“Me gustan las identidades precarias”
Artista plástica, poeta, aficionada a la astrología, Claudia del Río habla de su obra, de la publicación en Inglaterra de su libro Ikebana política y de las dificultades de la versatilidad en una cultura de “marca única”
JULIETA CORREA

La mejor amiga de toda la vida de Claudia del Río es astróloga. Con la impunidad que le da la confianza, la llama por teléfono y le pide, cuando necesita, que le diga alguna verdad astrológica. Como no le paga, a su amiga le molesta bastante; pero tampoco, dice, puede negarse.
Claudia del Río no dice su edad pero sí su signo. Es de Escorpio con ascendente en Géminis. Su pelo es rubio, largo y lo lleva suelto, tiene puesta una remera clara y un pantalón floreado. Su aspecto, su voz y su humor son como el verano. Es sábado a la mañana y el día está claro. En unas horas irá a ver la propuesta que Clara Esborraz planteó en su muestra “Pieza Pizarrón” en el CCK. Después, volverá a Rosario en micro, esquivando la marcha a favor del gobierno de Macri. Pero ahora es temprano todavía y conversamos sobre su obra, sobre su libro y también, claro, de astrología.
-¿Vos sos capricornio?- pregunta.
-Acuario.
-Ah, qué lindo. ¿Qué es? ¿Aire?
-Sí, aire.

– Sabés que después de los 30 te vas pareciendo al ascendente. Yo soy Géminis de ascendente, no me gusta nada. Ya lo acepto pero es el de las dudas. Aire con agua. En realidad prefiero escorpio a géminis. Es un signo especial, sí. Creo también que tengo como un karma trabajado, que no soy una escorpio brutal, horrible. Me encanta la astrología. Siempre tomo las perspectivas que propone.
– ¿Cómo hacés para hacer tantas cosas si dudás tanto?
– Es que en realidad hago todo, todo lo posible. Para esta cultura que es tan de marca única, masculina, fálica, de solo un designio, una marca y todo eso, les resulto culturalmente muy desilusionante. Estar en muchos lugares.
-Como si no hicieras “carrera”.
-Exacto. Viste que es eso, la marca única. Han sido así en general las carreras.
De paso por Buenos Aires se quedó en la casa de una familia amiga. Toda la pared del living está cubierta por una biblioteca. Los libros llenan la mesa donde apoyamos una bandeja con el termo y dos mates. También hay libros en algunas sillas, en la mesa de la computadora, sobre algunos adornos. En su casa pasa igual, dice. Va corriendo los libros y las obras de lugar para liberar un poco de espacio. Las obras se acumulan en todos lados. Suyas, de amigos, que recibe por correo. Acá las paredes están llenas de cuadros de distintos tamaños pero lo que más le llama la atención es un florero a un costado con unas cuantas calas. Las flores le fascinan.
Claudia del Río nació en Rosario, Santa Fe. Estudió teatro y pintura, y da clases desde entonces. Artista visual, profesora, curadora, gestora cultural, su nombre fue ganando fuerza con los años primero en Rosario, en Buenos Aires y fuera del país. A fuerza de una obra fresca, versátil e imaginativa pasó de ser un secreto de provincia a uno de los nombres que más resuenan en el arte argentino. Aunque esa frase la haga reír. Es, sobre todo, una artista polígrafa, multifacética, inquieta. Le gustan los bordes, las obras escondidas, los secretos, lo que va por el margen, lo que otros llaman “de segunda”.
Vive y trabaja en Rosario pero viaja mucho por el país y afuera. Da talleres, clínicas, clases, vive en residencias. Ahora, por ejemplo, acaba de llegar del Festival de Poesía de Bahía Blanca. Tiene, también, dos libros publicados. Hablaremos de eso un poco más adelante.
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-¿Vos estudiaste pintura?
