Lectura fácil para indignados
La novela de la escritora española Cristina Morales, ganadora del Premio Herralde en 2018 y este año del Premio Nacional de Narrativa, ha despertado críticas y acusaciones feroces. Luján Stasevicius se pregunta por qué.
LUJÁN STASEVICIUS

Como bien sabemos, las instituciones españolas son en general adeptas a la normalización y el tradicionalismo, baste pensar por caso en el obvio ejemplo de la RAE. Quizás debido a una nostalgia incurable por el imperio que alguna vez fue, pero cuyo sol naciente tuvo su crepúsculo hace ya más de 2 siglos, el duelo no superado incita a algunos de sus representantes a sostener a cualquier costo la relevancia de su siglo de Oro, ignorando –o fingiendo ignorar– en el mismo gesto lo que de productiva y efervescente tiene la (verdadera) literatura española contemporánea. Así, por ejemplo, podemos incluso hoy leer críticos recomendando por enésima vez una lectura del Quijote –sí, de verdad–, sin ponerse siquiera colorados frente al cadáver todavía tibio de Rafael Chirbes, probablemente el mayor y mejor de los escritores españoles de las últimas décadas. Del mismo modo, frente a una obra rupturista y de rabiosa contemporaneidad, la automática respuesta pareciera ser la descalificación de la obra y su reconocimiento, llegando incluso al argumento básico de pedir a su autora devolver el dinero y el prestigio de sus galardones.

Me refiero, por supuesto, a Lectura Fácil, la cuarta novela de Cristina Morales, que ha ganado los premios Herralde de novela en el 2018 y el Nacional de Narrativa en 2019. Este último, la ha hecho no sólo acreedora de 20 mil euros, sino que ha suscitado polémicas del tenor del mejor programa de chimentos. Dado que tanto el libro como su autora habían sido calificados como “antisistema”, la indignación de la derecha no se hizo esperar; en un caprichoso reclamo que puede resonarnos muy bien a los argentinos, se le exigió que devolviera el dinero del premio, si tan antisistema se sentía o se decía. Frente a esto, Morales respondió que no sólo no iba a devolver el premio, sino que calificó de unilateral y ramplona la categoría de “antisistema” que le adscriben. Para colmo de males, redobló la apuesta cuando, desde Cuba, se pronunció a favor de las protestas de los últimos meses en Barcelona, con la ya clásica declaración “es una alegría que haya fuego en vez de cafeterías abiertas”, en clara alusión al desarraigo que muchos barceloneses sienten frente a la desigual pelea que dan al turismo internacional. Los aspavientos fueron casi instantáneos; en el diario conservador ABC, además de la chicana infantil de la foto poco favorecedora y de escandalizarse porque “disfruta” de una beca en Cuba, se la calificó como contradictoria por aceptar el monto del premio, mientras que en otra nota se declaró al reconocimiento a la autora como una “caída en el barro” por parte de la institución que lo otorgó. Incluso el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, a tono con las modernísimas estrategias retóricas estadounidenses, la criticó por twitter por el mismo motivo, instándola también a devolver el dinero o aunque sea quemar el cheque (cabe aclarar que Cristina Morales no posee red social alguna, así que quién sabe a quién se dirigía Rivera, o si lo habían informado). Como último dato de color, cabe también recordar que Lectura Fácil fue en principio enviada a la reconocida editorial Seix Barral, donde se negaron a publicarla si Morales no la editaba sustancialmente, a lo que no accedió porque, según ella, los cambios “afectaban el corazón crítico de la novela”, así que decidió retirarla de consideración.

A pesar de este barullo histérico que puede ciertamente aturdir, es importante destacar que Lectura Fácil es una novela finamente escrita, emparentada en su incorrección con la valiente El huésped (2006), de Guadalupe Nettel. El atrevimiento en este caso corre por cuenta del tipo de discurso que se pone en boca sus por otra parte bastante particulares protagonistas. Tanto Patri, Nati, Marga y la Ángels han sido declaradas discapacitadas intelectuales e incapacitadas judicialmente. Al principio de la novela, las encontramos conviviendo en un piso tutelado en Barcelona, del que serán luego expulsadas y vueltas a institucionalizar. En el medio, Marga y Nati formarán parte del volátil clima político activista de Barcelona, llegando Marga a okupar un edificio, ayudada por una organización similar a la PAH. En el caso de Nati, su participación en cursos de danza “inclusivos” en los clubes de distintos barrios la colocará siempre al borde del escándalo y el combate, cuando cuestione las hipocresías de género y clase que esos lugares, según ella, fomentan. En ambas, la retahíla de lugares comunes de discursos feministas y de izquierda en sus bocas –en la de Nati, en rigor; Marga habla poco y nada, y generalmente es narrada por las demás– genera en los lectores, como mínimo, incomodidad, y, como máximo, una censura hiperventilada, como hemos visto.
