La otra distancia
La multipremiada e internacionalmente elogiada Samanta Schweblin habla en exclusiva de su poética del extrañamiento, de su reticencia a la corrección, de las exigencias materiales del trabajo literario y del desafío de escribir para el cine.
MATÍAS CASTELLI

En esta entrevista realizada por el periodista y escritor Matías Castelli para Cuaderno Waldhuter, la dos veces finalista del Man Booker Prize Samanta Schweblin habla de Siete casas vacías, el extraordinario libro de relatos con el que obtuvo el IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, mientras da los últimos retoques al guión de Distancia de rescate, la película dirigida por la peruana Claudia Llosa que se filmó a comienzos de este año y que se lanzará en 2020 a través de la plataforma Netflix.
¿Qué representa Siete casas vacías en el conjunto de tu obra narrativa?
Fue el regreso al cuento luego de mi primera incursión en la narración larga, con Distancia de rescate. Creo que esa incursión por una narrativa más larga me hizo regresar al cuento de otra manera. Quizá aprendí a controlar un poco mejor mi ansiedad, a respirar en la escritura de otra manera. Y la vuelta al cuento fue volver a casa pero también volver distinta. Aunque quizá todo esto me lo esté inventando y no tenga tanto que ver con los géneros, sino con el propio paso del tiempo.
Siete casas vacías también fue el primer libro que llegó a una cantidad importante de lectores, sobre todo en España, donde mis libros prácticamente no circulaban. Digo esto porque está esa idea de que es con la novela que un autor encuentra finalmente sus lectores, como si la novela fuera una suerte de graduación del principiante. Sin embargo Pájaros en la boca, mi segundo libro de cuentos, fue también mi primer libro traducido, y el más traducido aún al día de hoy. Y Siete casas vacías, el tercer libro de cuentos, fue el libro que en España le abrió las puertas a las novelas. Curioso, además, en ese país en donde supuestamente no se lee cuento, una editorial tan maravillosa como es Páginas de espuma logró dar a conocer una autora nueva desde la publicación de sus cuentos.

¿Y El núcleo del disturbio?
El núcleo fue mi primer libro. Lo escribí entre los dieciocho y los veintidos, lo publiqué a los veintitrés. Era un libro muy verde que hoy lo siento casi como un mal necesario. Algunos cuentos se rescataron y pueden leerse en la última edición de Pájaros en la boca y otros cuentos. Ya no se consigue pero prefiero no volver a publicarlo.
“Extrañamiento”, “terrores cotidianos”, “normalidad enrarecida”: tomé estos entrecomillados de la solapa de Siete casas vacías. Te encasillan en el terror o en lo extraño pero no se indaga mucho de dónde provienen ese terror y esa extrañeza. En ciertos cuentos, creo que lo inquietante parece incluso asociado a la aparición de otra clase social o a prejuicios muy asentados…
Tuve la misma sensación. Cuando empecé a encontrarme esas palabras alrededor de las lecturas que se hacían de mis textos quedé un poco desconcertada yo también. No con el extrañamiento, ahí si hay una búsqueda más intencional. Pero si con palabras como, “horror”, “terror”, incluso “thriller”, en el caso de las novelas. Pero ojo, no me asustan ni me incomodan, todo lo contrario. En mi experiencia como lectora, la sensación de terror, el espanto, el miedo, me llevan siempre a un estado de atención absoluta. Y ni hablar de si a ese estado se llega por un terror que es psicológico, intelectual, existencial. El terror de estar a punto de descubrir algo que, ya se siente en el cuerpo, va a poner tu mundo patas para arriba, para bien o para mal, va a destruir por completo la idea que tenías sobre todas las cosas. No sé si para todos los autores funcionará igual, pero para mí, tanto cuando escribo como cuando leo, ese es el espacio más sagrado, al que siempre quiero llegar o que me lleven. En la crisis de ese terror uno está en vilo, alerta a todo lo que podría hacerte daño pero también abierto a todo lo que podría salvarte. Es tensión absoluta, y es un estado en el que de verdad puedo pensar y ordenar ideas y sentimientos que me cuestan mucho más ver y mover en la vida real.
En tus cuentos hay límites muy lábiles, al menos a priori. Pero son límites que, una vez cruzados, marcan siempre un punto de no retorno.
Sí, y sobre todo en estos cuentos de Siete casas vacías. Me parece que son personajes que creen que ya lo intentaron todo, que creen que no hay salida posible, y es cuando tocan los límites que el mundo de pronto se amplía. Quizá por eso hay también tanto extrañamiento. Ese también es un espacio, una distancia entre límites. Entre lo que creemos que es normal y lo que no, entre lo que creemos que es posible, o que podemos, o que nos está destinado. Y lo que no. Los límites que nos protegen pero también nos ciegan.

