Tokyo, 2019. En un escenario post-apocalíptico transcurre la acción de Akira, uno de los grandes clásicos del manga publicado originalmente en los años 80. Revisitarlo hoy es una experiencia estética demoledora.

ANDRÉS HAX

Es una buena temporada para leer Akira. Al final del invierno, cuando los días calurosos se intercalan con algunas mañanas gélidas y los jacarandás florecen. Nada tiene que ver una cosa con otra, pero uno lee dentro de un contexto que incluye desde luego el clima. Y después, cuando te acordás de las semanas o los meses durante los cuales te sumergiste en el libro, vuelven a la memoria, a veces de manera involuntaria, todas las condiciones sensuales y físicas que rodearon a esa lectura.
Akira es un manga canónico situado en un Tokyo pos-apocalíptico cuya acción transcurre en el año 2019. Nuestro presente al menos por unos meses más. Fue escrita y dibujada en serie por Katsuhiro Ōtomo entre 1982 y 1990, en una revista japonesa llamada Young Magazine y luego reunida –en los seis volúmenes que hoy componen la saga completa– entre 1984 y 1990. En 1988 se estrenó la película, una versión adaptada del original, escrita y dirigida por el mismo Ōtomo. Ambos productos fueron cruciales para la aceptación masiva del manga en Occidente y produjo en parte el auge del género cyberpunk. Por estos días se consigue una hermosa edición editada por OVNI PRESS y la película puede verse en Netflix.

Natsuhiro Otomo, creador de Akira.

Uno de los placeres iniciales de leer Akira es meramente mecánico. Aún en sus traducciones se mantiene la forma de leer libros japoneses, que invierte nuestros hábitos: el lomo está a la derecha y, en la página misma del cómic, se va desde el cuadro al fondo de la derecha y sucesivamente de derecha a izquierda hasta llegar al cuadro de la izquierda de arriba y pasar al fondo-derecho de la página a la derecha. El procedimiento obliga a ir un poco más lento, y eso es bueno porque Akira requiere de una lectura lenta: para detenerse en cada cuadro y admirar sus detalles. Podés armar una película dentro de tu cabeza y volver a ser aquel lector juvenil que supiste ser, totalmente entregado a los personajes y la trama; como con Tintín, disfrutás con fascinación los detalles de segundo plano del escenario en el cual transcurre la acción: la arquitectura, los graffitis, los interiores, y también las exclamaciones escritas en japonés, algo como los ¡POW! ¡CRASH! ¡BANG! de los viejos cómic de Batman. Esas palabras tienen vida propia, y están traducidos con una onomatopoeya en un magnífico y peculiar índice al final de cada volumen. Una obra dentro de la obra.

Otro aspecto editorial que aumenta la profundidad de la lectura –y la posibilidad de entrar plenamente en el universo que plantea– son los textos sinópticos incorporados a partir del segundo volumen de la colección completa y que resumen lo sucedido hasta este punto en la historia. Encuentro acá otra razón urgente para leer Akira. La trama pareciera pasar, hoja por hoja, livianamente y con rapidez. Pero al leer los resúmenes el lector se da cuenta de la complejidad de la trama que siguió hasta ese momento, de cuán enorme es el elenco de personajes independientes que se mueven en la historia y de la complejidad de sus conflictos y motivaciones . Este aspecto técnico de la narración es digno de ser estudiado por escritores y escritoras de cualquier género. Ser veloz en la superficie para alcanzar profundidad en el interior de la narración. (Ernest Hemingway y Raymond Carver fueron alabados por lograr esta misma hazaña.) Pero digamos algo más de la historia. Como Blade Runner, Akira es un objeto de incesante fascinación simplemente a la vista; sin embargo, su calidad de obra maestra reside en la fusión de esa realidad hipnotizante con la excelsa técnica narrativa. Según The Routledge Companion to Science Fiction (Routledge, 2009) hay tres tipos generales de narración dentro del manga de ciencia ficción: el primero “se enfoca en las tribulaciones de un ser humano creado artificialmente y que lucha para adaptarse a una sociedad ultra tecnológica”; un segundo que “se concentra en sistemas sociopolíticos del futuro”; y el tercero –al cual pertenece Akira– “tiene que ver con los efectos de la mutación biológica sobre la humanidad…”. Abraham Kawa, el autor del artículo “Cómics Since the Silver Age” de la enciclopedia Routledge, ofrece una sinopsis magistral en su concisión:
“[Akira] demuestra la estética característicamente callejera y cinematográfica de Ōtomo, junto a sus tramas entrelazadas, complejas y elaboradas. La narración principal sigue las aventuras de dos jóvenes motoqueros, Tetsuo y Kaneda, en el pos-apocalíptico Neo-Tokyo. Quedan en la mira de una agencia militar secreta que está involucrada en experimentos genéticos y la estimulación artificial de poderes psíquicos. Entre explosiones nucleares, persecuciones entre motos a gran velocidad y muchísimos tiroteos, Ōtomo usa el dilema de los protagonistas para explorar el valor de la amistad, el aislamiento y la desilusión de las subculturas juveniles, y el estado del sujeto confrontado con autoridades corruptas e irresponsables. Diálogos cortos pero densos hasta el punto de opacidad; y la narración es mayormente visual, con una representación casi ritualista de acciones individuales en varios cuadros y detalles iconográficos que revelan más sobre los personajes y su mundo que el guión en sí.”

El extraño placer de volver a leer Akira este año en el que transcurre esa historia imaginada tres décadas antes es comprobar cuán acertado fue el pronóstico de Ōtomo. La historia se siente muy contemporánea. Es cierto que, en la superficie, es una historia de niños mutantes y pandillas de motoqueros japoneses, milicias revolucionarias pos-apocalípticas y sectas secretas militares en el marco de un mundo que busca recuperarse de una guerra nuclear devastadora. En el fondo, Akira habla de otras cosas: el poder de la lucha y la determinación, ante todo. Sería un poco audaz, sin embargo, sugerir que nuestro mundo- lo que entendemos por realidad- sea tan bizarro. Salvo que el Amazonas está en llamas y sus llamas interminables generaron menos desesperación que el incendio de una iglesia medieval, por más que esa iglesia sea Notre-Dame de París. Sólo un dato para empezar a describir las rarezas apocalípticas del 2019. El mundo gruñe como si estuviera en un precipicio. Como en Akira.