La narración se desarrolla a través de la novela autobiográfica que está escribiendo la Ángels por WhatsApp, las declaraciones de Patri en un juicio destinado a esterilizar a Marga dada su “hipersexualidad”, y los monólogos de Nati, además de incluir un fanzine revolucionario en la mitad del libro.
Nati es, además de la más locuaz, víctima de algo llamado “síndrome de las compuertas” que generó su diagnóstico de incapacidad. Patri lo define frente a una jueza como “unas planchas que se te ponen en la cabeza y te tapan toda la cara desde la frente hasta más abajo de la barbilla, como un Power Ranger pero transparente. Así se ve por fuera, mientras lo que está pasando por dentro es que tú no atiendes a razones y todo te parece mal, todo te parece una mierda y que todos te están atacando. Es como una depresión con manía persecutoria de toda la vida, pero que en vez de quedarte quieta en tu casa como todos los deprimidos y los maníacos, te da por decir que tú tienes soluciones para todo, que te hagan caso porque tú tienes soluciones para todo y te pones y se las cuentas a todo el mundo. Pues bien, tendrá soluciones para todos, pero no se da cuenta de lo que pasa delante de sus compuertas”. Es entonces sugestivo que sea Nati quien padezca este síndrome, siendo que es quien más agencia discursiva tiene en la novela. Por otra parte, su discapacidad fue declarada “dos meses antes de terminar el doctorado” por lo que sus exaltados parlamentos están plagados de terminología académica.
“Morales impugna un canon de normalidad económico, social, político, moral y educativo y lo hace con una motosierra estilística que, a su vez, impugna el canon de normalidad literaria”, define la escritora Marta Sanz, jurado del premio y autora además de novelas que también utilizan la discapacidad corporal como lente crítico como por ejemplo Clavícula (2017) o incluso ya desde La lección de anatomía (2008). En el mismo club podríamos incluir a Belén Gopegui, claramente antecesora de muchas de las estrategias de Morales, baste recordar el personaje del colectivo en El padre de Blancanieves (2007) y las reflexiones que dispara en sus personajes de clase media, contradicciones que Morales reinterpreta a través de las sesiones de los grupos okupas en su novela. Allí donde Gopegui se vuelve quizás demasiado didáctica, Morales recoge el guante y lo sazona con humor e ironía, poniendo el foco por ejemplo en una discusión estéril entre los miembros del grupo okupa en el que una participante sostiene que las mujeres están igual de incapacitadas y reprimidas que Gari (Marga) aun no siendo discapacitadas:
Coruña: ¿Estás comparando tu situación de represión con la que ha vivido Gari en los últimos veinte años de su vida? ¿En serio tía?
Oviedo: ¡Absolutamente en serio! ¿Cómo si no iba yo a sentir solidaridad hacia la opresión que sufre Gari si no fuera comparándola con la mía propia? El que se sienta más libre que Gari por el siempre hecho de vivir fuera de un régimen de internamiento que tire la primera piedra.
Coruña: Pues tendría que tirar yo muchas piedras, Oviedo, muchas muchas, porque lo que no puedes pasar por alto es que tú, yo y todas las que estamos en esta asamblea gozamos de unos privilegios otorgados por el sistema de los que Gari no goza. Gozamos del privilegio de no ser incapacitados judiciales y de poder decidir dónde queremos vivir, eso para empezar.
Oviedo: ¡Y una mierda, Coruña, y una mierda que podemos decidir dónde vivir! ¡Pero si están expulsando de esta ciudad a cientos de vecinas día a día por la subida de los alquileres para que solo los puedan pagar los turistas! (…) ¿De qué privilegios me hablas, tío?
Coruña: Joder Oviedo ya ya sí eso es verdad. ¿Pero no crees que algún privilegio tendrás tú frente a Gari, algún privilegio que te sirva para ayudarla? ¿El privilegio, por ejemplo, de poder trabajar y decidir en qué gastas tu dinero?
