Camillo Berneri
Una militancia sin concesiones
Maximiliano Crespi

En el prólogo que escribió para la edición de Guerra de Clases en España 1936-1937 de Camillo Berneri, Carlos Manuel Rama usa como epígrafe la apreciación que, en las páginas de American Power and the New Mandarins (1967), Noam Chomsky hacía ya del valor concreto del trabajo del filósofo anarquista para dar a comprender, no sólo la complejidad de la Guerra Civil Española, sino también “los problemas de la guerra revolucionaria en general” y la “función de los intelectuales en ese contexto crucial”. El volumen, que reúne la importante serie de textos que el profesor italiano publicó, a lo largo de su último año de vida, en el periódico Guerra di Classe —a lo que añade además entrevistas, discursos, correspondencia y el boletín de información de la CNT (Confederación Nacional del Trabajo) que anunció el asesinato de Berneri—, no se editó de inmediato. Según cuenta en sus cartas, Rama lo tenía terminado ya a mediados de 1974 pero, tras ser rechazado por varios editores orientales, recién vio la luz en 1977 (bajo el sello Tusquets) en Barcelona, la ciudad donde Berneri había sido asesinado. Desde entonces, conforme pasan los años, se ha ido convirtiendo en una de las fuentes históricas insoslayables para desanudar la madeja de pujas intestinas en la izquierda en el contexto de la Guerra Civil Española.

Edición argentina: Imán, 1935.
Rama había descubierto el pensamiento de Berneri varios años antes, con la lectura de El delirio racista, el breve y agudo ensayo que el filósofo anarquista había escrito y publicado en 1934 y que había sido traducido en Argentina ya en 1935 por Armando Panizza para Ediciones Imán. La lectura de ese libro, cuenta el propio Rama en carta fechada en febrero de 1978 y dirigida a su amigo David Viñas, “motivó incluso la escritura de Los afrouruguayos”. La serie de intercambios epistolares posteriores sostenidos entre Viñas y Rama a fines de la década del 70 —mientras el primero escribía Indios, ejército y frontera (1979) y el segundo trabajaba en Nacionalismo e historiografía en América Latina (1981)— confirman que al historiador uruguayo le había impresionado tanto el carácter anticipatorio de algunos de sus enunciados como la eficacia retórica y la lucidez crítica con que el joven filósofo italiano denunciaba las falacias y la irracionalidad sobre las que se erigía la ideología reaccionaria que derivaría en el nazismo.
Como justamente apunta María Teresa Farfán Cabrera en la edición realizada por la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, el mito ario se instituye dentro de la ideología nacionalista germana como fundamento de la mística nacional-socialista al menos en dos sentidos: insuflando el “sentimiento nacional” y confiriendo unidad al pueblo que se reconoce en él un halo de nobleza congénita.

Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco
El delirio racista pone al establecimiento del mito como condición de posibilidad y de emergencia del nazismo como ideología de masas y por ello Berneri lo hace núcleo de su análisis crítico. Rama reivindica el carácter historicista del abordaje dispuesto por Berneri. Subraya especialmente en la lectura hasta qué punto el filósofo anarquista percibe su ligazón entre el mito ario y “el ideal étnico implícito en las teorías de la desigualdad entre las razas del conde Joseph Arthur de Gobineau”, para quien “el dolicocéfalo rubio debía naturalmente imponerse y dominar sobre los demás”. Para Viñas en cambio, la importancia del texto de Berneri estriba en otro matiz: el de reconocer que es “la articulación positivista del mito en el ‘tipo antropológico’” la que habilita “movimientos expansivos y de conquista de interés económico”. Pero, con relación a su propio presente, ambos coinciden en reconocer que El delirio racista es un trabajo valioso en términos de compromiso, en tanto busca poner en evidencia el carácter seudocientífico de las investigaciones oficiales impulsadas en los primeros años del gobierno de Hitler: investigaciones que tenían por objeto persuadir a los propios alemanes de que eran descendientes directos de los antigua arias, convencerlos de que su superioridad racial les era legada por la grandeza y la pureza de la progenie, construyendo alrededor de los adjetivos “ario” y “aria” valoraciones indeclinablemente positivas.

