Forzar la verdad
En su último documental, Herzog vuelve a indagar su experiencia mientras sigue las huellas de su amigo Bruce Chatwin
FERNANDO KRAPP

En 1983, el escritor inglés Bruce Chatwin y el director de cine alemán Werner Herzog se conocieron en Australia. El primero estaba buscando información, relevando datos y observando el terreno para el que sería su mejor libro, The Songlines. Herzog filmaba una película breve llamada Where the green ants dream (1983). Al poco tiempo de conocerse, Chatwin le regaló la mítica mochila de cuero con la que había recorrido más de medio mundo, había dormido entre tribus africanas y había atravesado Asia a pie.
Visiblemente avejentado, calvo y con los ojos hundidos, Herzog levanta la mochila a cámara mientras entrevista al albacea de Bruce Chatwin en la primera secuencia de su última película (o telefilm, si es que sigue existiendo esa categoría), Nomad: in the footsteps of Bruce Chatwin. Producido por la BBC, el documental semi-biográfico sobre la figura del escritor inglés de viajes repasa esa amistad destinada a existir desde antes del primer encuentro: los dos fueron nómades en tierras lejanas y ajenas, y para ambos el caminar y vagabundear por el mundo es, más que una forma de contemplarlo o abordarlo, un modo de retorcerlo, exprimirlo y forzarlo. Para ninguno de los dos alcanza con la experiencia del viaje y el relevo mundos en donde no hay nada nuevo por descubrir. Hay que forzar lo real para que haya una verdad.
Después de publicar In Patagonia, libro que transformaría a Chatwin de marchand de arte en una pequeña celebridad en el anaquel marginal de la “literatura de viajes”, las reseñas señalaban que los pasajes estaban “demasiado acomodados”, y no todos los datos eran verificables. En la película, Herzog interrumpe su propia entrevista para enarbolar una teoría que habla de su cine también; esos pasajes ficcionales de Chatwin son más importantes que la presunción de realidad del libro. En ese gesto de mover los hechos con herramientas de la ficción se esconde la verdad de lo que se ve.

¿Qué busca un lector de no-ficción? ¿Qué espera un espectador de documentales? En Bells from the deep (uno de sus grandes documentales menores, estrenado en 1993) Herzog viaja a Siberia para filmar con un grupo de fanáticos religiosos. En un pasaje particularmente bello, un hombre se arrastra por una laguna congelada. Al parecer es un lugar sagrado hacia donde se dirigen procesiones religiosas. El hombre que se arrastra a lo lejos sobre la laguna lo hace de una manera extraña; se contorsiona sobre el hielo, la cara contra el agua congelada, las manos desplegadas como una rana. Herzog cuenta en Herzog por Herzog (el libro de conversaciones con Paul Cronin publicado por Cuenco de Plata) que ese hombre no estaba ahí por la laguna sagrada: era un borracho que habían encontrado en la ruta y que por unas botellas se había tirado al hielo para hacer la toma.
Lo real está en el gesto físico, en cómo su cuerpo mismo altera una acción en la escena; en cómo el director observa y aguijonea lo que pasa delante de sus ojos. Pero hay formas de ficcionalizar. Si el linaje de Werner Herzog se extiende desde el Romanticismo Alemán hasta el Libro Guiness de los records, el viaje para Chatwin es una forma de seducción. Chatwin pertenece a la tradición del viajero inglés desencantado, aquel que perdió la fuerza del Imperio del Siglo XIX y puede caminar y pasear por el mundo como un personaje borracho de Anthony Burgess: cultivar placeres fugaces, perder la vida en una noche. La grandilocuencia no se ajusta a los parámetros de su narrativa.
La película de Herzog sobre su amigo no es, por otra parte, su mejor trabajo: a esta altura de su vida, parece ser que al director alemán no le importa mucho cómo filmar, ni qué resultados obtiene. Es más, su propia historia se ha convertido en materia de su películas. A fines de los años noventa, cuando sus documentales comenzaron a obtener cierta relevancia en festivales (gracias a Grizzly Man, a Little Dieter need stofly y a un conjunto de películas grabadas en video), su voz en over se convirtió en una marca registrada que no solo funcionaba como un elemento cohesivo para el montaje, sino como engranaje de una estética capaz de englobarlo todo en un sentido delirante, desde la existencia del monstruo del lago Ness hasta los pozos petroleros en Medio Oriente como bases lunares.

“El cine debe ser físico”, declaró varias veces Herzog. Ahora, con sus últimas películas, es su cuerpo lo que aparece delante de la cámara. Parece haber abandonado su vieja obsesión, la búsqueda de imágenes puras, para concentrarse en su propia experiencia. Sus películas se han convertido en materia de los documentales que hace por encargo o por vicio. Consciente de su edad, grita detrás de cámara oneway ticket a un ingeniero incrédulo que pretende inventar una máquina para viajar a Marte en Lo and Behold: reveries of the connected world. En Into the Inferno, repasa su mediometraje sobre un volcán en Haiti, y esa película le permite hacer otra. En Nomad revela el detrás de escena de Cobra Verde (película basada en una novela de Chatwin), de Grito de Piedra (un supuesto homenaje a la amistad con Chatwin, digamos, un homenaje “a lo Herzog”) y de la mencionada Where the Green ants dream.
Es una extraña forma de elegía cinematográfica la que Herzog entrega año a año, recordando amigos muertos, películas complicadas, cortometrajes olvidados. El viaje por el mundo se ha convertido para él en un viaje interior, un viaje hacia lo vivido, hacia lo filmado y registrado, hacia un mundo de imágenes de otro mundo: su propia memoria. Interesado solo en lo que ya vio, en lo que hizo, Herzog repasa los pliegues de su propia experiencia buscando retorcer y aguijonear una última verdad: la propia.