Un proyecto latinoamericano

Autodidacta e irreverente, el gran crítico Ángel Rama consideraba que los intelectuales debían asumir como tarea el conocimiento, el contacto y el intercambio con los diversos países de América Latina. La vigencia de su pensamiento crítico lo convierte en una lectura imprescindible para comprender la configuración política y cultural actual del continente.

MAXIMILIANO CRESPI

En uno de los textos más “personales” compilados por Nora Avaro en las más de quinientas páginas de Conocimiento de la Argentina. Estudios literarios reunidos, Adolfo Prieto cuenta cómo, tras la brutal intervención del onganiato en las universidades argentinas, tomó la decisión de renunciar a sus cargos en la Universidad Nacional del Litoral (donde ejercía la docencia desde comienzos de la década del 60) y, a mediados del 67, viajó a Montevideo invitado a dar clases en la Universidad Nacional del Uruguay. En esa estancia que se prolongaría por más de siete meses, el joven crítico sanjuanino consolidó un lazo de “amistad distante” con Ángel Rama, que por entonces todavía oficiaba como director del Departamento de Literatura Iberoamericana de esa Universidad.

Angel Rama (1926-1983)

El carácter particular de la relación estaba determinado por el contexto: el espacio laboral que compartían era una vieja casona de techos altos a la que el invierno otorgaba un halo de austeridad espectral. Prieto trabajaba en sus clases desde temprano, en el mismo espacio donde estaban los escritorios de Mercedes Rein y del propio Rama, que siempre llegaba más tarde y envuelto en un silencio cerrado que sólo se rompía al final de la jornada. Lo que llamaba la atención del autor de La literatura autobiográfica argentina era la forma intempestiva en que Rama rompía ese circunspecto silencio, no para hacer referencia a los acontecimientos políticos que conmovían al continente, sino para hablar de literatura. Escribe Prieto: “Después de diez años de trabajo en el ámbito universitario, esta era la segunda, acaso la tercera vez que oía a un colega articular un discurso en el que la literatura se mostrara no como el aditamento remoto que justifica una profesión, sino como el objeto de elección en el que se quiere inscribir un destino”.

La frase de Prieto describe cabalmente la disposición ética desde la cual Rama encaraba todas las aristas de su faena intelectual: la docencia, la crítica literaria, el periodismo, la edición, el activismo cultural y la voluntad de intervención polémica en la esfera pública: “frentes [que, en Rama,] se alimentaban recíprocamente, como parte de un mismo circuito”. Proveniente de una realidad y una generación que había optado por nacionalizar las causas (y, por ende, los eventuales remedios a los desgarramientos y las tensiones sociales), el argentino veía ahora con nitidez, a través de la propia práctica intelectual de Rama, la envergadura y la ambición de su proyecto político.
“El nuevo rostro literario de América Latina me fue revelado”, dice Prieto en la rememoración publicada originalmente en 1985, en la revista mexicana Texto Crítico, luego de consignar lo que fue para él una nueva valoración de la dimensión novelística de Carpentier, García Márquez, Vargas Llosa y Salazar Bondy, pero también el descubrimiento de otros perfiles de Cortázar, de Onetti, de Arguedas y de “la narrativa joven de México, de Cuba y de Venezuela”. Eso no era todo. La revelación de ese “nuevo rostro” implicaba además el reconocimiento y la corrección de “rasgos distorsionados” por la escala de construcción del plano. Tanto es así que Rama fue incluso convenciendo a Prieto de las ventajas de poner en práctica “un nuevo revisionismo que ubicara a Borges en el origen de la nueva escritura” (ejercicio que, en los trabajos del uruguayo, se superpone siempre con una astuta operación crítica tendiente a mostrarlo como una figura que excede las limitaciones ideológicas que caracterizan al grupo Sur), al tiempo que no dejaba de darle “sólidas razones para reformular las todavía vigentes funciones de compromiso y de mensaje, en términos que dieran cabida a la moral autosuficiente del texto”.
Al finalizar el ciclo de sus clases, Prieto era otro. No sólo había variado su perspectiva respecto de la manera en que se articulaba el campo de la literatura latinoamericana; también había cambiado en su manera de valorar los pasos previos de su propio proyecto crítico e intelectual. Acaso por eso, en su última tarde de conversación, cuando el clima de despedida ya iba madurando en la casona de Montevideo, interpelado por Rama sobre su próximo proyecto de trabajo (“la obra a la que apuntaban todos mis desvelos, la cifra en la que pudieran leerse todas las justificaciones”), Prieto no dudó en contestar con una frase categórica:
— Escribir una historia social de la literatura latinoamericana.
A lo que, sin vacilar, levantando el flamante N° 1 de la Revista de la Literatura Iberoamericana, Rama le respondió:
— En eso estamos todos.

