El abandono del “Yo” escritor
Osvaldo Baigorria cuenta el detrás de escena de la escritura de su libro Sobre Sánchez, la “biografía conjetural” de Néstor Sánchez
OSVALDO BAIGORRIA

Sobre Sánchez es ante todo el relato de una investigación que fracasa o colapsa. En “About”, la advertencia inicial del libro publicado por Mansalva, se lo anuncia como biografía fallida con esquirlas de ensayo colapsado y astillas de novela a medio terminar. Quizá en otra reescritura modificaría el paratexto, porque hoy veo que esta criatura también puede ser leída como algo monstruoso, un freak producto de la manipulación genética de una biografía ajena para injertar una autobiografía. A veces siento que podría ser considerado un texto transgenérico, no transgénero, porque si bien sufrió operaciones de cambio de género durante el seguimiento del recorrido de Néstor Sánchez y durante el proceso de escritura, también devino en un agenciamiento de géneros –agenciamiento en sentido de apropiación y no sólo de cruza–: una biografía que se hizo ensayo y luego crónica y más tarde se empezó a sentir novela ambientada en el delta del Paraná, ámbito donde se produjo la escritura que presenta retazos o restos de todos esos intentos.
¿Y por qué la investigación fracasa y colapsa? Porque pronto descubrí que el núcleo duro, el corazón o el secreto de la historia de Néstor Sánchez se hallaba justamente en los años oscuros, enigmáticos en los que dejó de escribir, renunció a su consagración como escritor y se hizo vagabundo, metiéndose de cabeza en una búsqueda corpo-espiritual que lo llevó a vivir como linyera en París, Nueva York y Los Ángeles. Dar cuenta de esos años resultó una empresa inabordable, por distintos factores que trataré de explicitar.
A mediados de los años 70, Néstor Sánchez parecía una de las grandes revelaciones de la literatura argentina –junto a Manuel Puig y Julio Cortázar–, habiendo publicado cuatro novelas, dos de ellas traducidas al francés. En el período en que trabajaba como traductor y lector para la editorial Seix Barral, primero en Barcelona, después en París, de pronto abandonó su trabajo, destruyó todo lazo con colegas, editores, agentes literarios, amigos, familiares y desapareció de la escena. En todos los registros y testimonios de quienes lo conocieron, su búsqueda interior emerge como algo demencial, algo que rayaba o bordeaba la demencia. Seguir ese rastro, observar las huellas de ese viaje implicó en mi caso vérselas con la locura y el miedo a la locura, sea ante la locura divina del pensamiento clásico o la más prosaica de la psiquiatría; ciertamente, tuve que vérmelas con mi propio miedo a la locura.

¿Cómo fue, dónde estuvo, de qué vivió, qué hizo en esos ocho, nueve o diez años en los que se convirtió para muchos en un fantasma o en un “desaparecido”? Todavía me hago esas preguntas. Si alguna vez alguien se pone realmente a escribir una biografía de Néstor Sánchez, tendrá que vérselas con ese período que contiene la cifra imprecisa de toda una vida.
Así que solo pude hacer lo que algunos dirán que es una biografía parcial o conjetural. Claro que una figura de escritor tan esquiva como la de Sánchez abría la puerta a tantas posibilidades de imaginar peripecias, trayectos, encuentros y escenas que era inevitable sentir la tentación de la novela. Pero rechacé de entrada la opción de ficcionalizar, ante lo que se me planteó como “disyuntiva ética”, en términos del propio Sánchez. En un artículo de 1971, este expuso con precisión sus ideas sobre la escritura y la vida, proponiendo una decantación que llevaría a “un rechazo paulatino de aquello que no debe hacerse”. Allí enumera: “no contar una historia”, “no traicionar la riqueza potencial de un instrumento (el lenguaje) a fin de volverlo noticia, chisme, ilustración y comentario” y definitivamente “no ficcionar para ilustrar una tesis o por ficcionar en sí porque ¿en qué momento un hombre recurre a la ficción, así sentado solo frente una máquina de escribir? Tal vez cuando su vida… no puede convertirse ella misma en materia estética”.