Berneri se detiene especialmente en el análisis del “cuadro de las razas” hitleriano del doctor Roster, quien proponía la distinción de cinco razas europeas (Nórdica, Westfaliana, Alpina, Dinárica y Mediterránea) y quien no vacilaba en sostener que el hombre de raza nórdica estaba “destinado a ser jefe” ya que, según la caracterización, aventajaba a los demás “por su audacia, su rectitud, su coraje, su sinceridad, su magnanimidad y su amor al orden”. La propaganda racista encubre con argumentaciones seudocientíficas la existencia efectiva de la lucha de clases interna para afirmar una “unidad nacional racial” sobre la cual se dispondrá un plan de conquista y exterminio. Atribuyendo una base biológica a la idea de comunidad, y con el objeto de fortalecer la identificación nacionalista sobre el desprecio del extranjero, se prepara el terreno para justificar el proyecto imperialista de expansión militarizada. El fondo general de este análisis crítico se proyecta tanto en México y Cortés (1978) como en Indios, ejército y frontera (1979), donde Viñas lee la articulación del positivismo racista y las “Conquistas (militarizadas) del Desierto” como parte de un programa burgués que empieza a pensarse a escala global.

Sin subestimar el alcance de sus efectos, Berneri se permite ironizar de manera irreverente frente a las propuestas racistas de los científicos hitlerianos que proponen “depurar” el biotipo antropológico a partir de la preservación de los rasgos propios del espécimen nórdico (talla: grande y delgado, 1,75; cráneo: largo y angosto; rostro: largo, oval y angosto; nariz: angosta, con el nacimiento muy alto; tez: rosa, blanca suave; cabello: claro, rubio y sedoso; ojos: azules o grises). Ante la alta exigencia de la propaganda racista en definir las jerarquías de mando dentro del perfil idealizado del homo germanicus, ¿qué hacer con una realidad en la que “Hitler es moreno, Goering es obeso, Goebbels enano y Roehm un invertido constitucional”?
Berneri no llegó a ver las salvajes atrocidades cometidas por el Régimen Nazi sobre la base ideológica del mito de la supremacía racial aria. Como bien cuenta Rama, había dedicado su vida a una militancia sin concesiones. A los 16 años ya militaba en la Federación Juvenil Socialista de región de Emilia y dos años más tarde ya era miembro del Comité Central de la Federación y colaboraba con La Vanguardia (el órgano de prensa nacional oficial del FGS), firmando sus artículos con el seudónimo Camillo da Lodi. A mediados de 1915, durante a la Gran Guerra, renunció a la Federación con una controvertida “Carta abierta a los jóvenes socialistas de un joven anarquista” (publicada en Avenières Anarchica), donde instaba a sus camaradas a no permitir la degradación del Partido Socialista Italiano (PSI) a causa de su burocracia política posibilista, su falta de conexión con las bases y carencia de espíritu crítico. En las páginas de ese “manifiesto”, notablemente influenciado por la tendencia ácrata de Torquato Gobbi, Berneri se declaró “antimilitarista y anarquista”. Y durante esos primeros años, apunta además Rama, frecuentó asiduamente a cuadros importantes de esa tendencia revolucionaria como Errico Malatesta y Luigi Fabri.