Obra de Joaquín Torres García.

El alcance efectivo de ese “todos”, que por entonces podría haber parecido “un poco críptico” a Prieto, no lo era en modo alguno para el crítico uruguayo. Casi diez años antes, en ese mismo lugar, había mantenido una conversación similar con António Cândido. El autor de Formação da literatura brasileira (cuyas originales proposiciones teóricas y políticas habían impresionado realmente a Rama) había llegado a Montevideo a comienzos de 1960, convocado por la misma Universidad uruguaya, para dictar una serie de cuatro conferencias en sus cursos de verano.
En ese entonces Rama no tenía inscripción académica; era apenas un docente de Educación Media, que ejercía eventualmente la crítica teatral en el diario Acción, trabajaba en emprendimientos editoriales nuevos, había conseguido el cargo de “jefe de adquisiciones” de la Biblioteca Nacional y acababa de aceptar también la dirección de la página literaria de Marcha (que antes había estado en manos del crítico Emir Rodríguez Monegal). Si bien su imagen como ensayista e investigador académico crecería aún más con el paso de los años, Cândido poseía ya un cierto reconocimiento en el campo de la crítica universitaria brasileña. Había publicado Introdução ao método crítico de Sílvio Romero (1945), Ficção e confissão (1956), Formação da literatura brasileira (1959) y O observador literário (1959), y empezaba a ser referenciado por ese riguroso trabajo también en otros países sudamericanos.
Con la excusa de realizar un reportaje que se publicaría en Marcha, Rama pidió a Cândido una cita y se entrevistó con él a mediados de febrero del año 1960. Aquel encuentro fue sin duda determinante para ambos. En el vínculo que se creó y se afianzó a partir de entonces, ambos reconocieron en el otro afinidades teórico-críticas, humanísticas e ideológicas, pero también y sobre todo zonas de trabajo pendiente en sus respectivos proyectos.
Cândido fue crucial en la formación literaria del joven Rama. Hasta sus últimos días, el crítico uruguayo se encargó de dejar públicamente en claro el hecho de haber “descubierto la auténtica dimensión de la literatura brasileña” recién “a fines de los cincuenta y comienzos de los sesenta, mediada por “dos admirables intelectuales brasileños con los que luego hice amistad”: uno era António Cândido y el otro, Darcy Ribeiro.
Pero también para el autor de A educação pela noite aquel intercambio resultó valioso, ya que le permitió reconocer un aspecto incompleto de su propio proyecto intelectual. En la rememoración del encuentro en Montevideo que años después hará Cândido, el joven crítico uruguayo —seguramente entusiasmado por el proceso de transformaciones abierto con la Revolución Cubana— se muestra ya convencido de la necesidad de definir un proyecto crítico e intelectual de corte latinoamericanista. En un artículo publicado en la revista Recortes en 2004, el crítico brasileño afirma: “Cuando conocí a Ángel Rama en Montevideo, en el año 1960, él me declaró sin rodeos su convicción de que el intelectual latinoamericano debía asumir como tareas prioritarias el conocimiento, el contacto y el intercambio en relación con los diversos países de América Latina. Me manifestó también su disposición a comenzar ese trabajo en la medida de sus posibilidades —sea viajando, sea mediante vínculos epistolares y estableciendo vínculos personales. Y fue lo que hizo de manera sistemática, incluso cuando, exiliado en Venezuela, ideó y dirigió la Biblioteca Ayacucho […], que se convirtió en una de las más notables empresas de conocimiento y fraternidad continental a través de la literatura y del pensamiento”.

