La suma de todos los miedos
En Nuestra parte de noche, ganadora del último premio Herralde de novela, Mariana Enríquez construye una summa consciente de sus intereses literarios
FLAVIO LO PRESTI

Sentarse a hablar con Mariana Enríquez supone un problema: la desgrabación de la entrevista se desordena en un flujo continuo de datos y entusiasmo casi imposible de reproducir. El listado de los libros de New Weird que carga en su viejo Kindle le toma a su voz un despliegue de unos diez minutos, en los que ametralla con nombres propios: Paul Tremblay, Peter Straub, Stephen King (“obviamente, la segunda parte del libro cuando los chicos son chicos es Stephen King”); Anna Starobinets, Víctor LaValle (“un tipo rarísimo porque hace novelas tipo Lovecraft pero es negro”), Neil Gainman, Joyce Carol Oates (“no hace solamente terror pero cuando hace terror es una bomba”), Clive Barker (“toda esta cuestión física del personaje está afanadísima de Clive Barker”), Thomas Ligotti; Laird Barron y Richard Gavin (“están más interesados en la cuestión ocultista, sobre todo Gavin”).
Algo de esa sobrecarga informativa tiene Nuestra parte de noche, novela que acaba de ganar el premio Herralde y que tiene alrededor de setecientas páginas. Enríquez la define como una especie de suma consciente de sus intereses, como la novela en la que puso todo lo que existe en su sistema planetario de influencias y lecturas. La trama de la novela está atravesada por elementos que vienen conformando un móvil imaginario de figuras alrededor de su nombre: el trabajo con fuerzas ocultas, la magia, la religiosidad popular argentina, los personajes masculinos byroneanos, las lecturas románticas, el poder mágico de la sexualidad, los efectos más oscuros del terrorismo de estado. Todo encuentra lugar y conforma una suerte de paradoja: inusual en la literatura argentina, con sus libros, artículos e intervenciones, Enríquez nos ha ido acostumbrando a este universo al punto de que, cuando empezamos a transitar Nuestra parte de noche, es imposible para sus lectores no sentir una poderosa familiaridad.

Leyendo Nuestra parte de noche, uno nota que es difícil armarle una “conexión local”. Piglia decía que es interesante pensar, frente a un libro, con qué parte de la tradición local se conecta. Pero es claramente un libro conectado con una tradición que no es la del Río de la Plata.
Es medio bestia decirlo porque no es un libro muy apreciado, pero creo que encuentro una conexión en Sobre héroes y tumbas. Hay algo de esa novela que sí, incluso la forma, las partes. A mí me parece un libro muy poderoso, pero lo que le ha pasado para mí es que ideológicamente está todo mal. Es muy gorila. Incluso lo de Lavalle, está bien escrito pero se equivocó, hombre. Incluso cuando cuenta la quema de las iglesias y no el bombardeo a plaza de mayo. Si contara las dos cosas, vos decís: “está hablando de la tragedia argentina”. Pero es solo un lado el que cuenta. De todos modos, está muy bien escrito. Además es, de las novelas grandes de la literatura argentina, la más fantástica en términos de género.
Yo relacionaba tu novela con La batalla del calentamiento de Figueras
Sí, también. Tiene algo. O El mal menor, de Feiling, que no me vuelve loca, como libro, sobre todo el final. El final es flojo, tiene varios problemas, y que es muy duro para fantástico, y que agarra un mito que ya existe que es el de los hombres justos y lo pone acá de una forma un poco grosera. Encima Feiling que tiene fama de elegante. A lo mejor quería hacer un libro más pop, está muerto, no se lo puedo preguntar. Pero la intención del libro me copa. Está parte de Buenos Aires, meter un mito ahí, relacionar a la gente con eso.
Hay algo en la región refractario a ciertos géneros, al weird, por ejemplo, pero vos fuiste por ese lado. ¿Por qué?
Y, porque a mí me interesa. A mí me interesa y además me parece que que exista una tradición literaria influye pero no te marca. No es que indefectiblemente vos vas a escribir a partir de eso.
¿Y cómo llegaste vos a esa zona de la literatura?