-Bellas artes y teatro. El teatro fue re importante para mí. De chica estuvo la pintura. Yo hacía un curso de conversación de inglés a los 14. Recuerdo mucho la escena: estábamos en una escalerita del colegio inglés de Rosario al cual yo no iba y una compañera más grande habló de que estudiaba pintura con un pintor. Yo le pregunté si era pintura con delantal y caballete. Siempre tuve como un pensamiento de las escenas, de los espacios, una tendencia a imaginarme dónde está esa persona. Soy muy visual, “veo” los lugares.
-¿Te imaginaste primero representando a una pintora?
-Totalmente. Hay un cuadro de Berni que me gusta mucho que es La joven pintora, que no es el Berni que conocemos. Ni siquiera el de condiciones miméticas extraordinarias como llegó a ser con El pullover de Lily. Un Berni más precario. A mí me gustan las identidades precarias, lo que está así como cayendo, en el barro. De todos modos, no quiero hacer alusión al barro porque mi apellido convoca a eso. En la muestra La historia de la imaginación en la Argentina montaron mis obras en una pared de adobe. Es como un sobreentendido.
-¿Te preguntan mucho por tu apellido? ¿Por el destino, o algo así?
-No, nunca. Soy a veces yo la que piensa en eso. Pienso que los apellidos marcan cosas.
-Jodorowsky lustraba la palabra oro y ojo que contiene su nombre para invocar el destino y el dinero.
-Y es así, total.
-En tu caso, ¿te parece que te inspiró, que fue determinante?
-Una vez tipo 2003, 2002, yo había ganado una convocatoria que se llamaba Prácticas artísticas y su proyección social. Mi proyecto era vivir un tiempo en la calle y hubo una resistencia para que no lo hiciera. Mi fundamento era: quiero saber qué significa eso y lo quiero saber con mi cuerpo. Había dos tutores, una era Claudia Fontes y el otro Christian Ferrer. Y él dijo que en realidad tenía sentido que lo hiciera porque mi apellido viene de les niñes que eran abandonados en el río. Eran del río, como yo. Y yo siempre sentí intemperie. Tuve una familia que me abrigó mucho, muy contenedora y que quiero mucho, la familia de la que vengo, no la que formé. Pero siempre sentí una cosa como de orfandad.
-De desamparo.
-Mi muestra más grande se llamó Cien imágenes huérfanas. O sea, la orfandad siempre tuvo mucho que ver y creo que no se puede explicar, tiene que ver con designios o cosas así, extrañas. No hice la obra, lo de vivir en la calle. Era post 2002, había mucha gente viviendo en la calle, como en estos últimos años. Pero se negaron completamente.

-¿Pensás que la orfandad tiene que ver con ser artista? Los artistas tienen algo un poco corrido de su lugar.
-Exacto, ese corrimiento es. Por eso siempre me interesó mucho la locura. Esto de estar corrida del paraguas de la normalidad del arte. El arte te permite ese paraguas. Muchas veces he pensado qué suerte tienen las locas y los locos que están internados y tienen las 24 horas para pintar. Si yo me internara y no tuviera que pagar impuestos y ocuparme de les niñes, de la vida. Por eso creo que me gusta tanto ir a residencias, porque en las residencias me olvido de todo y tengo ese cuartito pequeño y ahí hago todo y no tengo que hacer cosas. En las casas tenés que ocuparte de todo.
– ¿Vas a muchas residencias en el año?
-Sí, a todas las que puedo, pero nunca pago. Me parece horrible pagar por una residencia. A los artistas jóvenes les digo que no paguen por residencias pero cada vez se paga más. No tienen gracia.
-Es que cada vez hay menos plata.
-Y más artistas.
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Hablamos de su formación. Le cuento a Claudia que hace poco leí la novela August Eschenburg de Steven Millhauser, en la que el protagonista es un chico que trabaja en una relojería y aprende a hacer unos autómatas maravillosos. Lo llevan a la ciudad, le enseñan nuevas técnicas, le dan materiales. Pero no se trata del hombre que imita a Dios, sino de cómo él emplea su vida en un arte caduco que no conmueve, que nadie quiere ver. Me extiendo un poco aunque quiero preguntarle qué piensa sobre la función del arte.