Crear un personaje que tuviera el nombre de Sánchez, que deambulara entre otros “personajes consecuentes” realizando acciones “que irán fatalmente a cumplirse” nunca podría haber captado ni siquiera por aproximación el temperamento, creencias y visión del mundo que llevó a Néstor Sánchez a escribir como lo hizo y a dejar de escribir como lo hizo: “Nunca en mis libros inventé una historia. Todo ha sido en base a mi vida presente o pasada y esto ahora ya no puede ser: me quedé sin épica”.

Sabía que en el proceso de toda research sobre una vida es inevitable formarse una imagen de esa vida pero también que la deliberada construcción de una ficción es algo que sí puede evitarse.
En un punto crucial de la pesquisa, sentí que para acompañar el viaje de Néstor Sánchez tenía que excavar de mi memoria aquello que me relacionaba a ese viaje. Lo cual me llevó a un cuestionamiento de mi propia identidad, de lo que era o creía que era en el momento en que me puse a escribir. Podría decirse que este fue un libro “con” Sánchez en vez de “sobre” Sánchez en el sentido de que intenté acompañar el periplo interior de Sánchez, fundirme con su búsqueda tal como ésta aparecía en el material documental. Para entenderlo, para comprender ese viaje, tuve que hacer una arqueología personal en el recuerdo de esos años de experimentación en los que este autor se consagró como escritor y luego dejó completamente de escribir, una tarea que incluyó ejercicios de recapitulación, meditaciones y otras formas de alteración –o expansión, según se lo mire– de la percepción. Pero al tratar de llevar a la escritura el impacto que produjo en mi propio cuerpo ese “hacer memoria” en paralelo con el conocimiento de los gestos extremos de renunciamiento de Sánchez, el proyecto –y todo aquello que se jugaba de mi auto identidad dentro de él– se enfrentó a la alternativa de morir o mutar en forma definitiva.

Para reponer lo que había investigado en algún tipo de semblanza biográfica, me sometí a la siguiente regla: mantener las riendas sobre la imaginación, no ficcionar, no inventar nada en relación a la vida de Néstor Sánchez pero sí soltarme al recordar y poner en paralelo, en la sección del libro llamada “Notas al pie”, todas mis memorias de viajes y sujetos inmersos en búsquedas semejantes con los que me encontré en América del Sur, Centro y Norte en las décadas del 70 y 80. Sujetos –representados en el relato como personajes– que exploraron diversas formas de renuncia, deserción o abandono de sus lugares y funciones establecidas. En inglés: drop-outs. Aquellos que, lo supieran o no, habrían seguido el lema de Breton: “Dejen todo. Partan por los caminos”. Es lo que, de alguna manera, hizo Néstor Sánchez, quien renunció a escribir y a publicar al menos dos veces: una cuando se hizo clochard, nómade o vagabundo a mediados de los años 70, y otra –ya definitiva– en los 90 después de haber publicado su último título, La condición efímera.
Sentí que para acompañar el viaje de Néstor Sánchez tenía que excavar de mi memoria aquello que me relacionaba a ese viaje
Las preguntas que guiaron mi investigación fueron las siguientes: 1) Cómo se gestó la renuncia de Sánchez a la escritura (no solo “por qué” ya que esto él mismo lo explicó de diversas formas en artículos y entrevistas, sino cómo empezó y se desarrolló esa renuncia, ese abandono de la escritura). 2) Qué fue de Sánchez (qué le ocurrió, cómo vivió) durante los años en los que se supone que devino en vagabundo. Ambos interrogantes, obviamente conectados entre sí, apuntarían a desentrañar un misterio que trasciende a una vida particular y que está relacionado con el interrogante mayor que puede hacerse un escritor: “Para qué escribir”. Y desde luego con la pregunta de fondo que puede hacerse todo ser humano: “Para qué vivir”.