A mí siempre me gustó, es lo que siempre leí con entusiasmo toda mi vida. Son mis primeros recuerdos literarios, la literatura fantástica que es bastante común en niños y jóvenes, pero no se me pasó nunca. Mi primer libro favorito fue la historia interminable de Michael Ende. Leía mucha mitología, y novelones góticos tipo Jane Eyre, Cumbres Borrascosas. Hay gente que como que envejece y como que se gradúa de la literatura fantástica. Hay gente que tiene el fantástico muy asociado a la infancia, y si no gente que va hacia ese lado y se especializa en eso: la gente que lee ciencia ficción, que escribe ciencia ficción, que le gusta el terror.
Pero vos no estás en ninguno de los dos puntos. No abandonaste como un romance juvenil ni te profesionalizaste.
Es un gusto continuo y es lo que sigo leyendo.
Hay algunos libros tuyos que no van por ese lado, como Bajar es lo peor o Cómo desaparecer completamente, aunque no sé cómo te llevás hoy con ellos.
No, no, bien, son libros míos. Son libros que me gustan, además. Y no sé, tampoco, en el futuro, si me voy a mantener siempre ahí. El libro de Silvina Ocampo por ejemplo es un libro que considero muy ahí, por más que es un libro a pedido, es un libro sobre un personaje que me interesa, pero es una investigación periodística. El libro de los cementerios lo mismo, son crónicas realistas, de un tema que me es afín temáticamente, pero es un libro periodístico. Entonces aunque me gusta escribir género y leo género, no necesariamente me siento una escritora de género. Lo que pasa es que también me molesta, bastante, esa cuestión de “excede el género”. Que me parece elitista o antiguo, como que “el realismo es el señor y el género…”
Algo de lo que habría que graduarse.
Claro.
Nuestra parte de noche se puede conectar con Este es el mar, en un sentido. Y con una serie de artículos tuyos en Página/12. Está anudado un gusto controversial de idólatra, lo pensé con respecto a las descripciones del personaje de Juan, un hombre de una belleza sobrehumana e irresistible, el prototipo del dios Pop.
¿Mi genealogía de eso sabés qué es? El romanticismo, eso es Byron. Byron poeta también, no sólo Byron personaje, que obviamente. Pero todo el romanticismo de esa época. Adonais de Shelley, ese tipo de poetas. Keats también, aunque tenía otra onda. Pero también tenía esos poemas larguísimos, Lamia, La Belle dame sans merci, esos poemas de seres hermosos que te subyugan. Es un tema del romanticismo. En mi caso no solo es una influencia literaria de la época, que me fascina, sino también de los artistas plásticos. Me encantan los prerrafaelistas, esa cosa clásica, eso de volver al cuerpo clásico, idealizado, ese mundo como anticuado. Anacrónico. Es parte de mi educación estética. Yo leía eso.
Además yo no creo en general que uno tenga… Me parece que uno con las cosas que lo influenciaron y que le fascinan tiene que trabajar e investigarlas y entender por qué lo fascinan e ir por eso antes que dejarlas de lado por incorrección política. Yo sé que no es el mejor momento, pero a mí no me interesa. Pero al mismo tiempo, Juan tiene todo eso pero yo también lo pensé como que el cuerpo de él tiene que ver con las lecturas de Ballard, de Clive Barker y también con el romanticismo. Byron no tanto, pero Keats se murió a los veinticinco años, y hay todo un culto de su agonía (yo estoy muy fascinada con él) los amigos lo pintaban muriendo. Como una estetización de su agonía que era algo que a mí me interesaba. Chatterton, los poetas suicidas, toda esa época. Y eso está todo ahí y eso también es Emily Brontë y Heatcliff. Esa gente demoníaca y terrorífica, eso también es Juan. Heatcliff también es Byron. Esa tradición que hoy termina en las estrellas de rock, quizás. Esa estética. Irresistible pero quebrado.
Como en Este es el mar se mezclaban tradiciones, en Nuestra parte de noche elementos de otras traiciones se cruzan con la mitología correntina. ¿Cómo pensás esos cruces?