Ella dice:
-Viste que Kandinsky había dicho que el siglo XX es el siglo no del “o” sino del “y”. De esto y lo otro. Yo creo que el alejamiento de una misma se paga muy caro. Fue la mano izquierda la que me permitió volver a conectar con cosas que me hicieran feliz y que me gustara mostrarlas, ¿no? Y creo que eso abre interlocutores y personas que puedan desear leer o desea tener lo que una produce.

Claudia del Río dice que sufrió mucho su proceso de aprendizaje, y aún tiene muchas de sus telas enrolladas, fuera de los bastidores. En un momento no pudo verlas más. Se parecían, dice, a quienes le habían dado clases. Había violencia, por ejemplo, en que un profesor, varón por supuesto, tocase una pintura. Era como tocar el cuerpo de la artista. Ahora lo piensa así porque lo puedo pensar en esta construcción social.
– ¿Por qué me ponía tan, tan rara? Trataba hasta de cerrar los ojos cuando el profesor me sacaba mi paleta y mi pincel, y tocaba todo. Pienso que qué suerte tener la posibilidad de ver esto ahora. Podría haberme muerto y no haber visto nunca que estaba tocando mi brazo, mi cabeza, mi panza, todo.
Del Río retoma al personaje de la novela de Millhauser, y hace una distinción: el personaje es un hombre y eso es muy distinto para una mujer. Estamos tan entrenadas para olvidarnos de nosotras mismas, dice, que la única llave tiene que ser estar muy cerca de una misma.
– Ahora con ocupar este espacio de mujer me basta. No tengo que militar lo verde, ni con nada, simplemente este metro cuadrado o todos los brazos que siempre estoy extendiendo. Me pregunto mucho sobre mis propias políticas de representación. Siento que en la ciudad en que hice mi carrera fui dejada de lado generacionalmente porque no tenía una obra políticamente explícita. Pero yo pienso que soy políticamente explícita en la medida en que estoy ocupando un espacio, diga lo que diga. Eso siempre me ha fastidiado mucho, cómo se construyen las identidades artísticas.
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Una profesora de bellas artes tiene que creer que el arte se enseña, pero, ¿se puede aprender? Esta es una de las muchas preguntas que Claudia del Río se hace en sus obras. Lo que se aprende en la escuela de bellas artes ¿te convierte en artista? Después de estudiar, del Río pensó que había logrado manejar con éxito la técnica pero no lograba descubrir un camino propio como creadora. La mano derecha había aprendido la representación de las formas. Estaba adherida a ciertas imágenes representacionales que no le decían nada. Entonces se le ocurrió probar con la mano izquierda. Perder el control. Por unos años hizo dibujos literalmente con la otra mano. Ella lo cuenta así:
-Fue en los 80, la derecha estaba educada en el dibujo, pero no encontraba “gracia”. La izquierda en cambio era virgen, no había sido ni aplanada ni alisada ni peinada. Tenía toda la verdad que a la otra le faltaba. Mi acercamiento a las obras de los locos fue también por esa época, y seguro que tuvo que ver. Yo amaba esos canales directos de comunicación, sencillos, que cualquiera pudiera hacerlo, no pensando como genio. A esos dibujos yo les creía. Encontré que la izquierda podía conectar neuronas, ver formas, hacer ver formas y líneas que de otro modo no se me hubieran ocurrido. Fueron una llave del corazón, que luego supo bien aprovechar mi mano derecha. Ahora viajo y vivo con ambas. Las quiero tanto, no las cuido como debería, no uso guantes de jardinería.
-¿Te parece que en la escritura es posible hacer un ejercicio equivalente?