En función de no provocar una ruptura drástica del pacto de lectura, me propuse mantener la “ilusión referencial” en la semblanza propiamente dicha de Sánchez pero solté o dejé caer todo aquello que podía ser resultado de mi percepción alterada o expandida en las páginas de relato autobiográfico que aparece en esas “notas al pie” (una división no tajante porque el contenido de algunas de estas cruzan a las otras páginas y viceversa). Quiero decir que cierto plano de la alucinación intervino en la crónica o diario que acompañó a la pesquisa. Y ello no solo porque “cuando confieso mi intimidad, invento, imagino” sino porque al recurrir a mi memoria para contar anécdotas personales lejanas en el tiempo, cuyo recuerdo también fue modificándose y reescribiéndose gracias a la acción permanente del tiempo –ese gran editor que siempre tiene la última palabra– allí de pronto se sobreimpuso la imagen alucinada de lo que podía ocurrirle a un escritor que decide investigar y escribir sobre Néstor Sánchez. Por eso también daría la impresión de que resultaron dos libros en uno o un libro en el que se cruzan dos vidas, la del biógrafo y la del biografiado, pero narradas tal como esas vidas pudieron haber sido o como a mí me hubiera gustado (y temido) que hubiesen sido.
Ese “mí”, ese “yo” aquí no tiene vueltas; en este lugar, el sujeto que habla es el autor, con perdón por la palabra: el autor que en la historia de la crítica fue declarado muerto, reducido a función o ficción y luego resucitado, hoy puede hablar, por ejemplo, de una de sus obras. Siguiendo la clásica y ya escolar distinción de Leujenne, la autobiografía se definiría por la identidad entre autor, narrador y personaje principal. Al mismo tiempo, conocemos bien esta paradoja: todo lo que uno es, en cierto sentido, está compuesto de recuerdos; y sin embargo, esos recuerdos están siempre sujetos a revisión, a reescritura, a reedición. Yo puedo ser el autor, yo puedo ser esto o aquello, pero ¿quién realmente soy?

En cuanto a la crónica –que, como se sabe, en cierto modo parecido a las autobiografías y a las biografías escritas en primera persona, puede incluir un narrador identificado con el autor– en Sobre Sánchez es una textura definitivamente cruzada por la ficción. Porque en la crónica de la investigación que aparece en esas “notas al pie” y que luego también se derrama en distintas páginas del libro, hay un narrador-personaje que de pronto se separa del autor. Hay un desdoblamiento. Un narrador relata anécdotas de viaje según las recuerda este autor, anécdotas de mis viajes, algunas de las cuales podrían ser consideradas “novelescas” por derecho propio pero que son recuerdos verdaderos, al menos tal como los pude recordar al momento de escribirlos: anécdotas en las rutas y en los bosques donde viví varios años, relatadas con algunos cambios mínimos de nombres y lugares para proteger la intimidad de personas realmente existentes y aún con vida. Pero además ocurrió que, mientras escribía, a este autor le rozó lo que Barthes llama “el ala del no escribir”, ese “ala negra de la desdicha” que también podría convertirse, con suerte, en “ala dulce de la sabiduría”. En La preparación de la novela, Barthes sugiere que la renuncia a escribir suele llamar la atención de un escritor cada vez que siente a la escritura como un deseo que fue llevado a la violencia por la manipulación. “Viene entonces la tentación de suspender toda obra como si fuera… una empresa, una ofensiva, una dominación; viene el deseo de ya no hablar, de anular toda ambición”.
Todo esto empezó con mi mudanza a una zona de islas del delta de Paraná en el partido bonaerense de Tigre justo al principio de mi proyecto de biografía. La coincidencia fue en parte producto de un gran error, ya que una cosa es fantasear con que uno se encierra en una isla para escribir, o sea “se aísla”, y otra creer que es posible iniciar una investigación compleja, que requiere muchas fuentes, mucha documentación, mucho contacto con personas que habían conocido y/o habían leído a Sánchez, etc., en un lugar de aislamiento, una tierra inestable desde la que es difícil o fatigoso viajar, debiendo tomar lancha colectiva, después tren a Buenos Aires, etc., en fin: un lugar donde tampoco hay buenas comunicaciones, teléfonos que funcionan más o menos, un internet precario y que depende de la lluvia o el viento, o sea que presentaba, como fui descubriendo, condiciones adversas de producción.

