El hombre impasible

Una nueva edición de Bartleby, el escribiente (Nórdica), con ilustraciones de Javier Zabala, permite revisar la figura de este personaje que provoca un sin fin de preguntas e incomodidad con su célebre frase “preferiría no hacerlo”.

FLAVIO LO PRESTI

En el videoclip de “Just”, un tema de Radiohead que está en el disco The bends, un hombre se mete en una bañera (la primera línea del tema es “no puedo sacarme el mal olor, me ha rodeado por días”) mientras la banda toca los primeros acordes de la canción en un departamento. El mismo hombre sale caminando, atraviesa una zona arbolada y después llega caminando apurado al centro de una ciudad. Lleva un prolijo traje gris, y de golpe se queda quieto y se tira en la vereda. Otro hombre distraído se tropieza con él, y después de ver la condición en la que el otro se encuentra intenta sonsacarle las razones de su conducta. Pero el otro niega estar mal, niega estar borracho y niega estar loco. Niega que la razón sea que todos vamos a morir. Solo pide que lo dejen en paz, pero entonces ya tiene una muchedumbre encima, y hasta un oficial de policía se acerca: los cañones de la normalidad parecen apuntar sus caritativas preocupaciones a esa extrañeza. Entonces el hombre caído advierte: “no estaría bien que yo les diga por qué estoy mal”. Cuando finalmente, enardecida, la turba capitaneada por el primer hombre le reclama a los gritos la razón, el hombre caído pide perdón y ayuda a Dios para todos. En una toma sin subtítulos, su boca se abre y revela el secreto. Acto seguido, los miembros de la banda ven desde la ventana del departamento cómo la turba entera yace mortalmente pacificada por esa terrible confesión.

Bartleby, el escribiente, de Herman Melville, con ilustraciones de Javier Zabala. Nórdica Libros.

La escena apunta al corazón de esas situaciones y personajes que asociamos de manera folclórica al protagonista de Bartleby, el escribiente, de Herman Melville. Así como el misterioso yacente del video, Bartleby guarda un terrible secreto encerrado en su inacción y en su lengua desestabilizadora, esa lengua articulada en torno a variantes de la negativa a actuar, el célebre “preferiría no hacerlo” con que rechaza todas las tareas que le son encargadas. El testigo de esa negatividad es el narrador de la historia: un abogado que accede, tras una promoción que intensifica la demanda de trabajo, a contratar un copista más de los que mantiene en su despacho.
De entrada, el amanuense nuevo (pálido y educado) se acoge a un régimen especial, ya que su lugar en la oficina está tras una mampara y en el ambiente que corresponde al jefe. Como en una tempranísima novela de Kafka, los otros dos escribientes son casi marionetas: el viejo Turkey, que tras cada almuerzo pasa de ser un estanque a ser una caldera, y el joven Nippers, que va de la indigestión matutina a un estado flemático después de la cerveza del mediodía. En ese ámbito, Bartleby construye su insidiosa escalada corrosiva de inacción: comienza por no revisar lo que copia con una eficiencia sobrehumana, sigue por no hacer ninguna tarea adicional y termina por no copiar, provocando el escándalo de un empleado que permanece sin función, que se alimenta solo a tortas de jengibre, pero que además parece estar siempre por decir algo que va a hacer que toda la normalidad a su alrededor estalle en pedazos.

Bartleby guarda un terrible secreto encerrado en su inacción y en su lengua desestabilizadora

Deleuze se dedicó a pensar la lengua de Bartleby como el paradigma de la literatura, una lengua dentro de la lengua, que en Bartleby es el dialecto del hombre por venir de una sociedad sin padres: “Bartleby, el soltero, debe emprender su viaje, y hallar a su hermana con la que consumirá el bizcocho de jengibre, la nueva hostia. Bartleby vive bien enclaustrado  en el estudio, sin salir nunca, y no bromea cuando, al abogado que le propone nuevas ocupaciones, le responde: “es demasiado encierro”. Y si se le impide hacer su viaje, entonces su lugar no está sino en la prisión donde muere, por “desobediencia civil”, dice Thoreau, “el único lugar en donde un hombre libre puede permanecer en el  honor”. ¿Será porque su mirada de hombre nuevo pone en cuestión el mundo abrumador e insoportable en el que vivimos que la figura de Bartleby nos interpela tanto? ¿Será que nos pone dos espejos insoportables: el de una revolución silenciosa por imposible, y el de la caridad insultante del que se acomoda a la vida, como el Abogado? Vila-Matas se dedicó a rastrear todos los Bartleby de la historia de la literatura. Fogwill pensó en el protagonista de En otro orden de cosas como un anti Bartleby. Lo que sí sabemos es que con su insistente canción negativa, con su figura de Droopy literario, cada tanto Bartleby vuelve, y sigue machacando su preferencia por la nada en una comedia que logra, para recordar el viejo ideal de Kafka, lo que todo libro debe lograr: ser un hacha para el mar helado que hay en nosotros.