Una estética forense

El “giro cultural hacia el yo” es cosa del pasado. En una reflexión sobre el poder de las imágenes en los regímenes de construcción de verdad, La calavera de Mengele postula el advenimiento de un nuevo tipo de narrativa en la cual discurren la política, la organización social y sus instituciones, la esfera pública y con ellas, nuestros modos de vida: la estética forense.

Ana García Orsi
Apodado el Ángel de la Muerte, Josef Mengele llevó a adelante todo tipo de experimentos aberrantes con prisioneros de los campos de concentración de la Alemania nazi.

Año 1944. Pabellón 10 del campo de concentración de Auschwitz. Josef Mengele da rienda suelta a la imaginación científica: inyecta tintura azul en los ojos de un niño etiquetado como gitano, inocula la bacteria del cólera en el feto de una embarazada, cose por la espalda a dos bebés gemelos para fabricar siameses. Entre experimento y experimento reparte caramelos entre sus víctimas. Todavía no sabe de su destino sudamericano. En 1949 se va a escapar de Alemania en un barco que cruzará el Atlántico. En esos arrabales últimos va a ganarse el pan practicando abortos clandestinos, va a desvelarse en madrugadas de 40 grados creyendo que detrás de cada ruido nocturno hay un caza-nazis al acecho y no sabe aún que terminará muriendo ahogado en una playa brasilera.
Pero como sucede con todo ícono, los avatares de Mengele no terminan en su muerte. Como muestran los investigadores Thomas Keenan y Eyal Weizman, el difundido proceso de investigación sobre su cadáver va a inaugurar un régimen en la investigación de crímenes de lesa humanidad y desde allí una nueva forma de pedagogía histórica y política: la estética forense.

El libro de Thomas Keenan
y Eyal Weizman

La calavera de Mengele de Keenan y Weizman ubica el escenario de nacimiento de esa estética forense en la investigación científica, judicial y periodística llevada adelante sobre los remotos huesos de Josef Mengele. Exhumados de una tumba sin nombre cerca de San Pablo durante el invierno de 1985, la investigación tuvo como objetivo probar que esos huesos eran efectivamente los restos del médico-carnicero nazi frente a la incredulidad de los sobrevivientes, el alboroto de los medios de comunicación y el descrédito de las instituciones gubernamentales nacionales y supranacionales.
“La ciencia forense es la ciencia del foro” nos recuerdan los autores; su objetivo, persuadir al auditorio (científicos, jueces, opinión pública) sobre la identidad y verdad del objeto presentado. Por eso la retórica forense no escatima ni en artificios tecnológicos ni en procedimientos narrativos y estéticos —que Keenan y Weizman desmontan con sintáctica paciencia como si de una vivisección se tratara.
En el régimen propuesto por la estética forense, son los objetos los que deben hablar, por eso la figura que asume la investigación es la de la prosopopeya: el experto debe dotar artificialmente de voz a los objetos inanimados. De ahí que el libro de Keenan y Weizman sea también la irónica narración de los artificiosos procedimientos a partir de los cuales el cuerpo científico “hizo hablar por sí misma” a la calavera de Mengele en un proceso de minuciosa ventriloquía.
En los recorridos jurídicos, científicos y narrativos de esa estética que los autores registran puede leerse un desplazamiento del “yo” al “eso”, es decir, al acto de mostración de una evidencia a la que se pone en posición de “hablar por sí misma”. Si Keenan y Weizman están en lo cierto, la primera consecuencia de esta tesis es una provocación: el “giro cultural” hacia el yo y el testimonio es algo del pasado y sobre sus ruinas emerge una nueva narrativa, una narrativa de “las cosas”.

El Dr. Mengele en uno de sus exámenes.

Tan evidente-por-sí-mismo como cualquier deíctico (¿a qué refiere el “eso” que se está refiriendo?), la estética forense tiende a olvidar su carácter contingente y convencional ubicándose en un más acá de la imagen. Los autores nos recuerdan que, en tanto matriz epistémica, domina tanto el discurso científico como la ley, y avanza incluso sobre el imaginario cultural del entretenimiento mainstream (de Dupin a CSI vemos cómo de a poco el detective/psicólogo pierde lugar frente al detective/científico forense en el policial nuestro de cada día).
Pero los autores nos proponen también que esta particular narrativa no puede sobre-venir si no es produciendo un colapso de la división sujeto/objeto. Donde antes había documentos de un victimario y testimonios de una víctima, hoy aparecería la prueba como aparente garantía frente a las artimañas taimadas del sujeto.
Ni víctimas ni victimarios: huesos. Sólo así se entiende que Mengele haya sido tratado como un desaparecido más ese invierno de 1985 en Sudamérica por parte del pionero en antropología forense Clyde Snow. El libro nos cuenta que mientras trabajaba en la identificación de los restos encontrados en la tumba en Brasil, Snow viajaba a Buenos Aires a colaborar en la fundación del Equipo Argentino de Antropología Forense; en ese marco es conocida su fundamental participación como perito en el Juicio a las Juntas.

Los Cazadores de Nazis: Richard Baer, Josef Mengele y Rudolf Hoss
FOTO: MUSEO DEL HOLOCAUSTO DE NUEVA YORK

“Los testigos pueden mentir y olvidar, los huesos no” es la frase de cabecera del forense Snow y es ahí donde Keenan y Weizman traducen “confía en los huesos y en mí leyéndotelos”, poniendo en cuestión la soltura de quien se piensa más como divino hermeneuta que como lector complicado en el indigno trámite de hablar en nombre de las cosas. Detrás de esa totalización resuenan los monstruos del sueño de la razón científica.
Lo cierto es que el complejo proceso de identificación de los restos de Mengele abrió un camino productivo para la comprensión y condena de los crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra en todo el mundo. El libro de Keenan y Weizman nos lleva a los bordes de una pregunta incómoda: ¿cómo conjugamos, aquí y ahora, la asunción de una episteme relativista de indeterminaciones en fuga con reivindicaciones urgentes y concretas como “memoria, verdad y justicia”? Si los juicios de Núremberg sucedieron bajo el régimen del documento y el proceso contra Eichmann inauguró la narrativa en primera persona del trauma y el horror de la Historia, hoy es la estética forense la que imprime su matriz a las formas de sensibilidad cultural, a nuestras pedagogías históricas y políticas y al modo en que entendemos y representamos los conflictos.