Al darme y dar cuenta de estas condiciones, resultó inevitable que apareciese en el texto un narrador que lucha por escribir recluido en una isla mientras el sudeste sopla y el terreno se inunda; ese narrador rema y rema pero de pronto se quiebra, decide abandonar la escritura y dedicarse a vivir de la pesca y de la siembra. Bien, pues esto es lo que aluciné que podría ocurrir realmente si continuaba mi investigación sobre Néstor Sánchez. No digo “aluciné” en un sentido banal o coloquial: esa es la visión que apareció con nitidez como opción de futuro cuando sentí desfallecer las fuerzas que me habían llevado a escribir. El personaje se sintió real, en sentido macedoniano pero también en un sentido fuerte de absorber al autor recluido en la isla. Más tarde, Sobre Sánchez podría ser leído como uno de esos textos de “realidadficción”, siguiendo a Josefina Ludmer, en los cuales “los sujetos definen su identidad por su pertenencia a ciertos territorios”. Lo cierto es que en la etapa vital en la que escribí este libro me creí –imaginé, aluciné- como definitivamente “isleño”. El silencio de la isla (un silencio poblado de cantos de pájaros y ranas, de agua en crecida y bajante) me llamaba. Pero no me llamaba a escribir. Me llamaba a silencio.
Paradójicamente, solo pude encontrar la forma y la fuerza para escribir después del momento en que decidí dejar de escribir.
De modo que la disyuntiva de dejar de escribir fue algo que sentí con la fuerza de una vivencia absolutamente real. Lo que me pasó al encontrarme con el material de vida y obra de Néstor Sánchez (sus novelas, las entrevistas que concedió, los testimonios de quienes lo conocieron), fue así de fuerte. Por la dificultad en hallar las claves biográficas de su período más oscuro y que al mismo tiempo podía arrojar más luz sobre su vida; por la lectura de una obra tan compleja, basada en la improvisación, en el free-jazz, en la cual la historia casi no importa, o importa menos que el lenguaje; y también por las ideas de Sánchez sobre la literatura, la sociedad, el mercado, lo sagrado, lo profano, la vida y la muerte, de pronto ese proyecto -y con él toda identidad de escritor- se me cayó de las manos. Sentí casi de inmediato que podía y tal vez debía abandonar toda escritura, incluidos los trabajos de periodista free lance. Podía ganarme la vida de otras formas. No era la primera vez, de hecho nunca llegué a tomarme esa auto identidad de manera tan sagrada como para pensar que debía sacrificarlo todo para seguir escribiendo. Pero esta parecía la definitiva. Así es que un día me dije: ¿y si no escribo más? ¿Para qué escribir? Si por alguna razón moría al poco tiempo, otros hubieran dicho: “dejó de escribir para siempre”.
Paradójicamente, solo pude encontrar la forma y la fuerza para escribir después del momento en que decidí dejar de escribir. De pronto, dos o tres años más tarde, la escritura salió sola y pude procesar aquella experiencia en un libro. ¿Qué quiero decir con salió “sola”? Que salió sin “proyecto”, sin “modelo” y sin “autopercepción de escritor” puesta en juego. Todos los libros que me habían estimulado desde el inicio y que consideré modélicos en uno u otro sentido –desde Pálido fuego de Nabokov hasta La orquesta de cristal de Enrique Lihn y Los subterráneos de Kerouac– habían sido ya fagocitados, digeridos y desechados para poder avanzar sin imponer un plan sobre el terreno. La escritura tuvo que apoyarse en la inclinación y altura del suelo, en la capacidad de absorción de la isla, en los detalles que permiten que las cosas, como el agua de los ríos, fluyan en una dirección y no en otra.
En otras palabras, tuve que abandonar la escritura para encontrar la escritura. Por etapas: primero renuncié a escribir una biografía, luego descarté escribir una novela basada en un personaje inspirado en Néstor Sánchez, más tarde renuncié a escribir un ensayo sobre la obra de este autor, más tarde y por último abandoné mi interés y mi compulsión a escribir por completo, pero no como movimiento estratégico a la espera del momento propicio para recomenzar, sino como un abandono real, un basta que implicó decir: ahora estoy en el delta, voy a la ciudad a dar clases un par de veces por semana, con esto me alcanza, me contento, no tengo por qué escribir ni un solo libro más a lo largo de mi vida.
Así es como más adelante salió la escritura, sola, suelta y abandonada por el “Yo” que se pretendía escritor.