La correspondencia Cândido-Rama reunida y editada por el crítico e investigador Pablo Rocca en Un proyecto latinoamericano se extiende de abril de 1960 hasta octubre de 1983 y ratifica sin duda la constancia de una amistad sostenida en el compromiso y el respeto intelectual. Se sustenta en la diferencia de edad (el brasileño es 8 años mayor que el uruguayo) y de perspectivas cuando uno, formado, académico y erudito (Cândido), se declara incapaz de satisfacer la demanda activista del otro, autodidacta, irreverente y volcado de lleno al periodismo cultural (Rama). Y se fortalece luego cuando, ya a fines de los años sesenta, Rama comienza su lenta y definitiva inserción institucional en la universidad uruguaya.
Recién a fines de esa década, tras el impacto causado por su visita a Cuba, empezará a madurar en Cândido la definición del perfil latinoamericanista que reconoce que Rama suscribía ya desde fines de los años cincuenta: “La impresión causada por Cuba fue extraordinaria —escribe en marzo de 1979 el brasileño a Rama—. Casi un mes lleno de cosas nuevas y la sensación de estar viendo al socialismo construirse, entre tropiezos y peligros pero siempre hacia adelante. Espero, próximamente, ampliar el conocimiento de América Latina y trabajar un poco, en la vejez, para el acercamiento cultural entre nuestros países, a lo que te has dedicado siempre y desde muy joven. Recuerdo cuando te conocí en 1960 y ésta era ya una obsesión tuya…”. Embarcado en esta empresa, Cândido aceptará ser el referente para la selección de literatura brasileña para el monumental proyecto de la Biblioteca Ayacucho, dedicará además gran parte de su tiempo a la creación de revistas, a la formación de bibliotecas, a la edición de libros y a la promoción eventos y congresos universitarios de tema latinoamericano. Pero, como la de Prieto, su producción teórico-crítica no llegará nunca a identificarse del todo con ese proyecto que en la obra de Rama es el punto desde el cual se construyen todas las operaciones de lectura. Los trabajos de Cândido —en especial Formação da literatura brasileira (1959) y Literatura e sociedade (1965)— ofrecieron a Rama un puñado de conceptos operativos (estructura, circuito, sistema) que le permitieron describir escenarios de articulación de la producción literaria y la historia entendida como un contexto relativo, pero también nociones desde las cuales era posible describir “notas dominantes”, “zonas de pasaje”, transacciones y relaciones bajo un concepto de literatura entendido como “un sistema simbólico por medio del cual las aspiraciones más profundas del individuo se transforman en elementos de contacto entre los hombres y en interpretaciones de las distintas esferas de la realidad”. En casi todos sus trabajos historiográficos, la incorporación de esos elementos y categorías teóricas permite a Rama leer procesos culturales más amplios a partir de la descripción del sistema literario latinoamericano. Apelando a herramientas provenientes de la filosofía, la arquitectura, la economía, la sociología y la historia del arte apostó a una crítica que tomaba distancia del textualismo modernista sólo en la medida en que anticipaba los rodeos analíticos años después mecanizados —y, por eso mismo, vaciados de valor político— por los “estudios culturales”.

[Angel Rama] utilizaba herramientas provenientes de la filosofía, la arquitectura, la economía, la sociología y la historia del arte para una crítica que tomaba distancia del textualismo modernista.