Me interesa hablar de las religiones populares argentinas y latinoamericanas, las argentinas son las que más manejo. Lo pensé un poco históricamente, cómo trabajarían estas dos familias de ocultistas, una de las dos familias principales de la novela es inglesa y la otra es argentina. Todos los ocultistas británicos, que son los que más me interesa leer, Aleister Crowley, Dion Fortune, pero también los egiptólogos, por ejemplo, y escritores como Yeats, Arthur Machen, toda esa gente tenía especial fascinación por las mitologías locales, no solo las propias. El imperialismo (un poco está en el libro eso también) tenía una fascinación por las religiones populares que tenía otra gente. Y la idea de que todo está conectado por una especie de energía precristiana que tiene diferentes manifestaciones en diferentes lugares. Ahí está Jung, pero en lugar de tomarlo por el lado psicológico, el inconsciente colectivo, lo tomo por el lado más práctico, más mágico, y más religioso, más bruto: no lo están pensando como una metáfora, sino como una realidad. Y, entonces en ese sentido el movimiento que hacen los ingleses estos de la novela es el mismo que hacen cuando van a Egipto y se traen los dioses de Egipto, aceptan de la misma manera a los dioses correntinos. No es que lo hayan hecho, pero hubieran podido. Por eso el personaje de Rosario es antropóloga, hay un mundo ahí que es el de esta gente. Si vas al Museo Británico ves que tiene el espejo de John Dee, que es el que usaba la reina Isabel, que es el espejo a través del cual le hablaban los ángeles a su médium y de esa manera tomaba decisiones para invadir países.
Cosas que muchos años después intentó hacer con Churchill Aleister Crowley, que estaba en una asociación importante con Yaats y con gente en apariencia más seria pero que estaba igual de chiflada e intentó explicarle a Churchill cómo hacer para que Alemania no invadiera Inglaterra con métodos mágicos, pensando en la magia de John Dee que se llama Magia Enocchiana, y Churchill lo sacó del orto pero la verdad es que no invadieron. Yo no sé si el hombre después no dijo “bueno, Churchill no me cree pero voy a hacer este ritualito y vamos a mantener la Isla en paz”, no lo leí en sus biografías. A mí me parece que conocer a estos ocultistas tiene que ver en realidad con mis lectura literarias de género, porque me parece que los escritores de género ese es un lugar al que van, de donde se toman mitos, personajes, tradiciones; son escritores poco leídos, poco traducidos, no es una cosa a la que estemos muy abiertos acá. Entonces la idea como de un momento de los años 60 ingleses que son muy esotéricos, que están todos fascinados con Stonhenge, la Era de Acuario, que no es sólo un misticismo buena onda, hay una parte que es hippie buena onda pero hay otra parte que es Charles Manson, y Manson también tiene una relación con una secta inglesa de satanistas que andaban todos de polera negra como Paulo Coelho, una cosa rara eso, que se llama the Process, y the Process son también hippies rarísimos y se sabe que fueron a California y hablaron con Manson, se sabe que hay un lado oscuro de la cuestión, espiritual. Eso está muy en la tradición literaria del terror.
¿Qué relación tenés a la magia en términos de creencia?
Ninguna.
Es un gusto estético.
Sí. A ver, juego con algunas cosas, tiro el Tarot. Y tengo muchos libros, y leo, y me interesa, es un mundo fascinante. Me parece una idea maravillosa. Es como los zombies. Creo que no se cree en ellos, pero como metáfora es super poderosa. Y la magia y el ocultismo también, la idea de un poder secreto, que es de poca gente. Tampoco se aleja tanto de la idea de los dueños del saber. Del FMI.
¿No le tenías miedo a la corrección política?
¿En qué sentido?
En el sentido de que la dictadura podía volverse algo tópico, algo demasiado solidificado. ¿Te parecía el clima para arrancar la historia?
Sí, sí. Además es muy ochenta, la novela. Después está la segunda parte que transcurre en el 86 y la tercera en los noventa. Solo la primera parte es en la dictadura. Empieza con eso pero después ya no hay tanto. Me interesaba que se relacionara directamente a esta familia con el poder de la dictadura. Ellos están un poco al margen, de todos modos, en el sentido de que no les hace falta. Pero que sean parte de ese poder sí, y de esa crueldad, que estén cómodos con eso, haciendo sus cosas y sus rituales, protegidos…
¿Cómo pensaste todo eso? ¿Tiene alguna base fáctica?
