cambio de vida como una causa moral, capaz de llevarnos hacia una forma de habitar el mundo alejada del sistema que ha configurado nuestras consciencias. La pregunta que se hace el texto de Rock plantea un problema, ¿es realmente así? ¿Es realmente como imaginamos? En ese sentido, el personaje del padre es interesante. Rock podría haber caído en todos los estereotipos de hombre solitario, rudo, resentido; sin embargo es un hombre melancólico que de pronto no pudo vivir más en una ciudad. Y ese desgarro que manifiesta lo traslada como una sutura cicatrizante a su hija (que es adoptiva) bajo la ambigua forma del amor filial. La pedagogía que construye para educarla no es hace más que tejer un cerco emocional que la aleja de lo que probablemente defina nuestra humanidad: el vivir juntos.