Huelga aclarar que la discusión no hace más que subir de tono, incluyendo acusaciones de machismo y demases. Pero lo interesante es que Morales, antes de levantar el dedo, o desplegarnos una lección de moral bienpensante, prefiere dejarnos asistir a las limitaciones de un grupo con el que ella bien comulgaría, pero que no está exento de las cegueras de su propio privilegio.
Lectura fácil exhibe todos los rasgos necesarios para hacer salivar pavlovianamente a los académicos: ideología, discapacidad, feminismo, narradores múltiples, cuerpos sexuados, varios géneros discursivos y un largo etcétera en el que cabrían tantas lecturas como modas teóricas puedan ostentar los críticos. Sin embargo, lo interesante de la novela es, justamente, el efecto que ha producido en su recepción extra-académica. La finísima y sofisticada maquinaria que Cristina Morales construye tiene efectos materiales que hacen blanco preciso en quienes prefieren indignarse a la página 30 –con honrosas excepciones, claro–, soltar la novela y empezar a dar voces sin siquiera terminarla. ¿Qué es lo que pasa, entonces, con esta novela, que tiene la capacidad de poner nerviosa a tanta gente? Es un poco difícil, y bastante hastiante, desenredar la indignación que genera, porque, acechados por la trampa de lo correcto, como vimos, las críticas terminan reducidas a balbuceos de lógicas emparentadas con el troll básico. Antes que avanzar más allá del primer tercio de la novela, pareciera más urgente reclamar la hipocresía pecuniaria, casi como la paradoja idiota que establecen los que piensan hipócrita el tener una pieza de tecnología y ser de izquierda.
El procedimiento de lectura fácil, del cual deriva la novela su título, sería, quizás, bastante eficaz para desentrañar qué es lo que en realidad molesta de Cristina Morales. Lectura fácil es una manera de escribir que fomenta la inclusión, y cuyas reglas el personaje de la Ángels ha memorizado y puesto en práctica en su novela autobiográfica. El procedimiento, en rigor, existe, y consiste en adaptar un texto —en el fondo y en la forma— para acercarlo a personas “en especial a aquellas que tienen dificultades lectoras transitorias (inmigración, incorporación tardía a la lectura, escolarización deficiente…) o permanentes (trastornos del aprendizaje, diversidad funcional, senilidad…)”. Tiene sus propias reglas, que consisten básicamente en explicar cualquier término que pueda llevar a confusión, y la novela de hecho las incorpora cada vez que tenemos acceso al texto que la Ángels escribe, por ejemplo cuando se refiere a ser una escritora maldita o de culto: “Maldita significa que te han echado una maldición. De culto significa como el culto en las iglesias cuando la gente va a rezarle a un santo, a un cristo o a una virgen, pero en vez de rezar se leen tu libro. Esto de rezar y del libro es una metáfora”.
Quizás Morales debiera haber incluido más fragmentos escritos en lectura fácil para sus detractores, porque, como hemos visto, en algunos casos parecieran ser necesarios. Frente a la pregunta de si consideraba su literatura como subversiva, respondió “si es subversiva lo es porque quizás a mí en la propia escritura me subvierte, no porque yo tenga la idea de ir a subvertir a nadie. Yo solo tengo la idea de ir a cumplir un deseo. Y creo que el cumplimiento de los deseos puede ser algo muy subversivo”. Aunque tenga también su punto ciego en el exotismo con el que mira a Latinoamérica, sosteniendo que las feministas de este lado del Atlántico no dejan fuera el gozo corporal como sí lo hacen sus contrapartes europeas, la figura intelectual de Cristina Morales tiene su peso propio bien ganado. Ni tan dogmática como Belén Gopegui, ni tan solemne como Fernando Aramburu –también premio Nacional de Narrativa, en 2017, ampliamente celebrado en su caso– , y por supuesto lejos de ser tan miope como Javier Cercas, la suya es una voz cáustica e inteligente que se beneficia de la literalidad con la que se la lee. Esa es la trampa para osos que tiende a los que quieren hacer una lectura veloz, trampa que sería sumamente fácil de esquivar si se molestaran en invertir el tiempo que toma pasar las primeras páginas de su novela. Sin embargo, en los tiempos que corren, pareciera preferible agarrarse la pierna y gritar alaridos acusatorios e indignados.