Como apunta Carlos Monsiváis en la reciente reedición de La ciudad letrada (1984), Rama busca siempre esclarecer la gravitación real de la literatura en el proceso general de una cultura cuyo desarrollo aparece orientado por un Poder que la desprecia: “en la perspectiva de Rama —escribe Monsiváis—, la ciudad letrada es la escritura represiva de las elites que al definir ‘el progreso’ en forma despiadada, no sólo empobrece, también desculturiza a la mayoría”. Para decirlo con el propio Rama: “La constitución de la literatura como un discurso —y en muchos casos como el discurso— sobre la formación, la composición y la definición de la nación […] implicaba asimismo una previa homogenización e higienización del campo que sólo podía realizarse mediante la escritura. La constitución de las literaturas nacionales que se cumple a fines del siglo xix es un triunfo de la ciudad letrada, la cual, por primera vez en su larga historia comienza a dominar su contorno”. Huelga decir que esa frase sintetiza investigaciones previas que, por citar sólo el caso argentino, bien podrían rastrearse en Literatura argentina y realidad política (1964) de David Viñas o proyectarse en El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna (1988). En cualquier caso, la síntesis de Rama busca subrayar un aspecto general poner al descubierto “una práctica que dominará el siglo xx latinoamericano”: el desarrollo y la instauración de un proyecto general semejante al que puede rastrearse en el revés de trama de “los movimientos democratizantes europeos” que buscaron y consiguieron universalizar consignas enmascarando su origen y su horizonte burgués.
Releyendo libros como La generación crítica (1972), Los gauchipolíticos rioplatenses (1976) y Transculturalización narrativa en América Latina (1982), Cândido mismo parece reconocer esa marca distintiva de abordaje integrador en la práctica crítica del uruguayo que, pese a su ascendente teórico marxista (de vertiente gramsciana), siempre se mantuvo al margen de los facilismos mecanicistas. Cito al autor de O discurso e a cidade: “[Rama] supo elaborar con idéntica maestría análisis particulares y visiones sintéticas —o ‘panoramas’, como él mismo los llamaba. Eso en cierto modo lo inmunizó contra el peligro de las generalizaciones esquematizadoras e impidió también que su interés por los conjuntos matase lo esencial del trabajo crítico, esto es: el develamiento de los textos”.
Llama la atención que el brillante crítico brasileño no viera de entrada en ese “interés por los conjuntos” el síntoma de una constancia en ese proyecto que se remontaba “das literaturas nacionais à literatura latinoamericana” en un movimiento que va de lo políticamente instituido (lo estatal) a lo culturalmente constituido (lo regional). Hacia 1974, en el marco de una publicación en la que el nombre de Cândido aparecía dentro del “Comité de Redacción”, Rama había anticipado las características de esa empresa: “el proyecto de un discurso único, que abarcara toda la literatura latinoamericana, no se apoyaría en un comparatismo literario sino cultural, reconociendo el tronco lingüístico del que parten las tres lenguas que lo definen —a saber: el español, el portugués y el francés. Pero la tónica deberá caer necesariamente sobre la función simbólica y, por lo tanto, significante de la creación literaria”.
Es probable que Rama trabajara, como afirma Raúl Antelo leyendo esas mismas notas proyectivas, para legitimar una utopía. Pero en ese mismo y obstinado trabajo produjo la singularidad real de una lectura que no deja de interpelarnos como lectores. En primer lugar porque nos pone una y otra vez ante el devenir errático de una literatura latinoamericana ligada al tumultuoso proceso de una cultura afectada por las diferencias regionales, por la acción de fuerzas sociales emergentes que dan lugar a formaciones alternativas, que resisten las transacciones tradicionales y que cuestionan desde su propio espacio de inscripción la discutible legitimidad de un proyecto histórico resquebrajado. Pero también porque su fuerza intelectual, arraigada en preocupaciones de orden ético y estético, constituyen un intento por desentrañar el sentido de las identificaciones nacionales y por comprender la potencia efectiva del proyecto político de América Latina.

Resulta más que significativo el hecho de que Ángel Rama dedicara a António Cândido, como guiño en clave de un diálogo inconcluso y una tarea pendiente, La novela en América Latina. Panoramas 1920-1980, el volumen que, en casi seiscientas páginas, reúne los escritos que el crítico uruguayo produjo entre 1964 y 1981. También que, recién tras la muerte de Rama (en un accidente aéreo ocurrido el 27 de noviembre de 1983), Adolfo Prieto se lamentara por no haberle preguntado quiénes eran esos “todos” a los que había aludido su respuesta ni cuáles eran las características que debía tener esa “Historia Social de la Literatura Latinoamericana”. Lo cierto es que aún en esa vida afectada por el desarraigo, la zozobra económica la persecución política y la incertidumbre social Ángel Rama nunca renunció al proyecto latinoamericano. Es probable que, como sugiere Prieto, “la aspereza del campo político y profesional por el que deben pasar nuestros intelectuales” haya mermado el alcance y las posibilidades previstas por Rama para ese proyecto colectivo. Lo que no puede negarse es que, contra esa y otras asperezas de la historia, Rama trazó las líneas fundamentales de su desarrollo. Ahí están sus trabajos sobre el modernismo, su estudio sobre la gauchesca, sus agudos panoramas de la literatura contemporánea, sus hipótesis sobre la transculturación y sobre el sistema de relaciones que da lugar a la ciudad letrada. Cada una de esas piezas críticas pertenecen, como bien hace notar Prieto en su melancólica semblanza, a “un espacio conceptual rigurosamente organizado”; constituyen la matriz de esa historia social de la literatura latinoamericana que todavía está por escribirse.