(relatos)
A lo largo de estos años has ido cosechando muchos premios. ¿Qué importancia le das a ese tipo de reconocimientos?
Hay distintos tipos de reconocimiento. Los premios te dan algo de dinero, con el que puede comprarse tiempo libre para escribir, uno de los bienes más caros de este mundo. También son muy gratificantes los mimos de la gente que admirás. Palabras de escritores que considerás tus maestros, y también la alegría de algún amigo que no es muy lector pero cuando te ve en el diario se tranquiliza —¡al final sí era algo serio eso de escribir!—. Pero de todo, creo que el reconocimiento más sano es el feedback de los lectores. Digo sano porque es una suma de opiniones personales y sinceras. A veces los premios, o hasta determinados halagos, pueden ser un poco desconcertantes, o distractivos, o requieren compromisos de viajes, o peor aún, compromisos mentales. Pero las palabras de los lectores actúan por sumatoria, y son de desconocidos, y por lo tanto no te sacuden tanto. De todas formas, aunque siempre es un lindo mimo para el ego, prefiero pensar que esos reconocimientos son para los libros. Son los libros los que se ganan el premio, es algo que les pasa a los libros. Creo que si en algún momento algo de eso se metiera en mi escritura diaria podría ser peligroso.
Es interesante esa relación entre literatura y trabajo. Con qué se gana la vida un escritor y cuánto influyen los oficios paralelos en su escritura. En tu caso se dice que hace años diseñabas páginas web.
Esa etapa fue del 2001 al 2008, siete años en los que armé una agencia de diseño y desarrollo web. Me iba bien, tenía cuatro empleados, teníamos una buena cartera de clientes internacionales. Una vez una empresa norteamericana llegó a pagarme un vuelo en un jet privado sólo para ir a presupuestar un trabajo a República Dominicana. Tenía veintilargos y me sentía toda una empresaria. Pero trabajaba doce horas al día, siempre estaba angustiada por el dinero. Y ya casi no escribía. Así que cuando me ofrecieron una beca de escritura en México cerré todo y me fui. Fue un momento bisagra. Nunca me arrepentí. Cuando volví a Buenos Aires empecé a dar talleres literarios. Con eso me sostuve otro período. Después vino la beca alemana, que me trajo a Berlín. Y ese año que no tuve que trabajar de nada para sostenerme fue bastante raro. Siempre trabajé pensando —si no tuviera que trabajar, escribiría el doble—, y en ese año entendí que tengo una cantidad de horas creativas por día y listo, aprendí a tenerme paciencia y a aceptar el tiempo que llevan las ideas —en realidad, esto último es mentira, soy terriblemente ansiosa, y sigo luchando con eso-, pero algo aprendí. Y ya hacia el final de la beca empecé a dar talleres de escritura en español en el Instituto Cervantes de Berlín, y descubrí algo absolutamente inesperado que fue una de las grandes razones por las que me quedé a vivir acá: en esta ciudad mi trabajo rendía el doble. Por lo tanto, podía trabajar la mitad de la semana y la otra mitad escribir. Cuando me preguntan por Berlín digo que me quedé porque es una ciudad increíblemente abierta, una torre de babel llena de tribus y lenguas y culturas. Pero la verdad de más peso es que acá puedo trabajar un poco menos, y escribir un poco más. Una verdad mucho menos romántica, pero igualmente maravillosa.