Casi nada. La verdad, debe ser uno de los libros más personales míos, en el sentido de que tiene más obsesiones y gustos míos, geográficos, estéticos, de lectura, de cruces, de mezclas. Y de los menos autobiográfico. Por eso es el más personal, porque está todo mezclado al borde del pastiche, como hacer un esfuerzo de hacer un sistema con todas las cosas que me interesan o me gustan mucho, incluso de forma forzada. Por ejemplo en la segunda parte hay un momento en que Gaspar crece, y viven juntos en una casa solos, y entra a verlo a su padre y a pelearse por alguna cuestión y están mirando libros y hay un libro de Keats, y no me importa, es para subrayar eso que hablábamos antes: cuerpos jóvenes, romantización de la agonía, etcétera. Lo hago a propósito, van a leer ese libro y no otro, no importa si pierdo dos páginas hablando de Keats.
¿No tenías miedo a que no funcione todo junto?
Para mí funciona. Hay un punto en el que me doy cuenta de que no es un libro perfecto, como ningún libro que leo o escribo. Hay gente que llora: no, me salió mal. Si me salió mal no lo publico, tampoco hay gente clamando por un libro de nadie. Mi intención literaria era esa. Todas mis referencias, pensarlas como una especie de gran narrativa relacionada con un sistema. Porque a veces los gustos de uno son como planetas sueltos y yo tengo un sistema solar genealógico que va desde mis primeras lecturas de Cumbres Borrascosas a los escritores de New Weird que estoy leyendo ahora. De alguna manera hay una especie de historia de mis lecturas ahí, más allá de la trama.
Y te salió.
Con algunas objeciones que me hago, que no tienen que ver con el exceso, sí.
Qué objeciones.
Siempre en un libro que escribís hay una parte que podría ser más dinámica, o más larga, o lo que sea. Incluí al periodismo, a Walsh, que es el único que escribió un texto sobre San La muerte, y entonces está esta periodista de investigación que encuentra una fosa de huesos. Esa lectura del libro es una lectura posible, las de mis referencias, pero traté que la historia funcione sin que nadie tenga que entender cómo se conecta conmigo. Traté de que no sea abrumador, y cuando lo es, también es una decisión consciente. A veces leemos libros que tienen partes caprichosas, y es que así se escribe un libro, tiene que ver con la indulgencia del escritor. Yo tenía ganas de soltar otro tipo de cosas.
Hay un mito de taller del libro perfecto.
Hay una cosa bastante compleja del taller que es una especie de máxima de de cierta literatura norteamericana, que es la de show, don’t tell, para evitar la retórica. Y los escritores yanquis no son todos así, Pynchon no es así, Ford no es así, y son dos tipos tan diferentes. Agarrás El periodista deportivo y el tipo está pensando veinticinco páginas no con la técnica modernista de Joyce, pero sí claramente en su interioridad. Doctorow tampoco es así. Hay una parte que en efecto son así, pero no todos. Ni siquiera la mayoría, y en mi caso son los que menos me gustan. Me gustan Faulkner, McCarthy. O los que son más o menos así, como Carson McCullers, que es una escritora más clásica.
Viendo la extensión de la novela, su cualidad de summa, uno se pregunta si fue muy difícil pasar de los libros relativamente breves a estas otras dimensiones.
Me costó mucho la continuidad. Yo no soy muy ordenada. En la escritura, digo, aunque en la vida tampoco. En la vida me la monto mejor, digamos. Pero en un texto tan largo te tenés que acordar si el tipo de la página cinco puede reaccionar como en la página cuatrocientos. Me cuesta sostener esa atención, entonces es uno de los textos que di a leer mucho a otros. De hecho al final aparecen unos agradecimientos y es la mayoría de la gente que la leyó. Necesité lectores que me ayuden. Podar fue complicado. Tomar decisiones de sacar escenas, subtramas. Y después yo no quería hacer una novela de voces, pero como son varias partes, y quería sostener un narrador en tercera, a pesar de que hay tres momentos en que se recurre a la primera. La novelas de voces funcionan si tenés un oído como el de Bolaño en Los detectives salvajes, y yo no lo tengo. Lo tengo corto, como para hacer la crónica periodística de la fosa de huesos. Ese tipo de decisiones eran complicadas. Cómo lo escribo, cuáles son los puntos de vistas, salían naturalmente pero después sostenerlas en la corrección fue difícil.
¿Y ahora estás escribiendo algo?
No, ahora no. El premio hace que la gente te preste una atención enorme. Ahora estoy cansada.