-Qué linda pregunta, la voy a anotar. Es cierto que la escritura tiene como ese karma, pobre, del sentido. Todo lo que ha sido balbuceo y experimentaciones de la escritura ha quedado encerrado en eso. Mientras que la imagen es increíble. Ikebana Política la hice con mucho complejo en un momento en que los escritores dicen: hay que escribir bien. Y eso es escritura plagada de cosas que podrían ser de la mano izquierda. A mí me encantaría escribir con la mano izquierda. Tipo a lo Borges que decía: ay, no voy a corregir. Yo soy académica pero académica de las artes visuales y en lo otro soy una especie de mosca en la leche. Ojalá algún día pueda, pero para eso hay que tener poder, ser famosa, estar en lugares que no creo que logre nunca desde Rosario. Que se logra desde otros espacios. ¡Pero me vuelvo con esta pregunta! ¿Vos qué pensás?
-Por un lado me hizo pensar en la idea de que la caligrafía forma las ideas. Hacerlo literal, con la mano izquierda, eso de Mario Levrero, de escribir mejor para estar mejor. Por otro lado en otro idioma, traducciones arbitrarias de formatos cerrados como en un poema, por ejemplo. Pero siempre tiene la carga del sentido y si no tiene sentido no es lenguaje.
-Si no tiene sentido es pre lenguaje.
-Y el prelenguaje, ¿es escritura? La cosa más experimental en la literatura me interesa menos.
-Terminó de aburrir. Fueron parte de la Historia pero no volvés a ellos. O el lenguaje de la matemática. O el lenguaje de los programadores e internet y las redes sociales.
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“Dibujante es quien dibuja”. La frase es uno de sus muchos y precisos slogans que aparecen tanto en sus obras, en sus clases, también en sus libros. La editorial Iván Rosado publicó el poemario Litoral y Cocacola, y años después, Ikebana política, una selección de sus diarios del 2005 al 2015. Un libro hermoso que puede leerse como diario pero también como consignas de pintura, taller de escritura, confesionario, poemario; un libro de placeres y rituales, como El libro de la almohada de Sei Shonagon. La idea de entrevistar a Claudia surgió justamente después de leer, primero con asombro y con creciente placer, la selección de los 43 cuadernos que ocupan sus diarios. Este año, además, salió con un prólogo fascinante de Alberto Giordano, la edición inglesa de Ikebana política.

-¿Cómo fue la edición del libro? ¿Hubo una primera y después ésta de Iván Rosado?
– No, al revés. La primera vez salió con Maxi y Ana (de la editorial Iván Rosado), y después salió hace poco la de Peter Lang. Costó mucho llegar a tener una recomendación positiva en la academia sajona. Fue apasionante el proceso de edición, muy hermoso.
-Duro pero muy hermoso.
-Sí, y fue bueno también para entender cómo funciona la academia sajona. Y cómo también gracias a que el editor era argentino y es re crítico del colonialismo y la academia. Si no fuera por su ayuda muy concreta no hubiera salido jamás. Es un libro de autora, y ellos siempre trabajan con gente hablando de otres. Así que se lo mandó a uno de los lectores que vive en España y tiene una cabeza un poco diferente
-¿Y el título Ikebana política de dónde sale?
– No sé si lo debería haber llamado así, pero bueno. Hay unos jardines artificiales que son ikebana, eso lo sabés. Y debería haber sido político, con o, pero acordamos con Maxi y con Ana en ponerle una “a” nada más que porque político es muy rápidamente sobre política, en cambio la a es un sonido más abierto. Esos jardines artificiales tienen un recuerdo de yo de chica, de mi mamá haciendo arreglos florales con un pincho de metal que tienen en las puntas. Y la imagen escénica de ver eso en la casa, que en la Argentina podría estar hecho medio con cualquier cosa. Como somos acá, ¿no?
-Más rústicos.
-Esta mesa por ejemplo, así como está, podría ser un ikebana, con el mate, las flores y el vino. No, no sé si rústico, algo de eterna improvisación. Me encanta esa idea, improvisación eterna. El libro es eso. Y el arte también lo es.