Un lugar lejos de todo

Con una voz narrativa definida, en La habitación alemana, su primera novela, Carla Maliandi presenta una ficción concentrada en un escenario de refugio y recuperación de la memoria.

MARIANO GRANIZO
Carla Maliandi

Las cosas no se hacen así
pero así lo hice y acá estoy.
Carla Maliandi

Las primeras novelas suelen ser generalmente tanteos, búsquedas de rumbo, de tono, de estética; y muchas veces resultan ajustes de cuenta para el desarrollo posterior de un proyecto narrativo. En La habitación alemana, de Carla Maliandi, hay sin embargo ya una voz narrativa definida y con un objetivo claro: hablar de la búsqueda, del viaje, pero no necesariamente de quien lo realiza. “Alguna vez aprendí el nombre de todas las constelaciones. Me las enseñó mi padre advirtiéndome que este cielo alemán le resultaba totalmente ajeno. Yo tenía una obsesión con el cielo, las estrellas y los aviones. Sabía que un avión nos había traído a Heidelberg y que un avión nos llevaría de vuelta adonde pertenecíamos”. La voz narrativa es la de una mujer joven que se va a Alemania de un día para otro. ¿Tiene razones para hacerlo? Quizás dejar atrás algo que la aturde: la reciente muerte del padre, un fracaso amoroso, una madre difícil. O posiblemente una vida entera, cosa que se escribe muy fácil pero que siempre conjuga demasiadas cuestiones. ¿Por qué Alemania? Porque al parecer allí pasó los momentos de su vida en los que se sintió cobijada por los primeros afectos.
Porque es allí donde se reencontrará con los tiempos felices del padre vivo, con los tiempos de un exilio que para ella no era otra cosa que una aventura extraña y feliz, pero también con compatriotas, turcos y japonesas que sí están vivos y viven en esa ciudad pese a que ella sólo vea marcas del pasado en cada calle, café o parque.

La habitación alemana, Carla Maliandi (Mardulce)

“Estar ahí es como estar en ningún lado”, afirma la protagonista en su habitación en una pensión de estudiantes, con ese estilo de quienes tratan de explicar lo que hacen a alguien que no los puede ver. (Como la autora teatral que es, Maliandi maneja ese monólogo desde el proscenio a la perfección, esa didascalia a las acciones, esa captura de la atención para que deseemos saber qué ocurrirá después.) Esa habitación es un bunker. Y en él se mantiene a resguardo mientras hace un alto en la exploración de la ciudad, en el reencuentro con los conocidos y en el conocimiento de quienes eran desconocidos hasta unos días atrás; hombres y mujeres que parecían estar esperándola para ocupar un lugar vacante en sus existencias. La iniciación que implica todo viaje no programado, el aprendizaje que supone (por más que ya se tenga más de treinta años y se deba tener todo claro en vistas de un futuro lo menos sorprendente posible), deja en claro que sólo se trata de otra forma de escapar.
Huir a otro lugar, que debe ser el extranjero para que el sentimiento de extrañeza con el mundo se le haga carne, para escapar del idioma propio y reencontrarse con el olvidado, “el idioma brotó de alguna parte dormida de mi cerebro”, para escapar de lo inevitable y retornar al lugar donde está lo perdido. En definitiva, para nada, porque a las acciones se las come el pasado y lo único que importa es el lugar en que se decida descansar, desensillar hasta que aclare.

La novela de Maliandi es la crónica de nuestro desesperado intento por regresar a los tiempos perfectos del pasado

Toda huida exige un momento y un lugar para el reposo. Veloz y sin descripciones minuciosas, la narrativa de Maliandi hace sentir que lo único que parece real en esa ciudad alemana es justamente esa habitación que le permite guarecerse y revisar su vida: un lugar lejos de todo. La novela editada por Mardulce es la crónica de nuestro desesperado intento por regresar a los tiempos perfectos del pasado, aunque estén llenos de una tragedia que el tiempo ha sabido morigerar en la memoria: un viaje de ida que es una vuelta, un regreso a todo lo que nos habita desde el comienzo. El acierto de la autora radica en narrar, no desde el dolor de la protagonista por la pérdida del padre, sino desde el afán narrativo por contar lo que le sucede tratando de dejar atrás esa experiencia.
Cualquier lugar es un buen lugar, un sitio es un sitio, acá, en Alemania o en Tucumán; ahora, en el pasado o mañana. Maliandi lo describe con la precisión desgarrada de aquellos a quienes se les va la vida en eso.