A comienzos de 1916 se mudó a Arezzo, donde asistió a la escuela secundaria. Al año siguiente, se casó con una compañera de estudios, la militante anarquista feminista Giovanna Caleffi. Dos años después, llamado a cumplir el servicio militar, fue excluido de la Academia Militar de Módena por sus ideas antimilitaristas y libertarias y, luego, enviado al frente. En julio de 1919 fue encarcelado en la isla de Pianosa tras la huelga general de ese mes. Desde entonces, siguió muy de cerca el proceso revolucionario ruso y, hasta 1922, año en que terminó sus estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Florencia y se convirtió en profesor universitario, defendió la idea de soviet como consejo obrero al margen del bolchevismo. Al llegar el fascismo a Italia y rehusarse Berneri a jurar lealtad al nuevo régimen, fue expulsado de la docencia universitaria. En los años posteriores enseñó en institutos de educación media en Montepulciano, Florencia, Cortona, Camerino, Bellagio y Milán. Ya instalado en la Umbría, entró en contacto con el movimiento antifascista florentino que editaba el periódico Non Mollare!
En ese tenso escenario, Berneri intensificó gradualmente su militancia. Trabajó activamente en el marco de la Unión Anarquista Italiana (UAI) y, a comienzos de 1926, participó en Ancona en el último congreso de la organización antes de que fuera considerada ilegal. En mayo de ese mismo año, con la instauración de “Las Leyes Excepcionales”, se vio obligado a exiliarse en Francia, junto con su compañera Giovanna Caleffi y sus dos hijas, Marie Louise y Gilian Berneri. Después de eso, deambuló durante años por varios países de Europa (Suiza, Bélgica, Luxemburgo, Holanda, Alemania) como exiliado político. Allí escribió numerosos artículos antirreligiosos, feministas, antirracistas y antifascistas haciendo blanco en el régimen instaurado en Italia. Al estallar la Revolución Española en julio de 1936, se movilizó a Barcelona, donde se instaló y, a partir del 29 de julio de ese año, empezó a participar activamente en las actividades libertarias de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Junto con el socialista de izquierdas Carlo Rosselli, organizó la confederal “Sección Italiana de la Columna Ascaso” y se puso al frente de la lucha como miembro de su Consejo de Defensa, con el apoyo del compañero anarquista Francesco Barbieri. A partir del 9 de octubre de 1936, empezó a publicar rabiosas diatribas en el semanario anarco-sindicalista Guerra di Classe, donde interpretaba los sucesos de la época como parte de una revolución libertaria. Las ideas de Berneri incomodaban a los militantes pero también a las autoridades del Partido Comunista —en especial a Antonov Ovseenko, el cónsul general de la URSS en Barcelona. Sus colaboraciones posteriores en La Revista Blanca y en Estudios, así como sus frecuentes incursiones en el campo radiofónico para la emisora CNT-FAI, afirmaban aún más esa interpretación. En Pensieri e battaglie, el libro en que trabajaba por esos días y que, como bien recuerda Carlos Rama, fue publicado póstumamente por sus compañeros, Berneri critica abiertamente la situación política en que se hallaba inmerso el movimiento anarquista catalán y advierte de una posible contrarrevolución encabezada por el comunismo estalinista.

Sobre las seis de la tarde del 5 de mayo de 1937 una patrulla identificada con brazaletes de la socialista Unión General de Trabajadores (UGT) de unos quince hombres armados, irrumpió en el piso donde vivía y, tras un violento altercado, Berneri y Barbieri fueron apresados y llevados hacia la plaza de Cataluña. Las mujeres quedaron solas.
Esa misma noche, la Cruz Roja halló el cuerpo sin vida de Barbieri en las Ramblas de Barcelona. Al día siguiente encontraron el de Camillo Berneri, cerca de la Plaza de Sant Jaume, frente al Palacio de la Generalidad. La autopsia que se practicó al cadáver de Berneri fue contundente. El cuerpo del filósofo presentaba “una primera herida de arma de fuego con orificio de entrada por detrás de la línea axilar derecha y de salida en la mamilar derecha a nivel de la séptima costilla, con una dirección de izquierda a derecha, de atrás a adelante y de arriba abajo” y una “segunda herida producida por un arma del mismo calibre en la región témporo-occipital derecha con dirección de arriba abajo y de atrás a adelante”. A juzgar por la situación de los bordes de las heridas, habían sido producidas a una distancia no mayor a 75 centímetros. La hora estimada del fusilamiento se estima cercana a la medianoche del 5 de mayo.
Lo enterraron la mañana del 11 de mayo de 1937, en el cementerio de Sants. Un centenar de militantes se hizo presente en la despedida —pese a que las autoridades de Orden Público, tratando de no alimentar más la discordia entre los comités superiores de la CNT, habían prohibido los cortejos fúnebres. “No hubo ningún discurso”, ni más homenaje que el silencio y la bandera negra envolviendo el féretro.
Durante los años siguientes, cientos de militantes y obreros fueron tomando el hábito de visitar su tumba y escribir en ella sus consignas revolucionarias. A fines de 1951, sin ceremonias ni aviso previo a la familia, los restos de Berneri fueron exhumados y enviados a la fosa común del cementerio.